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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La historia de las cosas que dejamos atrás – «El Museo de la Rendición Incondicional», de Dubravka Ugrešić – El Debate

Impedimenta reedita El Museo de la Rendición Incondicional, clásico de la aspirante al Nobel de Literatura Dubravka Ugrešić.

En El Museo de la Rendición Incondicional, la escritora Dubravka Ugrešić (Kutina, Croacia, 1949) reconstruye de forma caprichosa la posguerra y el exilio que siguieron al estallido de la Guerra de los Balcanes y la vararon en el frío Berlín. La obra no es solo una hermosa y aparentemente desordenada digresión sobre el exilio, su propio exilio, sino que es a la vez un diario, una biografía, un álbum, una crónica, una libreta de notas y un relato fantástico. Certera y conmovedora, la obra está plagada de los espectros de voces literarias como las de Nabokov o Brosdky.

Desde que el pasado febrero la guerra de Ucrania comenzara a irrigar de nuevo nuestro continente de sangre, los términos «guerra» y «exilio» nos resultan menos distantes y literarios. Muchos de los que presenciaron a través de sus televisores la contienda que despedazó el sur de Europa entre 1991 y 2001 solo sabían de la vida bélica por las novelas, como nosotros. De golpe, «el bando malo se convirtió en el bueno, y el bueno en el malo». Las ideas se descompusieron, las fotografías tuvieron que ser retocadas para que los uniformes parecieran trajes sin definir y muchas vidas desaparecieron «en el torbellino del combate».

Los que se quedaron en los territorios de la antigua Yugoslavia vieron cómo la guerra tumbó los cimientos de la civilización. Los que se fueron se convirtieron en oniromantes. La narradora de El Museo de la Rendición Incondicionalalter ego de Ugrešić, sugiere que los exiliados pueden adivinar en ciertas señales confusas las coordenadas del destino. Su «estado de paranoia», «sensibilidad permanente al ruido» o «sueño», hace que las imágenes del pasado, el presente y el futuro se mezclen. Por lo que a la narradora/autora respecta, ha perdido la capacidad de imaginar el futuro y su presente transcurre cerca de Murnau, cerca de los museos de Kandisnky y de Ödon von Horváth. Sus andanzas berlinesas no ocupan ni la tercera parte de su pasado, que es (casi) todo lo que tiene.

En la obra de Ugrešić hay varias constantes (la repetición de párrafos genera un discurso circular). Una, quizás la más importante, es la convicción que nuestra memoria se sostiene en las «cositas» conmensurables y tangibles que acumulamos a lo largo de nuestra vida. Sin estas pertenencias, objetos azarosos y anodinos, no hay imágenes para el recuerdo. Para quien ha perdido su patria, estas pertenencias deben caber en una maleta.

Si vivir en la memoria es vivir, Bosnia vive en la escritora y los que como ella recuerdan y conservan sus objetos más cotidianos e insignificantes. Con su obra, con la descripción de su propia maleta, la escritora quiere revivir la cotidianeidad de la patria que ha perdido, quiere contar la historia de sus enseres: quiere ser su museo. En este empeño se identifica con la morsa Roland, expuesta en una vitrina del zoo de Berlín, en cuyo estómago se encontraron infinidad de objetos indigeribles: un mechero rosa, una pistola de agua, gafas de sol, un paracaídas de juguete… La autora es la morsa; su maleta es la morsa; el bolso de piel de cerdo en el que su madre guardaba las fotografías cuando era niña también es la morsa.

La obra no es solo una hermosa y aparentemente desordenada digresión sobre el exilio, sino que es a la vez un diario, una biografía, un álbum, una crónica, una libreta de notas y un relato fantástico. Certera y conmovedora.

Dice la autora que existe una relación de semejanza entre el álbum familiar y la autobiografía. Los dos son géneros nostálgicos y contemplativos, que aspiran a ser bellos y verídicos (precisamente por eso, en ellos no tiene cabida el humor). Además, hacen diana donde raramente lo hace la obra de arte profesional: en el punto de dolor. Lo que puede tener El Museo de la Rendición Incondicional de autobiografía o álbum es precisamente que tarde o temprano nos palpa el punto de dolor. Sin esperarlo, algo tirará de algún hilo dentro de nosotros y nos hará sucumbir. A cada uno le conmoverá una cosa distinta: los recuerdos de la infancia de la autora, la semblanza de esa madre que acabó teniéndole miedo a todo, la soledad que siente en Berlín o el relato del desmembramiento de Yugoslavia, y con él, el de su grupo de amigas.

Dubravka Ugrešić nos advierte desde el principio que la memoria no es caprichosa, que si los meandros y obstáculos de su relato parecen incoherentes o aburridos, pronto se descubrirá que existe una relación sensata y firme entre ellos. Se necesita «ajustar el ritmo del pulso, los latidos del corazón, retardar la respiración y juntos bajar la tensión» para disfrutar de la topografía secreta de una vida.

—Mireia G. Sanz, El Debate