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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña: «El profesor A. Dońda», de Stanisław Lem – Libros de Cíbola

La editorial madrileña Impedimenta prosigue con paso firme con la publicación de la obra literaria de Stanisław Lem en el centenario de su nacimiento. Ahora llega a las librerías El profesor A. Dońda (Profesor A. Dońda. Ze wspomnień Ijona Tichego), un título que permanecía inédito en español a pesar de estar protagonizado por Ijon Tichy, el personaje más carismático que salió de la pluma el escritor polaco. Como siempre que hablamos de esta editorial, hay que insistir en que tanto la traducción como el diseño de la cubierta y la calidad material de sus libros es inmejorable.

El inolvidable Ijon Tichy es el protagonista de algunas de las obras de Stanisław Lem de carácter satírico —Diarios de las Estrellas (1957), Congreso de Futurología (1971) Regreso a Entia (1982), Paz en la Tierra (1987)—, incluida esta poco conocida nouvelle que vio la luz en la revista polaca Szpilki en 1973. Como indica el subtítulo, es un fragmento de las Memorias de Ijon Tichy, esa amplia colección de fábulas de humor implacable que emparenta a Lem con autores de todas las épocas como Luciano, Cyrano, Jonathan Swift o Karel Čapek. «Una comedia de enredos excepcional —escribe Patricio Pron en el prólogo—, uno de los textos más libérrimos y graciosos que jamás haya escrito. Un apocalipsis divertido en el que el mundo que conocíamos no termina con una explosión sino con una carcajada contagiosa». Efectivamente, Stanisław Lem se muestra en El profesor A. Dońda como un humorista extraordinario, ingenioso, casi surrealista muchas veces. Pero no sólo hay humor del bueno en esta obra; a la par tenemos una inteligente disección de su cultura contemporánea, que es casi la nuestra.

El profesor defendía que no había sido ningún fin del mundo, sino el fin de una civilización. Y en eso le doy la razón, porque las dimensiones de un acontecimiento así no se pueden medir según las incomodidades personales. No había sucedido nada terrible, decía el profesor al tiempo que nos animaba a Maramotu y a mí a demostrar nuestras dotes para el canto, pero cuando se le acabó el tabaco de pipa perdió su habitual buen humor y tras haber probado la fibra de coco, se fue a buscar más tabaco, aunque seguramente era muy consciente de lo que significaba una aventura así en aquel momento. No sé si volveré a verlo alguna vez. Por eso es mayor, si cabe, el deber que tengo de presentarles a quienes nos sucedan —que serán aquellos que reconstruirán la civilización— a esa gran persona. Las casualidades del destino me permitieron observar de cerca a las más destacadas personalidades de mi época, entre las que quién sabe si Dońda no acabará por ser considerado la más importante.

Pero, en primer lugar, hay que aclarar cómo fui a parar a la selva africana, que en estos momentos es tierra de nadie.

Mis logros en el ámbito de la cosmonáutica me concedieron una cierta notoriedad, por lo que diferentes organizaciones, instituciones, así como personas privadas, se dirigían a mí con invitaciones y propuestas en las que me trataban de catedrático, miembro de la Academia de Ciencias, o como mínimo doctor de segundo grado. Yo tenía problemas con eso, ya que a mí no me corresponde ningún tratamiento y detesto adornarme con los penachos de otros. El profesor Tarantoga solía decir que la opinión pública no podía soportar el vacío que se abría delante de mi apellido, y por eso se dirigió —a mis espaldas— a conocidos que ostentaban cargos significativos; de manera que, de la noche a la mañana, fui nombrado representante general para África de la Organización de las Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura, la FAO. Acepté esa distinción, y al mismo tiempo el título de Consejero Experto, porque iba a ser meramente honorífica, hasta que resultó que en Lamblia, esa república que pasó en un abrir y cerrar de ojos del paleolítico al monolítico, la FAO construyó una fábrica de conservas de coco, y yo, como representante de esa organización, tuve que encargarme de la inauguración oficial. […]

El profesor A. Donda, Stanisław Lem. Impedimenta, 2021

Nuestro amigo Ijon Tichy se encuentra en África en misión oficial. Allí conoce al inverosímil profesor Affidavit Dońda que llegó de Europa para hacerse cargo de la Cátedra de Svarmética de la Universidad de Lamblia. Para ello adquiere el computador IBM más moderno con el propósito de realizar sus investigaciones. Después de unas peripecias hilarantes, mientras Tichy huye con Dońda al vecino país de Gurunduvayu para salvar su vida, el profesor le va relatando su historia. La descripción de las costumbres políticas de esos países, marcadas por la más compleja corrupción de sus gobiernos, es graciosísima —hoy sería tachada de políticamente incorrecta— y llena la primera parte de la obra. Es al final cuando Lem comienza a introducir sus característicos juegos y paradojas intelectuales sobre el conocimiento y la realidad, que siempre lleva hasta sus últimas consecuencias; en este caso es nada menos que el hecho de que «la información se transforma en materia» (100 mil millones de bits equivaldrían a la masa de un protón) y que existe una «barrera de Dońda» por encima de la cual toda la información del planeta contenida en las bases de datos computarizadas desaparecería —lo que ocurre finalmente— para formar un diminuto microcosmos (Cosmosete). Esto implicaría para Dońda el triunfo de una nueva filosofía: «la teoría del ser se basa en el error, ya que el error se alimenta del error, se transforma en error, el error crea error, hasta que la aleatoriedad se convierte en el Destino del Mundo».

No sé si El profesor A. Dońda es un título importante dentro de la amplia obra de Stanisław Lem; sí sé que en su modestia y brevedad es uno de los más delirantes y divertidos del polaco. Una lectura deliciosa.