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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Doble vida: los trabajos de los escritores

Una de las sensaciones literarias de la temporada es 'Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores', amenísima obra de la italiana Daria Galateria, publicada este otoño por Impedimenta.

En el libro se repasa la trayectoria de dos docenas de escritores de los dos últimos siglos, pero centrándose en los diversos oficios ajenos a la literatura que debieron desempeñar. Jack London, Kerouac, Paul Claudel o Boris Vian desfilan por estas páginas, en las que se desgrana el currículum vitae de cada cual, lo que sirve para comprender mejor la obra de algunos autores, como en el caso de Gorki, o para matizar los estereotipos sobre su persona, como sucede con Kafka -de quien se relata una anécdota que revela una inesperada filantropía-.
También en la literatura actual hay autores condenados a ‘trabajos forzados’, a una doble vida de trabajador de día y escritor de noche. ¿A qué se dedican los escritores cuando no están escribiendo? Veamos qué hacen los escritores de Cantabria.
Expertos en la materia
Si se puede hablar de ‘naturalidad’, uno de los oficios más recurrentes para los escritores es la enseñanza. Seguramente, a poco que repasemos la nómina de profesores y catedráticos de lengua y literatura de los institutos de Cantabria, nos daremos cuenta de la cantidad de docentes que emulan a Gerardo Diego y tantos otros, y que por la mañana explican y enseñan y por las tardes se dedican a crear esa misma literatura. Fernando Abascal, Lorenzo Oliván o Miguel Ibáñez serían buenos ejemplos de ello.
También enseña literatura en un instituto Borja Rodríguez Gutiérrez (Reinosa, 1958), quien publicó en 2009 su primera novela, ‘El traidor de la corte’, un relato de intriga ambientado en la Castilla del siglo XIV, editado por la editorial Roca.
El poeta leonés José Antonio Martínez enseña literatura desde hace varios años en Castro Urdiales. Publicó su ópera prima en los años noventa en la mítica colección Provincia y acaba de aparecer su segundo libro de poemas.
Carlos Rodríguez Mayo, además de escribir relatos y poesía experimental, y ganar con ellos unos cuantos premios literarios, enseña historia en el IES Ría del Carmen. Allí se encarga de contagiar su pasión por la escritura a través del blog colectivo ‘De puertas adentro’, escrito por sus alumnos y que hace las veces de boletín oficioso del centro.
En otras aulas, las universitarias, también encontramos escritores cántabros: Carlos Villar Flor (Santander, 1966) enseña filología inglesa en Logroño, donde también dirige la revista literaria Fábula. Y Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es profesor de estética en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca, y antes había impartido filosofía en un instituto de Cantabria.
Aparte de su carrera académica, la narradora Rebeca LeRumeur (Santander, 1981) enseña escritura creativa en talleres literarios. Más llamativo es el caso de Pablo Escribano, profesor de lengua española en Vietnam, que plasmó su experiencia en ‘Cuaderno de Saì Gòn’, publicado por El Desvelo en 2010.
El poeta Vicente Gutiérrez Escudero es también profesor, pero no de literatura, ni de ninguna materia afín a las humanidades. Licenciado en matemáticas, es profesor en el Centro de Adultos, las populares ‘escuelas verdes’. Allí comparte claustro y departamento con uno de los más activos divulgadores de la literatura regional, Luis Alberto Salcines, quien, además de mantener un taller de lectura, enseña matemáticas.
En los periódicos
También en el periodismo de nuestra región encontramos un nutrido grupo de escritores. Marcos Díez Manrique publicó en febrero ‘Puntos de apoyo’, un libro de poemas editado por La Grúa de Piedra, mientras trabajaba en el gabinete de prensa de la fundación Santander 2016.
El premio José Hierro de poesía de 2010 lo ganó Marta San Miguel, redactora de cultura de este periódico. En la misma redacción trabaja Guillermo Balbona (Bilbao, 1962), quien ha publicado ‘Azules disturbios, playas blancas’ (1988) y ‘El abandono está lleno de rosas’ (1994), y se rumorea que podría presentar pronto una nueva poética. También por la redacción han pasado José Ramón San Juan -que además es cantautor, y este año pasado publicó ‘Un fracaso ineludible’- y Javier Fernández Rubio, ahora redactor jefe de otra cabecera y a los mandos de la editorial El Desvelo; su puesta de largo como escritor fue en 2009 con el poemario ‘Cosas que sólo suceden cuando a ti te pasan’.
Tampoco es nada extraño ver a escritores trabajando en el mundo editorial. Jesús Herrán (Villanueva de Villaescusa, 1957), tras una larguísima carrera en el grupo Santillana, es hoy el editor en jefe de Valnera. Pero, además, es autor de media docena de libros, centrados sobre todo en la mitología de Cantabria. También hay un poeta al frente de la exquisita Quálea: Jesús Salceda (Torrelavega, 1974) es la mitad de esta editorial que ha hecho del golpe seco su seña de identidad. Antes, pudimos disfrutar de su poesía sutil y contundente en obras como ‘Arquitectura de papel’.
La función pública
Aunque sólo fuera por mera estadística, no podían faltar escritores en el sector público. El novelista Enrique Álvarez, que ha cosechado un gran éxito con su reciente obra sobre las apariciones marianas en Garabandal, es funcionario municipal en Santander, y se dedica a tareas culturales. Un destino similar al del poeta Regino Mateo, que dirige el Centro Cultural Doctor Madrazo. En la Consejería de Educación ejerce también Ana García Negrete, una de las autoras con más tirón de público en Cantabria, como quedó de manifiesto en la presentación de ‘Memoria para seguir un rastro’.
Quien verdaderamente ha sacado partido literario a su ‘doble vida’ como funcionario es el narrador Gonzalo Calcedo. Su experiencia personal le sirvió para ambientar su novela ‘La pesca con mosca’, donde fabula las peripecias de una olvidada agencia de desarrollo local. El éxito literario le permitió dedicarse por completo a la escritura, y actualmente se encuentra en excedencia de la Consejería de Agricultura, donde compartió oficina con la poeta Adela Saiz.
Oficios peregrinos
Pero no todos los escritores se refugian en profesiones aledañas a la literatura. Marc R. Soto, narrador especializado en el género fantástico, estudió para ingeniero químico, aunque desde hace varios años trabaja como analista informático. Según él mismo confiesa, la programación es, junto a la literatura, la gran pasión de su vida.
Poesía y política ha conjugado durante muchos años Jesús Cabezón, quien recientemente recopiló sus artículos de prensa en ‘El mundo que sentí cercano’. Además, Cabezón es un caso singular de representante público capaz de retirarse voluntariamente y retornar a su antiguo oficio, sin mayores traumas.
Otro oficio inesperado es el de Noe Ortega, ingeniero y poeta, y actualmente investigador científico en la Universidad de Cantabria. También el del novel Fernando Calderón, que comienza a publicar sus primeros relatos y se estrenó este año en el ciclo Alucinaciones: es vigilante en el Museo de Arte de Santander.
Más oficios exóticos: antes de dedicarse a escribir novelas de temática surfear, José Pellón recorrió media España con su grupo de rock, Melopea. Y aún más: sumiller y chef. A eso se dedica Juan Angulo en Somo, además de haber publicado varios libros de poemas, como ‘Quiero’, ‘Aroma de menta’ y ‘Mar de amor y muerte o dos musas y un filete’.
Un clásico de las letras cántabras, Manuel Arce, también tuvo una vida laboral intensa: editor de libros y revistas, librero, crítico, periodista, concejal de la protodemocracia y, sobre todo, galerista de arte. A través de Sur, su galería-librería, presentó en Santander las vanguardias del momento, tanto en el escaparate como en la trastienda, pues durante la dictadura vendía de tapadillo libros prohibidos.
Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959) es educador en la residencia de estudiantes del IES La Granja, de Heras. Pero antes hizo un poco de todo: desde montajes metálicos hasta llenar depósitos de gasolina, lo que fuera para capear la dura crisis económica de los tiempos de la transición. Más tarde ganaría su oposición como laboral del Estado y comenzaría su carrera literaria con la publicación en 1985 de ‘Ciudad lenta del asombro’. Inesperado resulta el empleo de un poeta delicado y preciosista, Carlos Alcorta, quien por tradición familiar se dedica al comercio. Tiene una empresa de importación y venta de mobiliario.
Pero, de entre todos los oficios de los escritores de Cantabria, la palma se la lleva Enrique Luzuriaga, quien durante muchos años fuera el encargado de encender y apagar la luz de Cabo Mayor. El joven que en los años setenta publicaba poemas en Ramaizal fue también farero. Como la novelista Menchu Gutiérrez, aunque en su caso, no hubo oposición, sino que fue farera consorte.