Algo pasa en nosotros cuando, al azar, la cubierta de este libro cruza nuestra vista. Es algo magnético que te obliga a volver a mirar, a querer observarlo bien, a fijarte en cada detalle para no perderte nada. Su enigmática combinación de colores, formas y texturas te desafía, como queriendo decirte algo que no terminas de descifrar, pero incitándote a seguir jugando. Decides abrirlo y ojearlo y empiezas a descubrir un mundo donde las ilustraciones y la tipografía salen del papel para adentrarse en tu imaginación, como si todo lo que ves brotara de ella. Esto es la magia de Júlia Sardà y Sally Nicholls.

Una vez más, la ilustradora barcelonesa nos deja sin palabras. Al igual que con Atticus o Los Liszt, se nos presenta un estilo indudablemente particular de ilustrar personajes muy peculiares que, mezclados con la ingeniosa – y a veces irónica- prosa de Nicholls, crean una obra realmente misteriosa. Esta vez nos topamos con un pescador tan y tan pobre que, como regalo a su hijo por su bautizo, decide buscarle el padrino más justo y honrado que pueda encontrar, aquel que trate por igual a todos los hombres y mujeres, aquel que, tarde o temprano, siempre estará ahí: la insaciable Muerte. Desde entonces, nos convertiremos en partícipes de unos rocambolescos sucesos que llevarán al límite a nuestros, ya queridos, protagonistas.

Al final, como el pobre pescador, nos convertiremos en las insaciables víctimas de este placentero embrujo: leer una y otra vez Madrina Muerte.

—Miriam Rodríguez