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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El cierre de una odisea literaria en perpetua El cierre de una odisea literaria en perpetua metamorfósis – «El ala derecha», de Mircea Cartarescu – La Lectura

El cierre de la monumental trilogía del rumano Mircea Cartarescu deslumbra (o ciega) con una inagotable prosa escrita como poesía que talla un monumento a la palabra como forma de resistencia cultural

En una entrevista reciente al buque insignia de la literatura rumana, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), leo que su madre, «una simple campesina sin estudios», les contaba todas las mañanas, a su hermana y a él, el sueño que había tenido, y me costaría encontrar una es-cena más cercana al origen de la literatura que esa: un relato (oral) hilado ante un par de rostros entregados a la sorpresa en que la imaginación –suma de inconsciente, memoria y don narrativo–, ajena a las cortapisas de la teoría, construye libremente un mundo tan real como la habitación donde todo eso ocurre.

Y me detengo en este comentario del autor de Solenoide por-que su trilogía Cegador [El ala izquierda (1996), El cuerpo (2002) y El ala derecha (2007), las tres partes que componen la figura del lepidóptero, símbolo griego del alma, cuya simetría sigue siendo «la más perturbadora ilusión del mundo, el hechizo más profundo de nuestra mente»], tiene algo de esa escena, así como del carácter infinito y multidimensional de los sueños, de invención desbocada. Por eso, resumir la trama del volumen que completa las mil quinientas páginas de una odisea literaria como pocas –con apenas una docena de personajes a pesar de su extensión– es en cierto modo irrelevante en comparación con el impulso que lo sostiene.

Sí, El ala derecha se vuelve hacia la encrucijada entre dos historias de diferente escala: la de la figura paterna del alter ego del autor; esto es, la del comunista convencido que asiste a la traición de la utopía por parte de una oligarquía mediocre y brutal cuya voracidad convirtió Rumanía en una tierra desoladoramente absurda que «extraía su energía de la nada y de la melancolía», y la del desmoronamiento irreversible de la «quimera ceausista» que expresa su íncipit –«Era el año del Señor de 1989. La gente oía hablar de guerras y de revueltas, pero no se asustaban, pues esas cosas tenían que suceder»– y encuentra su encarnación en la Casa del Pueblo (que ni era casa, ni era del pueblo), un edificio que era «todos los edificios a la vez, de todas las épocas y de todos los continentes» en el que se reconocía «la Universidad Lomonósov, el faro de Alejandría, el Empire State Building, los zigurats y las pirámides, el Reichstag, la Torre de Babel», entre otros iconos arquitectónicos.

Entre una cosa y la otra se encuentra una ciudad, Bucarest, la antigua París del Este desfigurada, presa de casi cuatro décadas de documentado horror y represión, protagonista forzada de una película muda en blanco y negro. Y esta ciclópea hazaña literaria de Cartarescu arranca a su ciudad del ostracismo, convirtiéndola en un Aleph desde el cual acceder simultáneamente a todos los recovecos del universo.

UN TRÍPTICO UNIVERSAL “Vivir es la única respuesta posible a las preguntas existenciales”, afirma un Cartarescu que especialmente en esta trilogía, una epopeya sobre la infancia, la muerte, la imaginación, el sueño y el amor que imbrica lo divino y lo humano con su infancia en la Bucarest de los 60 y 70, eleva la memoria personal y familiar a una categoría universal. “Procuro que mis textos sean válidos en todos los tiempos y en todos los lugares”

Como un Proust bucarestino que evocase su infancia y adolescencia después de encerrarse varios años de dictadura de plomo en un apartamento destartalado del barrio de Floreasca con bibliografía de Pynchon, Borges, Feymann, Freud, Hoffmann, Nabokov, García Márquez, Kafka y todos los maestros del surrealismo y el realismo mágico, Cartarescu deslumbra (o ciega) con una prosa escrita como poesía inagotable y rizomática, cósmica y terrenal, onírica y mundana, detallista y panorámica que talla un retablo-mundo a modo de monumento al poder de la palabra, la fantasía y la resistencia cultural.

Aunque un grado menos libérrima que las dos primeras entregas porque de alguna manera intenta cerrar líneas argumentales –como la del «vagabundo alcohólico» Herman, vecino y amigo de Mircea con una grave deformidad física, un especulador filosófico al que le detectarán un particularísimo tumor cerebral o la de un antepasado polaco de origen noble, Witold Czartarowski–, hasta la apoteosis final, en que asistimos al milagroso re-encuentro con Victor, el «hermano oscuro» –gemelo arrebatado al Mircea de ficción cuando no había cumplido los dos años–, tan imprevisible como el combate entre una mariposa y una araña, El ala derecha viene a dejar en el lector una sensación ambivalente de agotamiento y saciedad que viene a ratificar que «existiremos eternamente porque, durante un instante, hemos existido».

Cegador es un cuerpo vivo, y como tal se metamorfoseará cada vez que se abran sus páginas, que viene a ser la aspiración mítica de la literatura universal.

—Marta Rebón, La Lectura, 30 de septiembre de 2022