cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Robots que leen, humanos que recuerdan: Sinsonte, de Walter Tevis – «Sinsonte», de Walter Tevis – Jotdown

Desde que tengo uso de razón siempre he querido ser Eddie Felson. Eddie Felson, «el Rápido». Joder, ahí es nada. Bueno, mis colegas dicen que tiendo más al Gordo de Minnesota, pero eso es porque son unos tontainas, y unos desaprensivos, y ya no los ajuntoea.

Sinsonte
Sinsonte, de Walter Tevis. Imagen: Impedimenta.

Y eso, que Eddie Felson. Fíjense, Eddie Felson, nada de ese niñato de Vince, que ya me dirás quién puede aspirar a ser como Vince. No, no, jugamos a lo grande. Eddie Felson. O sea, Paul Newman. Y en blanco y negro, además. The Hustler. Oh, sí, The Hustler. Estilo jugando, estilo sonriendo a este y aquella, estilo para trenzar dibujos de la aflicción que aun no es, pero es, tú sabes que es. Sí, Eddie Felson recogiendo su balabushka y siendo más elegante en la victoria de lo que jamás nadie pudo serlo por derrotas. Ese Eddie Felson.

Nosotros le dábamos mucho al billar, y The Hustler casi memorizada. El Buscavidas, le dijeron aquí. Peli de Scorsese, adaptación literaria. Primera novela de su autor, oiga, que tiene mérito. Se llamaba Walter Tevis (1928-1984), y de él vengo a hablarles.

(Ustedes igual a Walter Tevis lo conocen más por la serie Gambito de Dama, pero es porque son unos tipos de la generación Z, y se pasan la vida viendo narraciones episódicas que desprecian las elipsis, en lugar de echar sus tardes en mesas de billar, rodeados de quinquis pequeñucos, cuñados que no saben colocar bolas y, en general, dulce aroma a adolescencia que no vuelve).

Viene esto a cuento porque la editorial Impedimenta acaba de traducir Sinsonte, una de las novelas más míticas de Walter Tevis, y la cosa es tan interesante como uno pudiera pensar. Narración postapocalíptica (las narraciones apocalípticas se han vuelto aburridas, porque las ves a diario en la tele) sobre una sociedad donde los humanos olvidaron cómo leer y los robots manejan bastante el asunto.

Vale, dos aspectos previos. En primer lugar: qué coño tendrán los sinsontes, machos. Los sinsontes son pajarillos insignificantes que, dicen, pueden cantar con un montón de trinos diferentes. Quizá por eso han sido tan usados en literatura (que es el arte de las cien voces). Sí, joder, sinsonte, como en Matar a un sinsonte. Solo que aquí lo tradujeron por Matar a un ruiseñor, que los sinsontes solo están por América, y se nos quedaba la metáfora cojuca. Yo hubiera optado por Matar a un miruello, pero es que a mí me encantan los miruellos (Matar una miagona también tiene lo suyo, ¿eh?). En fin, eso, que sinsonte, ya saben lo que es, quesito verde. Y segundo: contexto. Dice la leyenda que a nuestro amigo Walter Tevis se le ocurrió la idea de este libro mientras daba clase en la Universidad de Ohio. Que sus alumnos cada vez leían menos, y eso lo empujó a escribir sobre una distopía en la cual todo aquello de leer estaba más que enterrado. Deducimos, de esta forma, que si el bueno de Walter estuviese hoy en el sistema universitario español posiblemente Sinsonte fuese una tetralogía con varios miles de páginas, porque…

Y hasta aquí el lamento.

A ver, los ecos son bien fáciles. Que si Bradbury (por los libros), que si Huxley (por las drogas), que si un poco de Asimov (por esos robots que deben obedecer pero acaban perfeccionándose tanto que su obediencia es opresión), que si cuarto y mitad de Dick (el cristianismo primitivo gravita por algunos fragmentos de la novela como nube a punto de descargar lluvia), que también sus aires de Matheson (ese Nueva York abandonado y semisilvestre), que ponme también algo de Clarke, igual lo hago con arroz, a mis hijos les chifla (¿ordenadores con sentimientos y saltos evolutivos?, check).

Con todo esto… ¿es una novela original? Pues, miren ustedes, sí. Y lo es desde varios puntos de vista, entre los cuales lo puramente especulativo no es el más importante. Y menos mal, porque a veces la ciencia ficción dura… en fin, se hace bastante dura, sí. Sinsonte no. De primeras le ayuda su narrativa polifónica, así como el carisma de los tres personajes principales (y casi únicos). Podemos comprender perfectamente esa razón por la que hacen todo lo que hacen, incluyendo los impulsos del robot existencialista, un ser tan bello y admirable que es más que los seres humanos, pero a le vez mucho menos que cualquier humano. Porque su vida, aunque larga, resulta fútil en dos sentidos: no puede disponer de ella, no puede trascender a ella (ni siquiera a través del éxtasis, porque tiene una construcción de lo más sádica, tipo Ken de la Barbie). Milton hubiese sonreído con Spofforth, sin duda (yo siempre he pensado que Milton iba con… bueno, en fin, con los que caen). En el fondo estamos ante la historia más antigua de la humanidad. Porque pueden añadir un hombre, una mujer, el desvelar del conocimiento, cierta serpiente traicionera (y con truco), una fruta apetitosa (con truco también), el nacimiento del primer bebé (o del primer bebé en demasiado tiempo). Igual les va sonando, oigan.

¿Relectura futurista de lo cien veces contado? Nah, menudo bluf entonces, colega. Digamos que la novela trabaja en el plano narrativo y en el plano filosófico. El orden no es casual, advierto, porque la literatura primero debe ser «literaria» y luego ya más tarde, si eso, hacerte pensar. Darle la vuelta al adagio conduce a bosteceras, digresiones sobre el imperativo categórico y, en resumen, novelillas de Robbe-Grillet (me encanta Robbe-Grillet, soy así de incoherente). En lo puramente argumental… coño, es que Sinsonte es una obra muy potente. Y variada. Que tiene su aquel de bildungsroman, su poco de drama carcelario, sus aires a mundos con zombis (solo que se escribió en 1980, y de aquellas la cultura Z no era tan popular), su toque Mad Max, su Planeta de los simios con cafeteras en lugar de orangutanes. Y hasta algo de terror, porque el descubrimiento lento, paulatino, del mundo que te circunda siempre resulta horrible, ¿no? (la escena de los niños en el zoo está especialmente bien lograda). Todo eso, así que yo recuerde.

En lo de andar pensando… bien, cosas gruesas. Cuán importante es la memoria, por ejemplo, y hasta qué punto nosotros podemos ser nosotros si no recordamos qué es lo que somos nosotros. Y ellos, vaya. Los límites de la humanidad, cuál es ese hálito que diferencia a Homo sapiens y máquinas. Aquí aparece un test de Turing a lo bestia, pero a lo bestia-bestia. Qué es la religión, cómo nos sostienen las viejas historias, de qué forma podemos modelarlas para que acaben diciendo lo que es necesario (o innecesario, o nuestro propio capricho) en cada instante. O si necesitamos del dolor (de la alegría, sí, pero también del dolor) para no olvidar las profundidades de nuestra propia personalidad. No enarquen cejas, les prometo que todo esto está tratado de forma reflexiva pero amena. Narración de aventuras con trasfondo filosófico, sesión doble, Robert Neville con una camiseta de Edmund Husserl. Es muy disfrutable, de verdad. En serio, créanme.

Ah, y que no se me pase: Sinsonte también nos plantea la pregunta última. Estremecedora y terrorífica. ¿Es habitable un mundo en el que no puedes leer?

Yo tengo clarísima mi respuesta.

—Marcos Pereda, Jotdown Magazine, 29 de agosto de 2022