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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Terry Southern (1924-1995): La subersión de la palabra

Medio siglo después nos llega del otro lado Atlántico una botella que contiene el manuscrito de El cristiano mágico, con traducción de Enrique Gil-Delgado, y que nos puede servir para familiarizarnos con el “otro” Southern.

A propósito del estreno de No habrá paz para los malvados (2011), leí una muy interesante entrevista a su director y coguionista Enrique Urbizu, publicada en internet (Ir a enlace), en que desvela la cantidad ingente de guiones que tiene pendientes ver la luz en la gran o la pequeña pantalla. En el curso de la misma, esta situación, lejos de llenarle de pesar, le servía de acicate para seguir evolucionando, mejorar en su calidad de guionista. Presumiblemente, ese empeño y constancia le ha valido cincelar una obra suprema con No habrá paz para los malvados. Desconozco si el volumen de guiones (en sus distintas fases de desarrollo) que va amontonando Urbizu va siendo equiparable al de los scripts manufacturados por Terry Southern (1924-1995) y que no encontraron salida por motivos disímiles. Conforme a la documentación que obra en poder de la Biblioteca Pública de Nueva York desde hace casi diez años, seguramente trasciendan en fechas venideras el detalle del cúmulo de proyectos que quedaron aparcados para solaz desesperación de Southern. Paradojas de la vida, el que sigue siendo distinguido icono de la contracultura norteamericana del siglo pasado, se llevaría consigo a la tumba infinidad de trabajos para el celuloide “silenciados” en los créditos de algunas producciones y otros tantos pendientes de nueva orden para ser abordados en la gran pantalla. Con muchísimo menos se han amueblado antologías de escritores del siglo XX, ya sea en su derivación epistolar o de ensayos críticos de dudosa categoría. Me pregunto, sin embargo, que hubiera sido de Southern a la hora de enjuiciar su aportación al medio cinematográfico de haberse consignado, por ejemplo, su participación en El coleccionista (1965) y La naranja mecánica (1971) o una parodia sobre el Festival de Cannes. Si a ello sumamos su presencia en los créditos de ¿Teléfono Rojo?, volamos hacia Moscú (1964), Los seres queridos (1965) —como acertadamente señala Pat McGilligan en Backstory 3, una producción pendiente aún de una “seria” revisión crítica— y Easy Rider / Buscando mi destino (1969) tomaríamos conciencia real de que Southern figuraría por derecho propio entre la elite de guionistas de la segunda mitad del siglo XX. Su presencia en cada una de estas producciones no resultó un puro formulismo, el cumplimiento de un mero encargo profesional. Así pues, el escritor tejano se revelaría en la personalidad clave para ese giro de 180º que precisaba una historia que aborda el tema del fin del mundo, enterrando el pronunciamiento esencialmente dramático del texto de Peter George para su Alerta Roja y deslizándose hacia esa mezcla de acidez, ironía y sátira cautiva del pensamiento de Southern, del que hacían acopio sus novelas Candy (1958) –coescrita con Mason Hoffenberg— y El cristiano mágico (1959) —editada este mismo mes por parte de una editorial señera como Impedimenta—. Otro tanto de lo mismo puede decirse de Easy Rider / Buscando mi destino, del que Southern construyó toda la estructura narrativa y en particular creó el personaje del abogado encarnado en la pantalla por Jack Nicholson —a imagen y semejanza de Gavin Stevens, hombre de leyes que se pasea por las páginas de los libros de William Faulkner— pero que por la gracia de un Dios menor, los créditos en materia de guión se repartieron entre Dennis Hooper, Peter Fonda (artífices simplemente de la idea matriz) y el autor de The Magic Christian.
Quedan, pues, en el tintero conocer el contenido de guiones del calado de La naranja mecánica, El almuerzo desnudo, El coleccionista (de lo que él mismo detallaría en una entrevista sostenida con McGilligan, el final difiere al del film dirigido por William Wyler, con un ardid similar al que procura la fuga a Frank Morris/Clint Eastwood en Fuga de Alcatraz: una escultura «rupestre» que guarda las espaldas del preso/a). A la espera de ello, una manera de seguir la pista de la contribución artística de Southern se vehicula a través de ese par de obras publicadas en un corto espacio de tiempo en nuestro país —Una peli porno (2011, Ed. Valdemar) y la citada El cristiano mágico (2012, Ed. Impedimenta)—, sendos ejercicios que atacan al corazón del stablishment, prestos a demoler tabúes en materia sexual, institucional y de ese concepto del american way of life que se escribiría con renglones torcidos. Allí estuvieron autores como Gore Vidal, John Cheever, Richard Yates, Kurt Vonnegut o el propio Terry Southern (estos últimos, vasos comunicantes en la manera de construir relatos y personajes; urge un ensayo sobre esta dupla subversiva) para levantar acta de que, bajo esa apariencia de mundo feliz, hierven no pocos asuntos que comprometen a la naturaleza salvaje del ser humano. En tiempos de agitación social como los que vivimos, cuán importante es sentir cerca esas obras literarias, a modo de valor refugio, contundentes en su contenido crítico pero barnizadas de un sentido del humor que las hace mucho más digeribles y comprensibles sobre el absurdo y ruín, parámetros afincados en un planeta sobre cuyo eje gira la palabra Suprema: el dinero. Un dinero que derrocharía a mansalva el “antihéroe” de Un cristiano mágico, Guy Grand, para esta fantasía alegórica urdida por un Terry Southern que empezaba a situarse en la cresta de la ola crítica. Medio siglo después nos llega del otro lado Atlántico una botella que contiene el manuscrito de El cristiano mágico, con traducción de Enrique Gil-Delgado, y que nos puede servir para familiarizarnos con el “otro” Southern, el que presumo menos conocido por estos lares (en función de lo poco publicado en castellano hasta hace tan solo unos cuantos meses), el prosista “descolgado” del stablishment. Southern, por tanto, bien merece una misa literaria para esta Semana Santa que se avecina.