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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Penélope Fitzgerald & Olivia Manning: Té para dos – «La escuela de Freddie», de Penelope Fitzgerald – ABC Cultural

¿Cuál es el posible motivo para que aquí tomen juntas el té Olivia Manning (Porsmouth, 1908-1980) y Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916-2000)? Ambas son inglesas, claro. Y las dos son escritoras. Pero lo que acaso las vuelve más reunibles es el pertenecer a esa cantera aparentemente inagotable de la literatura británica de la que no dejan de extraerse escritoras de primera clase catalogadas inicialmente como –tal vez por su abundancia– secundarias (y de allí salieron, brotaron, también posibles invitadas como Elizabeth Bowen, Muriel Spark, Elizabeth Taylor y las siguen otras muchas hasta llegar a –hoy en actividad y muy de moda y recién muy merecidamente redescubierta– Tessa Hadley). Fitzgerald puso a hervir su carrera literaria ya casi a los sesenta años. Comenzó firmando biografías tan modélicas como originales y, en 1977, se adentró en la ficción con un ‘thriller’ cómico faraónico para divertir a su marido agonizante. Después, enseguida y a toda velocidad, cuatro novelas de raíz autobiográfica (entre las que se cuenta la muy conocida ‘La librería’ y la ganadora de un discutido Booker, ‘A la deriva’) y otras cuatro de trama ajena e «histórica», pero todas íntimamente virtuosas y formalmente magistrales (‘Inocencia’, ‘La flor azul’, ‘La puerta de los ángeles’, ‘El comienzo de la primavera’). ‘La escuela de Freddie’ (1982) es de las primeras (nutriéndose de la pasada experiencia docente de Fitzgerald en la londinense escuela ‘Italia Conti’), pero ya apuntando modales de las segundas. Aquí, una escuela –Freddie’s, alias de la Temple Stage School– dedicada a la «producción» de pequeños actores para obras de teatro del West End, ya se trate de ‘Pucks’ o de ‘Wendys’.

Edad imprecisa: Y Frieda «Freddie» Wenthworth es la formidable mujer de origen desconocido y edad imprecisa pero de personalidad casi dickensiana, que podría pasar por descendiente directa de Falstaff. Y, sí, ‘La escuela de Freddie’ es un divertido divertimento acerca de las estrategias con las que la poderosa, pero a menudo impotente Freddie, mantiene férreo control de su castillo. Pero, también, apenas subliminalmente, un flemático tratado en narración de las maneras en que los adultos se relacionan con los niños que fueron y los niños que siguen siendo y serán por siempre. Igual infantilismo a destiempo y temor ante el paso no del tiempo sino de los tiempos (las arrugas y grietas provocadas por sus terremotos de réplica con la Trilogía de Levante– insistiendo en las idas y vueltas del matrimonio desparejo de los Pringle –la reservada Harriet y el demasiado sociable Guy– por una Europa Central con Segunda Guerra Mundial recién declarada, estrenada.

Montaje final: Aquí, también, fuertes raíces autobiográficas para algo que se lee como una suerte de inclemente Ingmar Bergman poseído por la picaresca de extranjería de Maugham & EvelynWaugh & Graham Greene, para que David Lean acabe quedándose con dirección y montaje final. La sensación siempre es la de estar siendo cruelmente testigos de la versión claramente opaca y luminosamente gris de una Casablanca con una Elsa y un Rick que no sólo no se separaron sino que, además, se les da mucho peor aquello de arrojarse frases memorables (no está de más apuntar aquí que ambas trilogías fueron más que noblemente adaptadas por la BBC con el entonces tándem sentimental-creativo de Emma Thompson y Kenneth Branagh en los papeles protagónicos). Lo que no quita que lo de Manning sea –como lo de Fitzgerald– un perfecto ejercicio de sutileza para contar grandes acontecimientos universales a partir de pequeñas y privadas cosas de todos los días hasta fundirse unas con otras. Así, de este lado de la novela, la ‘nómade’ Manning acabó descubriendo que estaba casada con un espía comunista, declaró que nada le interesaba menos que la celebración póstuma de lo suyo (lo deseaba tanto en vida), y jamás pudo entender la fascinación por Iris Murdoch, a quien consideraba demasiado promocionada y arribista. También detestaba a Elizabeth Bowen. Alguien, no hace mucho, la definió así: «Ella no era Virginia Woolf. No era Kinglsey Amis. No era Iris Murdoch. No era una novelista intelectual. Lo que sí era: una escritora única». Como Penelope Fitzgerald. Ambas, ya son las cinco de la tarde pero nunca es tarde para convidarlas a que nos conviden– muy cargadas pero con dos de azúcar, por favor.

Por Rodrigo Fresán, ABC Cultural (23 de julio de 2022)