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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Pinceladas de modernidad en la cruda Galicia franquista – La Lectura (El Mundo) – 11 de noviembre de 2022

En estos 12 cuentos de Carlos Casares, publicados en 1967, late el alma de una literatura gallega ajena a los tópicos que habla de las penurias de una situación social adversa.

¿A qué nos referi­mos cuando habla­mos de «literatura gallega»? ¿Qué esperamos de las palabras que nos llegan des­de allá? Al recibir un libro co­mo Viento herido, de Carlos Ca­sares (Ourense, 1941-Nigrán, 2002), ¿qué aúllan nuestros pre­juicios, antes de comenzar a re­correrlo?

Estén más o menos justifica­dos, los estereotipos dicen que es muy difícil que en la literatu­ra gallega estén ausentes la na­turaleza, el mar, la lluvia, la tie­rra nutricia que trabajar con mu­cho esfuerzo, los animales más próximos (vacas, perros…) o los más libres (pájaros…), los ali­mentos elementales, la pesca, los naufragios y una especial relación con los muertos (y, en general, una tendencia muy fe­cunda a lo fantástico). Aparte, sobrevuela siempre cierta sen­sación de pobreza general en medio de un contexto fértil, o al menos la amenaza de las caren­cias, del hambre, del frío…, lo cual trae de la mano el subtema de la emigración («el gallego no protesta, el gallego emigra», de­cía Castelao) y, como consecuen­cia de casi todo lo anterior, la ine­vitable presencia de la melanco­lía en esa particular variante local conocida como morriña.

En esa literatura el paisaje no es un decorado, sino un perso­naje que siempre tiene cosas principales que decir, y a quien se escucha con mucha más devoción que en otras latitudes: es ese famoso «panteísmo» que atraviesa aquella tierra y aquel idioma desde los versos de Rosalía de Castro hasta los rela­tos de Álvaro Cunqueiro, desde el inolvidable El bosque anima­do de Wenceslao Fernández Fló­rez hasta las novelas más deli­beradamente galleguistas de Ca­milo José Cela o, mejor, Gonza­lo Torrente Ballester, desde las Cosas del mencionado Castelao hasta muchos de los relatos de Manuel Rivas o de las novelas de Cristina Sánchez-Andrade (por ejemplo La nostalgia de la mujer anfibio, que ha publicado este mismo 2022).

Y es precisamente Sánchez ­Andrade la que no sólo tradu­ce sino que epiloga los doce bre­ves cuentos de Viento herido, los cuales contribuyen a desde­cir todo eso que habíamos su­puesto, ya que, sin dejar de ser «muy gallegos», en estas pági­nas no encontramos lo previsi­ble ni lo consabido, sino más bien un sorprendente revulsivo en forma de literatura social.

Este libro se publicó en 1967 en la determinante (y vivísima) editorial Galaxia, y esa fecha so­bresalta, pues algunos de los cuentos, sin ser granadas de mano, sí tratan (o sí contienen) situaciones, personajes o deta­lles que ni siquiera a esas altu­ras del franquismo (no tan rela­jadas en lo que respecta a la cen­sura de lo que muchas veces se piensa) parecían publicables. En «Como lobos», por ejemplo, se habla de la violencia de «las fuer­zas del orden», las detenciones no demasiado ortodoxas y las torturas que, como las que sufre «el Rubio» ante la expresiva im­potencia de su hermano y sus amigos, terminan con un cadá­ver en una cuneta.

La publicación de Viento herido no supuso únicamente un terremoto literario. Debido a la inclusión de un ‘paseo’ en el cuento «Como lobos», la obra sufrió un intento de secuestro por parte de la censura franquista, que el entonces editor de Galaxia, Fernández del Riego, evitó, avisado, al esconder los ejemplares. Cuando la policía llegó, se le dijo que ya se habían vendido todos y se reimprimieron posteriormente.

Pero esa violencia, adoptan­do diferentes formas, es una de las protagonistas de Viento herido, bien sea la de los juegos más crueles de los niños (así en el primer cuento del conjunto, «El juego de la guerra», que, como la primera nota de las partitu­ras, ya da el tono general, y que tiene continuidad en «Voy a que­darme ciego»), bien la de la vejez, la soledad y el tedio («Larga espera el sol»), la del desamor y la nostalgia («La muchacha del circo») o la de la miseria, la supervivencia y la muerte (como en «El Judas», tal vez el mejor re­lato del libro).

Ya hemos citado las Cosas de Castelao, y ese libro fundador es buen antecedente para en­tender las intenciones de Car­los Casares. Pero, curiosamen­te, el último traductor de ese libro, recuperado el año pasa­do por Libros del Asteroide, fue el malogrado Domingo Villar, quien a su vez ofreció en ese precioso volumen que tituló Algunos cuentos completos (y que, de verdad, es un libro emo­cionante) un último eslabón de esa cadena genealógica, muy deudor del tono y de la mirada de sus precursores. Como con­traste de todas esas penurias enumeradas, en estos tres títu­los está la otra cara, la de la com­pasión, el valor, la fraternidad o la alegría, pero hay que esfor­zarse por encontrar indicios de todo eso en Viento herido, un libro duro pero muy bonito, tan amargo como hermoso.

«Por delante de la cárcel pasa un perro», leemos en «Cuando lleguen las lluvias», y es un buen resumen del libro: rutina o, me­jor, inercia, en medio de una si­tuación social adversa. Un has­tío, un miedo y un dolor que se llevan consigo casi todo.

—Juan Marqués, La Lectura (El Mundo), 11 de noviembre de 2022