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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

¿Cómo lo hizo Penelope Fitzgerald? – «La escuela de Freddie», de Penelope Fitzgerald – El Periódico

El año 2008, ‘The Times’ la consideraba uno de los 50 mejores escritores ingleses desde 1945, pero antes todo había sido paternalismo y desdén para la escritora que publicó por primera vez a los 58 años, que vivió en un barco y en hogares para los sintecho, y que jamás se rindió: simplemente, parecía dejarse llevar.

Si aquel día de finales de verano en que pasé un rato con Helena Bonham Carter en Londres hubiera llevado encima una novela de Penelope Fitzgerald, teniendo en cuenta su incontrolable e invasiva curiosidad, apuesto a que no habría dudado en querer saberlo todo de la manera en que la obra de la no únicamente autora de La librería había sido acogida en España. Después de todo, habría dicho a continuación, ella la había conocido bien. Había sido su profesora. En una de esas crammer schools británicas. Una especialmente prestigiosa, en la que la mujer que escribió su primera novela –una novela de misterio divertidísima, para que su marido, al borde de la muerte entonces (1977), pasara un buen rato– daba clases. Y no únicamente a ella, también a Edward St. Aubyn.

El año 2008, coincidiendo con el momento en el que el reputado periódico británico The Times la incluyó en su selecto listado de los 50 mejores escritores ingleses posteriores a 1945 –un logro mayúsculo, teniendo en cuenta el desdén con el que la habían tratado desde que osara debutar como escritora a los 58 años, considerando sus novelas «meros entretenimientos »–, Julian Barnes le dedicó un extenso retrato en The Guardian. Barnes recuerda la única vez que coincidieron en un encuentro literario, y la forma en que aquella mujer, que parecía, escribe, «una abuela de las que cocina mermelada» –cosa que, además, hacía, y estaba francamente orgullosa de ello–, no podía evitar evidenciar que era un auténtico genio. Pero uno que había seguido su camino, alejándose del privilegio.

La familia ocultada

Porque Fitzgerald, que había nacido en 1916, era hija del editor de Punch, Edmund Knox, y, por lo tanto, sobrina del novelista Ronald Knox, del criptógrafo Dilly Knox y del estudioso de la Biblia Wilfred Knox. Aunque ni siquiera cuando escribió un libro sobre todos ellos, The Knox Brothers, que publicó el mismo año que su mencionada primera novela, The Golden Child, lo hizo jugando la carta de ser quien era, es decir, una Knox. «¿Cómo lo hizo?», se preguntaba Barnes en aquel retrato, refiriéndose a la forma en que se ocultó durante demasiado tiempo, y soportó su más que tímido ascenso a algún tipo de trono al final de su vida, cuando publicó las cuatro novelas (históricas) por las que sería admirada por tipos como él.

Fitzgerald estudió en Oxford, como lo había hecho su madre –que había sido la primera mujer en poder hacerlo–, y trabajó en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial, pero en 1941, cuando se casó con Desmond Fitzgerald –de ahí el cambio de apellido–, la cosa cambió. La escritora le había conocido en Oxford un año antes. Él estudiaba Derecho, pero acabó alistándose en la Guardia Irlandesa y, después de ser condecorado por su participación en una campaña en Libia, regresó a casa convertido en alcohólico. Pese a ello, ejerció de abogado un tiempo, y llegaron a coeditar juntos una revista literaria llamada World Review –en la que, entre otras proezas, publicaron Para Esmé, con amor y sordidez, de J. D. Salinger–, pero la cosa acabó explotando.

Profesora de Bonham Carter

Y sin embargo, de esos años en los que Fitzgerald trabajó para sacar adelante a su familia –porque con Desmond no podía contar, gastaba todo su dinero en bebida, y tenían tres hijos–, salieron sus primeras novelas. Llegaron a vivir, los Fitzgerald, no solo en el barco del que habla en A la deriva, la novela, o non fiction novel, que finalmente le valió el Booker –y que no evitó el comentario de desdén de su editor, que no la consideraba a la altura del premio, pensemos que por entonces tenía 63 años y era prácticamente una debutante–, sino también en un hogar para los sintecho, hasta que se les cedió una vivienda de protección oficial. Fue entonces cuando la escritora dio clase a Helena Bonham Carter, y a St. Aubyn, y cuando ocurre lo que cuenta en La escuela de Freddie.

La escuela de Freddie (Impedimenta), la novela que relata las clases a niños actores que dio en la delirante escuela Italia Conti (Temple, en la ficción), fue la última de las novelas autobiográficas que publicó. Solo después de aquello, como si estuviera llevando a cabo un inventario que debía existir para poder avanzar, firmó, en apenas una década, las cuatro novelas históricas –Inocencia, El inicio de la primavera, La puerta de los ángeles y La flor azul– que la permitieron ascender al trono de la mejor escritora inglesa viva del momento en el que la encontró Barnes. ¿Que cómo lo hizo? Tal vez así. Convirtiéndose en el personaje que había vivido todo aquello y que, para poder escapar, debía darle un sentido, y dejar constancia de su pasión, pero también de su inevitable lucha.

—Laura Fernández, 12 de junio de 2022