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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La conciencia que aletea -Pablo Bujalance – Diario de Sevilla

Con la tercera entrega de ‘Cegador’ recién publicada por Impedimenta, el rumano Mircea Cartarescu se confirma también en lengua española como un caso aparte en la historia de la literatura.

Vistas hoy, las imágenes del juicio y posterior fusilamiento de Nikolae y Elena Ceaușescu conservan su impacto estremecedor si bien, al mismo tiempo, parecen remitir a un mundo antiguo, como si aquel día de Navidad de 1989 correspondiera no ya a otro siglo, sino a otra era, lo que probablemente es cierto: los acontecimientos trascendentales se han precipitado desde entonces, en virtud de la inasumible aceleración informativa, no ya como episodios de una efeméride al uso, sino con verdadero ánimo fundacional. La grabación en vídeo divulgada cuando aún se mantenía álgida la celebración por la caída del Muro entrañó un alivio considerable para buena parte de la sociedad rumana, si bien la Europa Occidental la recibió, con toda su carga de patetismo, como la confirmación de que la historia, a pesar de todo, seguiría escribiéndose más o menos como siempre. Hay un momento de esta grabación en el que este patetismo se desborda: una vez leída la sentencia, los soldados proceden a atar las manos del dictador y su esposa con una cuerda, rudimentaria e impropia de la gravedad del momento; mientras Nikolae Ceaușescu profiere sus amenazas contra los “traidores” responsables del “golpe de Estado”, Elena se dirige a sus verdugos con la misma ponzoña criminal que gastó siempre en sus alocuciones al pueblo, al que despachaba como a un chiquillo caprichoso y de hábitos reprobables: “Niños, sois niños… No podéis hacerme esto, yo os he criado como una madre”. Aquellos niños, portadores de una eterna minoría de edad, ponían fin con aquel ajusticiamiento a décadas de una condena atroz e inhumana en la que cualquier atisbo de sentido común quedaba fulminado; en la que, tal y como demostraron las tiranías más crueles del siglo XX, y tal y como había vaticinado Franz Kafka con tan terrible precocidad, no eran ya necesarios los juicios ni las sentencias como las que sí tuvieron los Ceaușescu en su último día para ser objeto de un veredicto de culpabilidad. Tras la muerte del dictador, tampoco podían los ciudadanos rumanos presumir de muchas certezas, pero sí, tal vez de un valor que les había sido negado de manera fehaciente: la esperanza. Ante el interrogante sobre qué hacer, cabía acogerse a aquella posibilidad. Esperar a que algo bueno pasara de una vez.

Portada de 'El ala derecha', tercera entrega de 'Cegador'.
Portada de ‘El ala derecha’, tercera entrega de ‘Cegador’. / IMPEDIMENTA

Que Elena Ceaușescu se arrogara la calidad maternal de quienes iban a disparar contra ella implicaba un desnacimiento, una inversión del orden natural de la existencia. La esperanza entrañaba así una exigencia notable: había que nacer de nuevo y confiar en que el cuerpo que habría de acoger tal concepción revistiese más dignidad. Eso sí, frente al discurso común que apuntaba a una regeneración nacional tal y como demandaba la nueva coyuntura en la Europa del Este, algunos de los artistas y escritores que se habían visto obligados a lidiar con la clandestinidad y la censura durante el mandato de Ceaușescu entendían que el verdadero alumbramiento debía darse, mucho antes, en una dimensión más íntima. Mircea Cartarescu (1956), que como poeta había sabido de tal clandestinidad en el Cenáculo de la Luna de la Universidad de Bucarest, publicó en 1996 la primera parte de la novela Cegador, una trilogía que imitaba en su estructura formal la anatomía de una mariposa: aquella primera entrega llevaba por título El ala izquierda, a la que siguieron en 2002 El cuerpo y en 2007 El ala derecha. Más allá de lo formal, sin embargo, el empeño del escritor en este proyecto de vida era procurar, mediante la escritura, ese nacimiento anhelado en una esfera particular. Esto es, dar a luz una nueva conciencia capaz de enfrentarse a un mundo en el que pudiera saber a qué atenerse. El sello Impedimenta, en un titánico esfuerzo editorial, ha publicado en los últimos años las dos primeras entregas y ahora acaba de hacer lo propio con El ala derecha, lo que, merced a la traducción magistral de Marian Ochoa de Eribe, permite al lector en lengua española reconocer en Cartarescu, ya sin género de dudas, un caso aparte en la historia de la literatura. O, digámoslo con más claridad: un autor capaz de llegar a donde nadie lo había hecho antes.

Las referencias generales tienden a definir El ala derecha como el testimonio literario más fiel y pormenorizado de la vida en Rumanía durante los últimos años del yugo de Ceaușescu. Y, sí, desde luego hay mucho de eso: el narrador, llamado Mircea, da buena cuenta de la carestía, el miedo, el acoso cada vez más estrecho de la Securitate, la imposibilidad de definir algo parecido a un día a día, la sospecha continua, la persecución, la degradación de la experiencia humana. Pero es, también, mucho más. Hay que advertir en la identidad de Mircea no tanto una convención autobiográfica, ni mucho menos un coqueteo con la autoficción, por más que todo apunte a que el autor está poniendo en juego sus recuerdos particulares; sino la odisea de alguien que ha decidido alumbrar una nueva conciencia desde la escritura para ocupar un lugar en el mundo: “Tengo en el cráneo un manuscrito arrugado, apretujado ahí dentro, escrito con billones de letras grises. Intento reproducirlo, idéntico, en hojas blancas. No entiendo qué pone, copio tan solo, como un niño retrasado, la forma ondulada de los axones, las proyecciones del hipotálamo en la corteza”. El autor se deja guiar en esta travesía por el himno de San Pablo¡Maran Atha!, ¡Ven, Señor!, como faro de esperanza: no en vano fue San Pablo quien mejor identificó la transición del hombre viejo al hombre nuevo. Durante las dos primeras partes de Cegador hemos asistido a la construcción de esta conciencia. Ahora, en El ala derecha, con la anatomía ya completa, la conciencia aletea y se atreve a nombrar al mundo. Y nunca se habrá enfrentado el lector a algo parecido a esto.

NADIE HABRÍA ESPERADO UN NUEVO PROUST EN LA RUMANÍA DE COMIENZOS DEL SIGLO XXI, PERO AQUÍ HAY ALGO MÁS QUE PROUST

Nadie habría esperado un nuevo Proust en la Rumanía de comienzos del siglo XXI, pero aquí, y que Dios nos perdone, hay algo más que Proust. No sabríamos qué habría sido de En busca del tiempo perdido de haber vivido su autor la experiencia de Cartarescu, pero donde Proust presenta una conciencia portentosa, sin medida, desbordada y tocada por el genio a la hora de reconocer el mundo, Cegador narra el génesis de esa conciencia, desde la primera gota de la crisálida hasta el aleteo que nos confirma su vida en plenitud. Y es ahí, en el hálito que precede a la mirada, donde el mundo, mucho más allá de Ceaușescu y Rumanía, de todos los tiranos y todos los territorios, puede contarse en una novela y habitarse en un libro. Es difícil señalar otra escritura capaz de hablar con tal autoridad del poder creador de la literatura como el Cegador de Cartarescu. Así que corresponde leer y, después, leer de nuevo. Con la esperanza de nuestro lado.    

—Pablo Bujalance, Diario de Sevilla, 16 de septiembre de 2022