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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Sin lugar para el lenguaje – Diario Información – 25 de septiembre de 2022

Si Franz Kafka no hubiera utilizado la escritura para canalizar el rencor hacia su padre, como lo hizo, la humanidad se habría perdido ese extraordinario universo que llamamos kafkiano. Baste entender que quiso titular su obra completa Tentativa de evasión de la esfera paterna. En la que es quizá la más célebre de la literatura, su Carta al padre, el autor checo dejó explícito no solo la imagen que tenía de él, sino cuánto ese conflicto entre los dos era el motor esencial de su escritura; más que una carta de despecho es un manifiesto artístico. Desde la impotencia se construye a sí mismo y produce obra. En otros relatos como La condena y La metamorfosis traslada a familias ficticias esas problemáticas.

En sentido inverso, debemos una de las piezas más emblemáticas de la literatura española —Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique— a los sentimientos que despierta en el poeta la pérdida del ser al que tanto adoró, lo que lo lleva a plantearse cuestiones como el paso del tiempo, el sentido de la vanidad mundana y la muerte.

Ante historias que tienen a sus padres o madres por protagonistas, los autores manifiestan un dilema en común: la angustia por lograr que el lenguaje obedezca a la hora de narrar lo más íntimo. En muchos, la literatura como lazo parece elevar la relación hacia un encuentro aún más profundo e inclasificable. «…la historia que intento contar es de algún modo incompatible con el lenguaje, el grado en que se resiste al lenguaje es una medida exacta de cuán cerca estoy de llegar a decir algo importante», escribe Paul Auster en La invención de la soledad, el relato donde intenta duelar la muerte del padre y comprender su personalidad, su distancia afectiva. Le da materia para, además, plantearse su propio rol como figura paterna.

No es el único que, al hablar sobre el padre, analiza el sentido de su actividad como escritor. El discurso que Orhan Pamuk leyó al recibir el premio Nobel, editado con otros textos breves en La maleta de mi padre, es un bellísimo enfoque de cómo la relación con su padre —un escritor en las sombras— influyó en su dedicación a la literatura y todo lo que esta simboliza. «Mi peor miedo era que mi padre fuera un buen escritor. Porque si de su maleta surgía verdadera gran literatura, tendría que aceptar que dentro de mi padre existía un hombre distinto», dice ante la disyuntiva de revelar los escritos secretos de su progenitor.

Algo así ocurre también en Un padre extranjero, de Eduardo Berti, ahora continuado en Un hijo extranjero, donde literatura y vida conviven en la relación padre-hijo a través de las turbulencias de diversas migraciones y la búsqueda por las raíces, la lengua, la identidad.

«Lo único abundante en casa eran los libros… Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro», narra en una escena extraordinaria Amos Oz sobre una infancia en la que sus padres, con todo pesar, salían a vender libros cuando no quedaba nada para comer. «Cuando tenía unos seis años, llegó un gran día para mí: mi padre me hizo un hueco en una de sus vitrinas y me hizo trasladar mis libros ahí», dice en su autobiografía, Una historia de amor y oscuridad.

El analfabetismo y la pobreza de su madre no impidieron a Albert Camus —huérfano de padre por la guerra— hacerse con el Nobel que le dedicó a ella, por ser quien lo había apoyado a lo largo de su carrera. El primer hombre es la autobiografía novelada que Camus llevaba, todavía como manuscrito, en su maleta el día que murió.

En el ensayo Madres, padres y demás, Siri Hustvedt reúne semblanzas de su familia real junto a figuras que elige como parientes literarios: Jane Austen, Emily Brontë, entre otros. Mientras que Colm Tóibín hace un análisis fascinante de las figuras maternas o paternas en las obras de Jane Austen, Henry James, Beckett, Borges y muchos más, en su fantástico Nuevas maneras de matar a tu madre.

Es sabido que autoras como Virginia Woolf o George Eliot solo pudieron empezar a escribir cuando murieron sus padres y se liberaron de una presión que las enmudecía, una vez que habían logrado retratarlos en sus obras. Por alivio o por dolor, son variados los casos en los que la enfermedad o la muerte funciona como disparador necesario de un gran relato.

—Mariana Sández, Diario Información, 25 de septiembre de 2022