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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña: «El jardín de vidrio», de Tatiana Țîbuleac – El Cultural

Tatiana Tibuleac (Chisináu, Moldavia, 1978)fue el gran descubrimiento literario europeo cuando publicó en 2016,en Rumanía, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes(Impedimenta,2019), traducida a numerosas lenguas. Su segunda novela, El jardín de vidrio, ha recibido el Premio de Literatura dela Unión Europea en2019, y confirma que el deslumbramiento ejercido por Tibuleac no es fruto de un espejismo. La escritora moldavo-rumana no es en esta segunda obra ni complaciente ni banal. No hay nada gratuito en una novela soterrada mente poética, dolorida y salpicada de los demonios de unos personajes cuya identidad lingüística y social es dudosa.

La infancia de una niña marginada se funde con el devenir de Moldavia, ocupada por la URSS hasta1991, cuan-do se disolvió la Unión Soviética y Moldavia se proclamó independiente. Al apuntar las estrechas y complicadas relaciones con Rumanía, Tatiana Tibuleac nos permite imaginar el caos lingüístico de los habitantes moldavos, divididos entre el moldavo campesino, el ruso de las elites y el rumano del futuro. A modo de cortas e intensas escenas, la historia que relata Lastochka, la protagonista de una vida siempre al borde del precipicio, es perturbadora. Pero en los cuadros de trazos amargos y con-movedores, que nos recuerdan al expresionismo alemán, se es-conde una seca ternura y un amor descarnado, arropando a los patéticos personajes compañeros de peripecias. En Chisináu, capital de Moldavia, la niña de siete años, Lastochka, es arrancada de un siniestro orfanato por Tamara Pavlovna, una mujer que se gana la vida recogiendo botellas por las calles. La niña trabajará también como basurera. El mundo depravado de los personajes más patéticos dela ciudad late en toda la novela desde la infancia de Lastochka hasta su vida adulta. “Fuera, los borrachos daban vueltas a nuestro alrededor como las hienas en torno a los cadáveres. Me parecía que, aparte de nosotras dos, en el mundo no quedaba nadie sobrio”, dirá la narradora de su aprendizaje implacable.

Los episodios o fragmentos que componen la novela siguen las trayectorias de una fauna humana que vive en torno a un patio común, donde anida cierta con-fusión de lenguas. Tamara Pavlovna, mujer contradictoria, violenta, corroída por el dinero y al mismo tiempo capaz de inventar un futuro diferente para su pupila, a quien obliga a golpes a aprender el ruso, es el personaje que eclipsa a todos los demás. Amor y odio de la niña hacia su protectora y explotadora. En eso es una maestra Tibuleac, como se vio en su anterior novela. Así describe Lastochka a la mujer que la compró en el orfanato: “Tamara Pavlovna. Brillaba, quemaba y lo convertía todo enceniza. ¡Era como un ave fénix, mi Tamara Pavlovna! Cruel, pero compasiva. Taimada, pero justa. De su lengua y de su astucia se protegían todos como de la peste, pero a ella recurrían cuando no les quedaba otra”. La concatenación de escenas, sin una alineación cronológica de los acontecimientos, como una carta desordenada a unos padres desconocidos, va alterando la superficie de las cosas. La seducción no se basa tanto en el argumento, apenas explícito, como en el paso del tiempo sobre ese puñado de moldavos a la deriva; las huellas de los años conforman la verdadera trama de la novela. La política real se soslaya, pero queda patente en las atmósferas, en los personajes, en la ausencia de algo parecido al amor y en la búsqueda de identidad de la protagonista, desgarrada entre su lengua materna, el moldavo, y el ruso.

¿Puede lo patético hechizarnos? La escritura de Tibuleac humaniza la crueldad y valentía de esas gentes perdidas. El poder de persuasión de la autora hace que las penalidades se acerquen a un modo de universalidad. La narradora en primera persona va despertando sensaciones y el público siente una estremecedora piedad, aunque nunca haya pisado esas calles polvorientas. La maestría conque Tatiana Tibuleac ha edificado el relato logra que una cercana calidez impregne todo lo que ocurre.

—Lourdes Ventura, El Cultural.