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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac – «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes», de Tatiana Tibuleac – La Voz

Un narrador adolescente, clínicamente furioso e institucionalmente recluido; una madre a la que desprecia profundamente; un padre que abandona a su familia; una pequeña hermana menor que murió de modo misterioso y traumático, una carrera de artista consagrado luego de quedarse sin piernas por un accidente junto a su primer amor.

Con ese desfile de fatalidades comienza El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac: violencia, destrucción, locura y drama a diestra y siniestra.

Esta es la primera novela de la autora, que nació en 1978 en Chisináu, la capital de Moldavia, escribió en diarios, fue reportera de televisión y se instaló en París en 2008.

En esas primeras páginas, hay, también, otra cosa: brevísimos capítulos en donde, en solo una línea, se describen los ojos verdes de una madre (Capítulo 24: “Los ojos de mi madre eran el deseo de una ciega cumplido por el sol”); un estado continuo de exacerbamiento que hace que el universo trágico de los protagonistas esté acompañado de gestos de comediante, y la invitación a un viaje de verano.

Es en el desarrollo de estos últimos tres elementos en donde, pasado el primer tercio del libro, la novela se centrará y de donde obtendrá su brillo y su sutileza: la crueldad dejará paso a una ternura inestable en estado de shock, y madre e hijo emprenderán el momento de las vacaciones y el aprendizaje.

Para el final quedará lo mejor. El lirismo que Tibuleac enmarcaba en los capítulos breves y que aparecía también, como pinceladas, a lo largo de los símiles de la novela (“A veces mi madre volvía rápidamente la cabeza para comprobar si la seguía y entonces parecía una mujer con la cabeza en la espalda que avanzara al revés”) funcionará como canto desbordado y epifánica despedida.

El libro de Tibuleac forma parte, así, de esa familia extraña que incluye a Las primas, de Aurora Venturini, con una pizca de la prosa banvillesca, un poco del narrador de El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, algo del adolescente salingereano y, por supuesto, los girasoles diarios de Van Gogh.

Es exactamente ahí, en la pintura de siglos anteriores donde está, finalmente, la mayor curiosidad del libro: el verano francés y pueblerino que sirve como escenario se parece a un verano del siglo pasado que sólo es contemporáneo porque el narrador se olvidó el cargador del celular.

Misterio y hallazgo: crear un tiempo histórico sintético, imposible, paradójico. Como un poema, impreso sobre una postal, en una captura de pantalla pintada por un artista de un futuro destrozado.

—Pablo Natale