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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La bailarina», de Ogai Mori por Sarah Manzano

Vuelvo, como os prometí, para contaros los resultados de mis lecturas de verano. Esta vez vamos a hablar de La bailarina, de Ogai Mori, un relato cortito que tenía muchísimas ganas de leer, ya que lo anterior que había leído del autor me había gustado mucho.

Os aviso desde ya que se trata precisamente de eso, un relato corto que lo lees en apenas un rato, con todo lo bueno y lo malo que eso significa.La bailarina es una historia de amor. Contada con mucho arte y precisión, pero una historia de amor, al fin y al cabo. Toyotaro Ota, un joven japonés que destaca en los estudios, es invitado a pasar un tiempo en Alemania donde podrá estudiar y avanzar en su carrera política. Sin embargo, una vez en Berlín, conocerá a Elise, una hermosa bailarina alemana que lleva una vida durísima y con la que, en una mezcla de amor y compasión, comenzará una relación no demasiado bien vista por sus superiores y compatriotas.

Es una historia de amor, pero una historia de amor dura. El deber, el honor, las aspiraciones políticas se interponen entre el amor entregado y libre. Es una historia de amor, sí, pero también de pérdida, de lucha entre lo que se quiere hacer y lo que se debe, de egoísmo propio y extraño. Una historia bella y delicada, contada con el particular buen hacer de Ogai Mori, que hace que me reafirme en mi amor por él.

La bailarina también resulta una breve disección del contraste entre dos culturas tan diferentes a priori como la alemana y la japonesa. El propio Ogai Mori pasó una época en Berlín y mantuvo una relación con una alemana, de nombre desconocido, por lo que prácticamente podemos considerar este relato como (casi) autobiográfico. Escrito con la minuciosidad típica de los autores japoneses, el Berlín del siglo XIX visto por los ojos de un extranjero me ha enamorado y me han entrado unas ganas tremendas de volver a la ciudad.

De Ogai Mori ya hemos hablado varias veces, pero os recuerdo lo más significativo. Su nombre real era Rintaro Mori. Nacido en 1862, estudiaría medicina y alcanzaría el más alto grado de la carrera militar. Como ya sabemos, vivió una temporada en Alemania y más tarde se dedicaría a traducir a los grandes autores europeos, por lo que ese contaco con la cultura occidental darán como resultado un estilo literario netamente japonés pero sorprendentemente actual y cercano. Además de ‘La bailarina’ en nuestro país podemos leer El ganso salvaje (que recomiendo con todas mis fuerzas) y Vita sexualis. Moriría en Tokio en 1922, considerado uno de los mejores autores de la era Meiji.

La edición, como siempre, una preciosidad, y además cuenta con un acertadísimo prólogo de Fernando Cordobés que nos ayuda a conocer mejor el genio de Ogai Mori. Si tengo que destacar algo negativo, el final me ha parecido algo apresurado, pero en fin, teniendo en cuenta que se trata de un relato de apenas 60 páginas, pues tampoco sorprende. Eso mismo es un punto negativo: su brevedad, que hizo que, literalmente, me lo leyera mientras comía un día en solitario. No es que la historia debiera prolongarse mucho más, pero el autor me gusta mucho y me gustaría seguir leyendo cosas suyas. Sí, esto es un mensaje no subliminal para las editoriales. Hacedme feliz, anda.

Poco más puedo decir de La bailarina, salvo que me ha gustado muchísimo. Poco a poco le estoy cogiendo el gustillo a los autores japoneses y ya tengo uno del gran Soseki preparado y listo para leer. Si no habéis leído nada de Ogai Mori, nada mejor para empezar que este mini relato. El precio puede resultar algo caro para el tiempo que vais a tardar en leerlo, pero la edición es realmente bonita, y bueno, un capricho de vez en cuando tampoco viene mal, ¿no?

«Mientras caminaba me di cuenta de que había una joven sollozando apoyada contra la puerta cerrada de la iglesia. Tendría alrededor de dieciséis o diecisiete años. Su cabello dorado escapaba bajo el pañuelo que le cubría la cabeza y caía con gracia y ligereza. Sus ropas lucían inmaculadas. Sorprendida por el ruido de mis pasos, se giró. Sólo un poeta podría haberle hecho justicia. Sus ojos eran azules y luminosos, pero estaban ligeramente empañados por una triste nostalgia. Estaban protegidos por unas largas pestañas que prácticamente atrapaban sus lágrimas. ¿Qué había en ella capaz de atravesar todas las defensas de mi corazón al primer vistazo?»