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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Las batallas perdidas», de Eudora Welty

Una bulliciosa reunión familiar es la ocasión para construir el puzzle de las historias y los secretos familiares de los Vaughn: batallas perdidas durante generaciones que forman un novela sutil y divertida.

Cualquiera de nosotros sabe, más o menos, cómo debe comportarse en cada ocasión, qué puede y qué no puede decir, y qué consecuencias tiene actuar de modo inconveniente. La mayoría tratamos de llevar una vida medianamente ordenada la mayor parte del tiempo. Y luego están las reuniones familiares.

Si existe una situación que saca lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, esa es una reunión familiar; ese entrañable ritual en que el que puede suceder cualquier cosa y habitualmente sucede.

Las batallas perdidas, la obra más ambiciosa y aclamada de Eudora Welty, es la crónica de una reunión familiar: la abuela Vaughn cumple 90 años y en la vieja casa familiar se van a juntar sus seis nietos vivos con sus parejas, un sinfín de bisnietos y tataranietos y unos cuantos parientes lejanos y vecinos. Todos ellos tienen dos cosas claras: que por nada del mundo se hubieran perdido semejante celebración y que, en algún momento del día, Jack Renfro, el bisnieto favorito de la abuela y el mozo más popular del pueblo, se las apañará para presentarse en la fiesta. El pequeño detalle de que Jack esté cumpliendo condena en la penitenciaría de Parchman no parece revestir demasiada importancia para nadie.

Estamos en los años más duros de la Gran Depresión, en lo más profundo del profundo Sur de EE.UU.; el corazón de Mississippi. Nos encontramos en ese Sur tópico y rural, famoso por sus conflictos y sus tradiciones, ese que conocemos por mil películas y novelas; el territorio de William Faulkner y Tennessee Williams. Pero a pesar de lo familiar que nos resulta este escenario, Welty envuelve la historia con su voz mágica y sutil, casi de cuento de hadas, construyendo un universo propio. Lejos del dramatismo de Tennessee Williams y de las retorcidas complejidades psicológicas –y, en ocasiones, formales– de Faulkner, la historia de Las batallas perdidas está escrita desde la sensibilidad y desde el humor.

Precisamente es el humor, en todos sus registros, una de las principales señas de identidad de esta novela: los personajes son extravagantes a más no poder; los diálogos, mordaces y chispeantes y las situaciones, francamente cómicas.

Con invitados como éstos no hay reunión aburrida y las casi 600 páginas de Las batallas perdidas se pasan en un suspiro entre anécdotas, bromas y secretos de familia. Docenas de voces forman el coro que, historia a historia, chisme a chisme, recompondrá a lo largo del día la crónica de la familia Vaughn y, por tanto, la de todo el condado de Banner.

Haciendo gala de una maestría asombrosa, Eudora Welty va enlazando con toda naturalidad los hechos del presente con las historias familiares para tejer el tapiz de los Vaughn, que es el tapiz de ese Sur que lentamente se va extinguiendo.

Todas esas historias son, como anuncia el título, batallas que se fueron perdiendo una tras otra; derrotas personales, familiares, e incluso de toda la comunidad que, sin embargo, en boca de estos locuaces y entrañables personajes se tornan en victorias, en episodios que les llenan de orgullo: a fin de cuentas éstos son los elementos que forjan el carácter de la familia. La vitalidad con la que esta comunidad, abocada a la pobreza y a la desaparición, lucha, ama, comparte, vive y pierde una batalla tras otra, es una inyección de optimismo, una lección de sencillez, dignidad y pasión por la vida.

A aquellos que piensen que tienen una familia extravagante, a los que están convencidos de que ese primo es un impresentable o de que aquella tía tiene una afición desmedida por contar cotilleos sobre parientes, les recomiendo la lectura de Las batallas perdidas. Al resto, también. Les garantizo que, además de divertirse como con pocas novelas, en el próximo bautizo, cumpleaños o boda verán las cosas de otra manera.