Desprejuiciada y adictiva, Mariana Sández debuta con está novela libre de tópicos sobre una historia familiar
Quienes somos incapaces de entrar en cualquier estancia sin empezar a imaginar cómo colocaríamos los libros, disfunción que llevamos en secreto, nos consolamos leyendo cómo la narradora de este libro, hablando de sus padres, afirma: «No conocí a otras personas que, para buscar dónde vivir, examinaran más la casa desde el punto de vista de las comodidades de los libros que de los lectores».
Publicada en Argentina en 2019, Una casa llena de gente es una novela soberbiamente escrita que, desde el mismo título, edifica un precioso e indirecto homenaje a la literatura, dando un estupendo y frondoso rodeo familiar. Charo, la narradora, hereda al morir su madre, la traductora Leila, todo un archivo de cuadernos y documentos en los que divaga sobre la historia privada de su clan, no precisamente carente de personajes estrafalarios, amigos incómodos o vecinos invasivos. Lo que leemos es la «edición» que Charo ha hecho de una parte mínima de ese material, comentado por sus propios recuerdos o divagaciones, y dando también la palabra a sus dos hermanos, Rocío y Julián, que hablan en estilo directo desde un magnetofón y aportan su oportuno contrapunto.
Es probable que esta sinopsis disuada a los lectores que, como yo mismo, empezamos a estar fatigados de la ficción privada, esas sagas familiares u odiseas íntimas que, por magistrales que sean, dejan un poco indiferente. Pero sería un error: la primera novela de Mariana Sández (Buenos Aires, 1973) es, por encima de su calidad, un sagacísimo testimonio de cómo la literatura puede enriquecer la vida cotidiana, pero también un aviso sobre sus peligros. Leila escribe, inapelablemente, que «vivir significa estar atenta», al tiempo que cae en una introversión patológica y asocial que no sólo se explica al correr las páginas sino que se justifica: todos esos diarios escritos en secreto son sólo el primer «regalo» de la tendencia a la ausencia de esa mujer extraordinaria.
Una casa llena de gente tiene también, pues, algo de relato de fantasmas, al tiempo que es una excelente novela coral en la que el sobrepoblado «castillo» es un personaje más. Exploramos la casa y la psicología de sus habitantes mientras se va cocinando la novela, en un juego de muñecas rusas. A fin y al cabo, escribe Sández, «la literatura es un cubo mágico, es todos los juegos en un juego. Eso es lo que la vuelve tan adictiva».
—Juan Marqués, La Lectura