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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Jon Bilbao. Ficción, autoficción y un pistolero – La Opinión de Málaga – 26 de febrero de 2023

Son cada vez más difusas las fronteras entre las figuras de escritor, narrador y personaje. Los viejos manuales dejaban muy claras las líneas de separación, pero ya hace tiempo que fueron abolidas por un modo de contar historias que se complace en mezclarlas, en hacerlas permeables unas a otras, construyendo un entramado en el que la narración se convierte en una continua alternancia en la que el escritor es personaje, el personaje es narrador y el narrador es el escritor contándonos su propia vida (autobiografía) o, en realidad, lo que él quiere que creamos que es su propia vida (autoficción). Este hecho, el de la autoficción, ha permitido construir un nuevo punto de vista narrativo y por tanto una nueva forma de contar historias menos sujeta a la acción, más libre, en tanto que al escritor ya no le es necesario inventarse un mundo imaginario, unos personajes, un paisaje. Con la autoficción le basta con recrearse a sí mismo (y a sus seres próximos) instalándose en el eje de la acción como único paisaje posible.

En los modelos más clásicos de narración, en la ficción en estado puro, los lectores abordan el texto bajo lo que los especialistas suelen llamar «pacto de lectura» que es el que permite que, por ejemplo, una novela histórica no se entienda como un documento verídico. Aceptamos desde el principio que lo que van a contarnos es ficción y lo asumimos con todas sus consecuencias.

Otra de las características de la autoficción es que no se rige propiamente por ningún pacto de lectura, sino que se estructura a partir del préstamo de ciertos aspectos de dos pactos de lectura específicos: el autobiográfico y el ficcional.

Por eso los especialistas sostienen que la autoficción propone lo que han dado en llamar «un pacto ambiguo» que es en realidad la combinación de los otros dos. De esta manera, el escritor de autoficción no dice necesariamente la verdad, aunque hable de sí mismo pese a la identidad – y no simple parecido– que tiene con su narrador y personaje, en un vaivén que se alterna entre los datos reales y los ficticios.

Más ambiguo aún es el pacto que nos propone Jon Bilbao, uno de los escritores más celebrados por la crítica en los últimos años, y cuya trayectoria está también avalada por un buen montón de premios prestigiosos. Con un acierto absoluto, el asturiano, en su último trabajo, Araña, recientemente publicado por Impedimenta, nos propone mezclar las aventuras «western» de su personaje «el Basilisco», pura ficción de la vieja escuela, en un mundo y en un tiempo muy dado a la recreación ficcional, el lejano oeste que tanto juego ha dado (pregunten por un tal Marcial Lafuente Estefanía), con la autoficción de contarnos (o hacernos creer que nos cuenta) su propia vida.

Recurre Bilbao, por un lado, a los protagonistas de sus anteriores Basilisco y Los extraños, concretamente a ese personaje fascinante que es John Dunbar, el arisco pistolero del lejano oeste al que se conoce también por el sobrenombre de «el Basilisco», embarcado esta vez en un viaje en el que ejerce de guía para unos peregrinos capitaneados por un visionario y su enigmática hermana. Pero esta historia, que ya de por sí valdría para que el libro fuese bastante bueno, porque es fascinante la manera en que Bilbao desarrolla la trama, pero aún más lo es cómo construye la naturaleza de sus personajes, la hondura que consigue imprimirles, haciéndolos tan fieramente humanos (que hubiera dicho Blas de Otero), se va mezclando con la de  Jon, el propio escritor, y sus seres más allegados (su padre, su madre, su ex mujer Katharina, sus hijos…) cuyas vicisitudes en el marco temporal de nuestro presente se irán mezclando, gracias a una sutil tela de araña, con las del pistolero.

El riquísimo universo simbólico de Jon Bilbao entreteje, así, una obra de múltiples significados, mezclando dos narraciones, la de ficción y la de autoficción, que se interrumpen y se cruzan hasta confluir en símbolos comunes como la casa familiar, un agujero en el techo y la inquietante figura de la araña, cuyo origen es incierto, pero que viene a representar el mal que acosa a los dos protagonistas, el Basilisco John Dunbar y su creador Jon Bilbao.

La escritura cargada de silencios, de elipsis que el lector deberá ir completando, es una de las características del estilo de Jon Bilbao. Otra de sus características esenciales es la facilidad para la creación de climas que se van enrareciendo, encerrándose sobre sí mismos, dando una sensación de opresión que se filtra al lector.

—Juan Gaitán, La Opinión de Málaga, 26 de febrero de 2023