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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Nueva edición de «Los zapatos rojos»

«(El que nos regala Sara Morante con sus ilustraciones es) Un mundo deslumbrante, heterodoxo y genuino que se amolda como un guante de látex a un texto sabiamente contemporáneo que los adultos deberíamos releer con atención».

Salvarán al libro ciertos individuos que no se sabe si son más insensatos por abrir un negocio en estos tiempos o por pretender sobrevivir de la literatura en papel. La clave está en las nuevas editoriales pequeñas. Su éxito es crear un objeto elegante y exclusivo que uno quiera quedarse y con un precio que no diste mucho del de las grandes firmas, que tantísimo abandonan la presentación o la despachan con una rapidez de cola de supermercado. Decía François Truffaut que costaba “el mismo trabajo hacer una película buena que una mala”, pergeñar un objeto único tres cuartos de lo mismo.
La cabeza de este grupúsculo probablemente pertenezca a la madrileña Impedimenta. Al capitán del barco, Enrique Redel, los lectores hemos de agradecerle que rellenara un hueco importante en el panorama librero español (Muriel Spark, Stella Gibbons, Eudora Welty o novelas menos conocidas de Dickens y Twain) con buenas traducciones en volúmenes hermosos de portadas preciosas y páginas gruesas y suaves. Las editoriales pequeñas saben también perfectamente que su misión es arcaica, pero que jamás podrá ofrecerla una pantalla. Impedimenta ahora da un paso más en contra de lo digital con la nueva versión de Los zapatos rojos, de Andersen, aquel cuento con ecos de parábola bíblica que cualquiera leyó de pequeño. A la traducción de Enrique Bernárdez, extraída de la que hizo de los Cuentos Completos para Cátedra (2005), le acompañan unas deslumbrantes ilustraciones de Sara Morante, la más valiosa aportación a este requeteleído relato. Imágenes ingeniosas y cuidadísimas hechas sólo en blanco y negro con algunos ribetes rojos que uno nunca sabe, ni importa, si son para niños o no. Aparece Amy Winehouse, un personaje con una mascara de wrestling y la negrura empapa ciertas páginas, pero también están en ellas la inocencia y la valentía infantiles y completan ese espacio (¿pero tiene dibujos?) que la cabeza del crío siempre reclama. Un mundo deslumbrante, heterodoxo y genuino que se amolda como un guante de látex a un texto sabiamente contemporáneo que los adultos deberíamos releer con atención: la historia de una niña coqueta, egocéntrica y poco empática sólo preocupada en que le admiren sus zapatos.

Por Eduardo Rodríguez Luque