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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La literatura tonta no es cosa de ahora

Impedimenta publica en castellano «Las novelas tontas de cierta damas novelistas», ácido ensayo de la victoriana George Eliot.

George Eliot no era un hombre pero sí un nombre. Un nombre que firmó muchas de las grandes obras de la literatura inglesa del siglo XIX, como «Silas Marner», «El velo alzado», «El hermano Jacob» y las dos mejores según la crítica de entonces y de ahora: «Middlemarch» y «El molino del Floss».

George Eliot no era un hombre, ya está dicho, pero bajo ese nombre se acurrucaba Mary Anne Evans, que prefirió no firmar como mujer para ser tomada en serio y para que no se le confundiera con otro tipo de escritoras que ella consideraba muy menores, pesadas y pomposas.

Y, desde luego, Mary era para que se la tomara pero que muy en serio. Magníficamente educada hasta que en 1836, con diecisiete años, tras la muerte de su madre, tuvo que volver a casa para cuidar a su padre, continuó su formación de forma autodidacta que completó con un viaje por Europa en 1851.

A su regreso comenzó a trabajar en la revista «The Westminster Review» de la que no tardaría mucho en ser subdirectora. Así conoció a prestigiosos intelectuales como John Stuart Mill, Herbert Spencer y el filósofo y científico George Lewes, encuentro que sería decisivo en su vida. Aunque Lewes estaba casado convivieron y mantuvieron su relación a la vista de todos durante veinte años, hasta el punto de que su seudónimo, George Eliot, era un romántico homenaje al hombre que amaba, incluso en su vida se hacía llamar Marian Evans Lewes, como si estuvieran casados.
La mejor, según Emily Dickinson

Como George Eliot, Marian fue una escritora realista y costumbrista (para Emily Dickinson, la mejor de la época victoriana) que supo tratar como pocos (o pocas) los problemas de la sociedad de su tiempo, más allá de la pléyade de novelistas de literatura rosa y de entretenimiento.

Precisamente, en 1856 George Eliot clavó su incisivo y mordaz ojo en este tipo de escritoras a las que desmenuzó y despedazó en «Las novelas tontas de ciertas damas novelistas» que por primera vez publica en castellano Impedimenta.

El sentido del humor y la prosa de Eliot son afilados como la hoja de una cimitarra, y su disección es toda una lección de anatomía literaria, hasta el punto de que llega a clasificar estas novelas tontas (llama tontas a las obras, pero de paso también se lo llama a sus autoras) en varias categorías:

Novelas de artimaña y confección (con aristócrata refinada y legión de amantes dentro); de género oracular (que pretenden reflexionar sobre la religión, la filosofía y la moral); de la toquilla blanca (las basadas en un cristianiso trascendentalista); y las del antiguo remozado (leyendas y viejas historias más o menos puestas al día con todo tipo de artificios).
Pobres cerebros

George Eliot no tiene piedad: «Como era de esperar, escriben en un elegante saloncito, en tinta de color violeta y con una pluma engarzada de rubíes; la contabilidad editorial es un asunto que les resulta ajeno y su única relación con la pobreza es la de su pobre cerebro. Si en sus narraciones produce un asombro consante la falta de verosimilitud de esa alta sociedad en la que aparentan vivir, tampoco parecen tener trato con ninguna otra forma de vida. Si los caballeros y damas que retratan son improbables, sus hombres de letras, sus comerciantes y sus campesinos son imposibles; y tienen un intelecto peculiarmente dotado para reproducir con imparcialidad lo que han visto y oído como lo que no han visto ni oído, ambos con idéntico desacierto».

Con ser un librito con ciento cincuenta años de edad, se conserva fresco, fresquísimo, porque ya ponía sobre el tapete, en plena época victoriana, cuestiones que aún hoy están en primera línea del debate cultural: ¿existe una literatura femenina?, ¿por qué se vende la novela rosa?, ¿la literatura debe ser arte o basta con que entretenga?…

Como escribe en el prólogo Gabriela Bustelo (también atinadísima traductora), «no hace falta mucha imaginación para localizar el genero de artimaña y confección del siglo XXI, pues se conserva casi idéntico -con las correspondientes actualizaciones sociales, culturales y tecnológicas propias de nuestra época- al descrito por George Eliot. No en vano, el género más comprado, leído y escrito por mujeres es el que siempre se ha llamado despectivamente «novela rosa», desde la gama supuestamente intelectualizada al estilo de Isabel Allende, hasta las novelas de Helen Fielding («El diario de Bridget Jones»), o Candace Bushnell («Sexo en Nueva York»). ¿No les sucede lo mismo a las autoras de la novela rosa de hoy, la versión urbanita del folletín de nuestras abuelas que las editoriales han rebautizado com chick-lit o literatura para chicas? Es más, ¿no les sucede lo mismo a las periodistas y redactoras de las revistas femeninas que inventan un deslumbrante cuento de hadas en cada página de colorines satinados? ¿Y qué decir de los millones de mujeres occidentales de todas las clases sociales que -habiendo leído demasiadas novelas tontas y hojeado demasiadas revistas tontas- se duermen soñando con una vida más intensa, más romántica, más glamurosa?».

En apenas cincuenta páginas, George Eliot, o llamémosle por su nombre, Marian Evans Lewes, desmonta el castillo de naipes levantado con miles y miles de folios inanes, irreales, absurdos, ampulosos, dulzones, «tontos».

Con razón, Virginia Woolf se refirió a Eliot como «una de las pocas autoras del XIX que escribren como una verdadera adulta».

Manuel de La Fuente Vidal