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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La crisis envilece las relaciones laborales»

La tercera novela del autor, El joven vendedor y el estilo de vida fluido (Impedimenta), se presenta este viernes en Sevilla.

En su tercera novela, El joven vendedor y el estilo de vida fluido, el escritor y ex periodista del Grupo Joly Fernando San Basilio ha afilado su humor melancólico sin dejar de dirigir sus pasos a La Vaguada, el centro comercial contiguo al barrio del Pilar, su particular universo literario y escenario de sus nunca obvias reflexiones sobre el mundo laboral. Aunando sin solemnidad la jerga de los suburbios con el homenaje a los clásicos, San Basilio nos invita a ir de tiendas y tabernas irlandesas con un joven, Israel, al que le chiflaba el chucrut hasta que un libro de autoayuda le cambió la vida.

-En sus anteriores novelas publicadas -Curso de Librería (2006) y Mi gran novela sobre La Vaguada (2010)- ya exploró el mundo del trabajo. ¿Qué le aporta a esta obra coral el actual entorno económico?

-Todo eso del trabajo -por exceso o por defecto- es un problema sin solución, las relaciones que se establecen allí dentro tienen un componente absurdo, ridículo y miserable. Y la crisis se va traduciendo en dos cosas fundamentales: más gente que se queda sin trabajo -el desempleo es el cauce narrativo de mi primera novela y en la segunda se alterna con el infraempleo- y se envilecen las relaciones laborales. Sobrevolando todo este paisaje, el personaje central de la novela, Israel, ha descubierto una vía rápida de acceso a la felicidad. Oh, Israel.

-Israel decide adoptar el estilo de vida fluido gracias a un libro de autoayuda. ¿Son ellos las novelas de caballería de nuestra época?

-No creo que los libros de caballerías fueran el problema principal de la España de entonces y tampoco creo que sean el principal asunto del Quijote sino una herramienta de la que se vale Cervantes para dibujar un personaje. De nuevo en el siglo XXI, algunos de estos libros de autoayuda resultan muy irritantes, ofensivos y cargantes pero no creo que sean causa de nada sino síntoma. Y, claro, no todos son iguales. Si en el donoso escrutinio se salvan libros de caballerías supongo que también con los libros que se colocan en la sección de autoayuda se podría hacer lo mismo.

-La obra satiriza constantemente el estilo pomposo y vacuo de la publicidad. ¿Ha escrito una diatriba contra el capitalismo y las marcas?

-Una diatriba lo menos grave y solemne posible y por supuesto nada violenta y probablemente ineficaz dado que también es una diatriba contra las diatribas: las marcas son un cliché pero el discurso contra las marcas también es un cliché.

-A Israel le acompañan las deliciosas «chicas del bloque», que contrastan con esa Dulcinea llamada Estela, la ecologista nudista. ¿Cómo trabajó la composición de estos personajes, tan reales y de barrio, a la vez que tan surrealistas?

-Me alegro de que las encuentre deliciosas porque ese es justo su papel en la novela: son el gran acontecimiento en la vida de Israel después de la lectura inconclusa de El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield. En un principio eran unas chicas que pasaban por allí y sólo se las distinguía por el color de su vestido y luego fui abriendo vetas en cada una de ellas pero manteniendo una unidad: las chicas que lo saben todo y no creen en nada y no tienen la menor conciencia de clase y, al lado, o en frente, esta otra chica hiperconcienciada y sobreinformada: mi intención era que ninguna saliera mejor parada que la otra.

-En La Vaguada incluso se celebra el Día del Producto y la sensación de control es permanente, como en muchos textos de Orwell. ¿No es su libro una suerte de distopía?

-¿Novela de anticipación? Bueno, bueno. El problema de las llamadas distopías es que funcionan o pretenden funcionar como una llamada de atención de los horrores del presente y a lo mejor como un mecanismo de corrección, o como denuncia, y eso, además de antiartístico es ineficaz porque, después de todo, ¿qué incidencia tiene una novela hoy en día?

-No escasea la crítica a la obsesión hiperlocalista de los medios («periodismo de distrito», se dice en la obra). ¿No ve una salida para el oficio en la era de los blogs e internet?

-Las luminarias del sector dicen todo eso de primar la calidad en los contenidos, la convivencia estanca entre el periodismo y la hemorragia opinativa que son los blogs, pero me pregunto si realmente se lo acaban de creer, dado que al fin y al cabo son parte interesada, gente que vive de esto. Mi opinión personal es que todo esto va a desaparecer y el mundo – hablando de distopías- se parecerá a Blade Runner y sólo quedarán los blogs, con sus encantadoras faltas de ortografía y sus insultos, y los puestos de comida callejera.

-Su retrato de los inmigrantes que acuden a La Vaguada llenos de expectativas es de un realismo muy especial. ¿Se considera un autor costumbrista?

-Una vez entendido el costumbrismo como el retrato, o la constatación, de un estado de cosas y de unas maneras de relacionarse, la cuestión es dilucidar si se trata de una pintura hueca, fútil, y confío en que no sea el caso. Por otra parte, también entiendo que el escritor tiene que hacer algo más que constatar ese estado de cosas, también ha de crear un objeto artístico, algo que lo trascienda. Lo contrario sería, ya que hablábamos de la prensa, como ese articulista que se limita a inventariar injusticias o asuntos que le indignan.

-Al leer el libro es imposible sustraerse a esa sensación de angustia vital que provoca el consumismo.

-La novela es, o pretende ser, el relato íntimo de una caída y la descripción de un estado de ánimo, tendente a la depresión aunque con picos de euforia, en la persona de Israel. El problema de Israel es que recibe estímulos de todas partes, y no sólo de la sociedad de consumo: amistad, sexo, ingravidez y, sobre todo, obligación autoimpuesta de ser manifiestamente feliz, llevar un estilo de vida fluido; esa búsqueda obsesiva de la felicidad lo lleva a la melancolía. A lo mejor Israel debería rebelarse contra Israel o lo contrario, aceptarse de una vez: no obstante, me doy cuenta de que todo esto suena demasiado parecido a esas consignas exageradamente bellas: rebélate contra ti mismo, etcétera.

-Más allá de la cerveza negra y el hecho de que la acción transcurra en un solo día, ¿qué otros aspectos rinden tributo al Ulises de Joyce?

-El personaje central se llama Israel y Leopold Bloom es un judío digamos discreto. Esto en realidad ni siquiera es un guiño. Israel se llama así porque es el pequeño hombre que encarna a todos los hombres. Personalmente, lo que encuentro más emocionante del Ulises es la presentación de los personajes, la manera graciosa en que el autor los suelta en la calle para que vayan a comprar salchichas y de paso, o en realidad, a mirar los brazos hermosos de las dependientas. El famoso flaneo. Bloom sale al mundo para acometer una empresa de contenido más o menos práctico -un recado, conseguir un anuncio para su periódico- y luego se pierde por los vericuetos de su vida interior. Lo cual no quiere decir que yo sea partidario, hoy en día, de dilatados monólogos interiores para dar cuenta del estado de ánimo de un personaje: creo que es una cuestión de espíritu.

Por Charo Ramos