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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mujeres de guante blanco: el arte de la estafa femenina – «Maestras del engaño», de Tori Telfer – The Objective

  • En Maestras del engaño, Tori Telfer recorre la vida de mujeres cuyo talento y avaricia llegaron a hacer peligrar la Corona francesa en el siglo XVIII

Cuando a finales del siglo XVIII una desconocida parisina llamada Jeanne de Saint-Rémy se hizo pasar por amiga íntima de la reina María Antonieta para conseguir un impresionante collar de 647 diamantes, nadie sospechó que su nombre acabaría vinculado con uno de los grandes acontecimientos de la historia. Considerado como uno de los muchos escándalos que desencadenaron la Revolución francesa, a pesar de que la reina consorte no la conociera en absoluto, «incluso Napoleón sabía quién era Jeanne, y la culpaba de, al menos, parte del caos. En una ocasión cuando le preguntaron qué pensaba sobre el asunto del collar contestó: ‘Hay que fechar en ese momento la muerte de la reina’», cuenta Tori Telfer en su nuevo libro, Maestras del engaño (Impedimenta). 

Periodista de profesión, la escritora, muy en la línea de su anterior título, Damas asesinas, vuelve a sorprendernos en esta ocasión con un fascinante y entretenido recorrido por la vida y obra de esas mujeres que, orgullosas de sus «habilidades», estafaron, timaron y embaucaron a lo largo de los tiempos y del mundo sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento o rubor. Cazadoras de fantasmas, falsas princesas, impostoras, médiums extorsionistas… Nada falta en esta exposición del crimen de guante blanco, o no tan blanco, capaz de generar simpatías hasta entre sus propias víctimas.

¿Acaso hay alguien que de verdad quiera vivir en un mundo sin estafadoras?, se pregunta no en vano Telfer en las páginas finales del libro. «Son realmente increíbles –responde la escritora–. Los coches. Los diamantes. Las sonrisas persuasivas. Puede que otras personas caigan en sus trucos, pero eso no nos va a ocurrir a nosotros. Somos más listos. Nos sentimos seguros. Esa mujer, que pase, a ver qué nos cuenta…».

Cuando escribir es parte de la estafa

Jeanne de Saint-Rémy, por supuesto, es solo la primera. Igual que la de la francesa, conocida fue durante años la historia de Cassie Chadwick, una joven sin estudios, procedente de una pequeña localidad canadiense, que a finales del siglo XIX logró defraudar millones de dólares a varios bancos de Estados Unidos haciéndose pasar por la hija ilegítima del empresario americano Andrew Carnegie. O el de otra joven, la mediática Wang Ti que, casada con un futbolista chino llamado Wang Sheng y amante del atleta olímpico Xiao Qin, logró embaucar en China a varios deportistas de élite y sus mujeres en la compra de una casa, de la que en realidad ella solo disponía de su contrato de alquiler. 

Con todo, en una enumeración donde no podían faltar médiums, destaca el nombre de Hattie Wilson por un dato más bien anecdótico. Esta espiritista que, desde 1867 hasta 1880, se dedicó a dar numerosas conferencias a lo largo de Estados Unidos, había autopublicado en 1851, bajo el título abreviado Nuestra negra, una novela semiautobiográfica que apenas tuvo repercusión. «Hoy en día –tercia Telfer–, este libro se considera un logro monumental: es la primera novela publicada por una mujer afroamericana». 

Pero Wilson no sería la única de estas mujeres con ciertas inquietudes «literarias». Ya en 1789, Jeanne de Saint-Rémy, que, a pesar de ser juzgada y condena por el fraude del collar, logró escapar de prisión disfrazada de hombre y llegar hasta Londres, donde murió con 34 años después de saltar por una ventana, publicó también sus memorias. 

La pluma de Mark Twain

Y es que, con más o con menos suerte, a muchas de ellas no solo las movió la fiebre por el oro sino también los brillos de la fama. Como la falsa espía que se hizo pasar por un teniente confederado, Lauretta J. Williams, empecinada en escribir sus propios recuerdos. «Como Lauretta pensaba que se merecía solo lo mejor que el mundo pudiera ofrecerle, decidió contratar al mejor escritor del país para que trabajara para ella», cuenta Tori Telfer. 

«Dios sabe qué pudo pensar Mark Twain cuando abrió la correspondencia del día y leyó que una audaz desconocida llamada Lauretta le pedía que colaborara con ella para escribir unas turbias memorias de guerra –continúa la escritora-, Twain rechazó la petición, y cuando ella volvió a escribirle, hizo lo mismo. Pero Lauretta sabía que la auténtica verdad no importaba tanto como la ‘verdad’ que ella contase a los periódicos, de modo que hizo unas espectaculares declaraciones a la prensa». Por supuesto, Lauretta ni se ruborizó cuando el escritor desmintió sus palabras. ¿Para qué iba a hacerlo?

Nada que ver con la espiritista Fu Futtam. Hábil en el dominio de las relaciones públicas, se movía a la perfección a través de «la delgada línea que separa a la estafadora de la emprendedora». Así, llegó a convertirse en una de las ocultistas más exitosas de la década de los años 30 en Nueva York, hasta el punto de saber cosechar una gran fortuna con una serie de libros que publicó sobre la interpretación de los sueños. 

Identidades falsas, princesas sin guisantes

Si bien Mark Twain supo rechazar la «tentativa» de Lauretta J. Williams, quien sí que llegó a caer seducida por estas artes del engaño fue la exitosa escritora de novelas románticas, Jude Deveraux. Desesperada por un marido que la maltrataba emocionalmente y por sus problemas para quedarse embarazada, la escritora acudió a la vidente Rose Marks. ¿Qué podía ir mal? 17 años después había tenido un hijo, que falleció años después en un trágico accidente, y había perdido todo su dinero y sus propiedades a costa de enriquecer a la espiritista.  

Obviamente, Deveraux no fue la única víctima de estas maestras del robo. Cuando en 1974, Roxie Ann Rice fue detenida por un pequeño golpe –había usado una tarjeta robada en un motel–, nada hacía pensar que, para justificarse, acabaría por inventarse toda una red de narcotráfico que pondría en jaque a la Liga Nacional de Fútbol Americano y la Asociación Estadounidense de Baloncesto. «Durante un largo par de meses –relata Telfer–, la prensa, la Policía y la Liga Nacional de Fútbol trataron de averiguar qué había de cierto en el relato de Roxie». La investigación, en la que involucró la Administración de Control de Drogas, concluyó que su historia era exactamente eso, solo una historia que les había hecho perder el tiempo, además de atemorizarles, durante varias semanas.

Fabuladoras como las posibles princesas Anastasia, muchas de ellas retorcieron tanto su propia vida –una realidad oscura y cruel donde muchas de ellas habían aprendido a mendigar durante su infancia– que es posible que se llegaran a creer sus propias historias. «Estoy muy avergonzada –declaró Wang Ti cuando la detuvieron por su estafa a los deportistas de élite–. No soy capaz de encontrar una explicación para lo que he hecho. Todos estos años he estado viviendo en un mundo fantástico creado por mí. Cuando cuentas una mentira una y otra vez, se convierte en una realidad. Al final no sabía qué era verdad y qué era mentira».

Sin embargo, ¿hasta qué punto era esta una confesión sincera? Si algo nos enseñan las historias de Telfer es que estas maestras del engaño, además de estafadoras, suelen ser reincidentes. Y es que, poco después de salir de la cárcel, la propia Rice se hizo pasar por doctora. «En esta ocasión, sin embargo, –cuenta Telfer–, no se limitó a contarle a la gente que era médica, sino que llegó a ejercer la medicina e ingresó la cuantiosa suma de 28.000 dólares por sus improvisados servicios». Desde persecuciones completamente cinematográficas, como la de Margaret Lydia Burton, capaz de burlar al FBI a bordo de un coche de lujo rosa con 38 perros a bordo, a otras mucho más trágicas, como la de la malograda Bonny Lee Bakley, asesinada por su pareja mientras le esperaba en el coche, lo cierto es que al final del todo ninguna de ellas salió ilesa por completo de esta vida provisional y precaria. Conscientes, tal vez, de que no hay mejor robo del que no queda constancia, quizás es aquí, también, donde encuentre el lector cierto grado de alivio. O, quién sabe, tal vez no.

—Marta Ailouti, The Objective