Cartarescu es el autor de una obra inagotable, de una de esas obras a las que uno sabe que recurrirá siempre, con la certeza de encontrar en cada lectura una fuente estética colosal, única, extraña, cegadora, que contiene no solo la literatura de sus antepasados escritores, sino también un dominio de la física, de la ciencia, de la biología, que nos acerca desde lo literario a las grandes preguntas del ser humano.
Hemos llenado el tiempo vacío del arresto domiciliario con las más de quinientas páginas de El cuerpo. El cuerpo es la segunda parte de la trilogía Cegador, de Mircea Cartarescu. Antes fueron Solenoide y El ojo castaño de nuestro amor. Todas traducidas por Marian Ochoa de Eribe, que a estas alturas debe de ser una prolongación de la mente de Cartarescu, la parte de su cerebro que escribe en español. A este lector le deslumbran las obras literarias que contienen toda la literatura anterior. Y ese es el caso de Cartarescu. A simple vista, uno puede reconocer a Kafka, porque la literatura habla del yo del autor, a García Márquez, porque el sueño tiene el mismo valor que la realidad, y a Proust, porque la fuente que mana literatura es una fuente de recuerdos.