cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Tonto es el que escribe tonterías

Ayer, durante un agradable aunque ciertamente cálido paseo matinal, recalé en una céntrica librería de la ciudad, entre cuyos atiborrados estantes -en los que se exhibían impúdicamente ingentes cantidades (toneladas, casi) de solemnes memeces impresas-, pude encontrar un librito (no llega a las 70 páginas), cuyo título fue para mí casi como una revelación místico-tántrica, porque no pudo ser más oportuno: Las novelas tontas de ciertas damas novelistas.

¡Caramba!, murmuré, verbalizando mi sorpresa, ante semejante súbita materialización de mi pensamiento. En un primer momento, pensé que se trataba de una obra reciente (quiero decir, salida de la pluma de algún removedor de conciencias contemporáneo que ponía de vueltas y media el deprimente panorama literario español -o mundial, que para el caso es lo mismo-, exclusivamente atendiendo a lo femenino, eso sí), pero pronto salí de dudas, al ver que su autor, en este caso, autora, es mi vieja conocida George Eliot, la gran escritora inglesa decimonónica, llamada Mary Anne Evans, pero disfrazada para los asuntos literarios con semejante seudónimo.

Sabía que Eliot es autora de algunas novelas espléndidas de ambiente rural, como El molino del Floss y Middlemarch, y que la hipercrítica Virginia Woolf llegó a decir de ella que era «una de las pocas autoras del XIX que escribía como una verdadera adulta», lo que no es decir poco. Dispuesto a indagar, miré la contracubierta del libro, editado impecablemente -como siempre- por Impedimenta, y leí la información promocional: «Punzante, entretenidísima y profundamente lúcida, George Eliot parodia las tópicas novelas que dominaban los listados de ventas de su tiempo, con sus encantadoras y hermosas heroínas, y sus previsibles y azucarados finales.» ¡Ja, los listados de ventas de su tiempo!, me dije, esta vez evitando la verbalización. No quiero ni pensar lo que escribiría la pobre Eliot si pudiese levantarse de su tranquila y discreta parcelita del londinense camposanto de Highgate, donde descansa eternamente, y se asomara a la céntrica librería de la calle Obispo Hurtado, atestada de idioteces impúdicamente editadas, impúdicamente mostradas, impúdicamente compradas e impudicamente -sospecho- leídas. En esto, abro el libro y leo que Eliot define «novela tonta» como «un género con muchas subespecies que, según la calidad concreta de la tontería que predomine en ellas, pueden ser superficiales, prosaicas, beatas o pedantes». ¡Esto promete! A estas alturas mi interés por este librito se ha acrecentado tanto que, sin partir de una original pretensión de compra, salgo de la libreria con el hallazgo en la mano.

Y, mientas prosigo mi agradable aunque ciertamente cálido paseo matutino, juego a barruntar cómo habría titulado hoy Eliot su breve ensayo, pues seamos considerados y equitativos y justos, no nos engañemos: ni varones ni féminas se escapan a la actual y compulsiva producción creativa de majaderías literarias. ¿Quizá lo bautizaría como Las novelas tontas de ciertas damas y caballeros novelistas? ¿Tal vez Las novelas tontas de ciertas damas y damos novelistas? ¿Más bien como Las novelas tontas de ciertas/os damas/os novelistas/os? ¿O, al reves, dando prioridad a la hembra: Las novelas tontas de ciertos/as damos/as novelistos/as? Debido a la ignorancia en esto de las nuevas concordancias de género, me rindo y, ya por la tarde, sucumbo a la lectura de este irónico, agudo y cómplice librito, escrito por quien fue una dama de la literatura inteligente, despreocupada de la tontería de lo politicamente correcto.

Por Jesús Jiménez Pelayo