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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Humor para tiempos de cólera

Es humor agridulce e inteligente. Para paladearlo en soledad, en un lugar tranquilo, con el ánimo sereno. Para abstraerse durante unas horas de estos días, estos años, en los que no deja de llover mierda.

«El día que muera pondrán en mi tumba ‘Aquí yace Reginald Iolante Perrin [R. I. P. por partida doble]. No conocía los nombres de las flores y de los árboles, pero conocía el índice de ventas de crumbles de ruibarbo en Scheswig-Holstein’». Antes de desaparecer simulando un suicidio y de emprender uno de los más extraños retornos de la historia de la literatura británica, el protagonista de Caída y auge de Reginald Perrin (Editorial Impedimenta), de David Nobbs, se despide a lo grande en un alcoholizado y delirante discurso pronunciado en un congreso de la industria del postre, sector en el que se gana la vida. Y traza así su autorretrato intelectual: “Creo en el nihilismo en la medida en la que creo en la ausencia de ismos. Sé que no sé y creo en no creer. Por cada hombre que cree en algo hay otro hombre que cree en lo contrario. ¿Cuántas guerras se habrían librado, a cuántos hombres habrían torturado en este mundo si nadie hubiese creído nunca en nada?”.

Nada como para tomárselo a broma, ¿verdad? Y sin embargo, este libro es una magnífica muestra, ideal para estos tiempos de cólera, de humor inglés, de ese que no provoca la carcajada estruendosa, pero sí una permanente sonrisa, forjada sin sal gorda, con la ironía, más que el sarcasmo, de ingrediente principal, con efluvios de amable crítica social que apenas oculta una mirada benévola y comprensiva sobre el comportamiento humano.

David Nobbs, nacido en 1935, guionista de programas de humor de la BBC y, según él mismo, quizás “el periodista más pésimo de la historia de Inglaterra”. Tuvo un éxito instantáneo cuando publicó esta novela en 1975, hasta el punto de escribir dos secuelas y de inspirar una serie de televisión, casi objeto de culto, que se emitió en España en los años ochenta y que hoy está al alcance de piratas amantes del todo gratis y de paganos responsables. Si estos últimos quieren probar la mercancía, antes de dar (por ejemplo en Filmin) el número de su tarjeta de crédito, pueden probar la mercancía en YouTube, donde hay algunos trailers desternillantes. Como el que muestra al amigo Reggie al frente de una tienda de objetos inútiles y desagradables, más caros cuanto más inútiles y desagradables son. Como un vino asqueroso ideal para regalar a la suegra (1,75 libras de la época) o un cuadro espantoso (40 libras y 5 peniques), pero que rebaja primero en 10 y luego en otros 10 porque la clienta insiste en que le parece precioso.

Resulta curioso el contraste entre el libro y la serie. El primero, ya lo dije, atrae la sonrisa; la segunda, la carcajada. Y, sin embargo, la imagen no traiciona a la letra empresa, sólo le descubre una nueva dimensión. Con todo, el libro tiene más consistencia, más enjundia, está hecho para durar, atesorar, prestar y comentar. Los personajes secundarios brillan con luz propia, sin que les convierta en ridículos la parte ridícula que todos ellos tienen. Cada uno está retratado con ligereza no exenta de profundidad, con esa facilidad sólo al alcance de las buenas plumas, con su patetismo, sus debilidades, sus valores, sus miserias y pequeñas grandezas: la esposa, los hijos, el yerno, la suegra, el dueño de la empresa de postres, la secretaria, la desequilibrada que siempre vaga por la estación de ferrocarril preguntando por alguien, y hasta el gato Ponsonby.

Es humor agridulce e inteligente. Para paladearlo en soledad, en un lugar tranquilo, con el ánimo sereno. Para abstraerse durante unas horas de estos días, estos años, en los que no deja de llover mierda.

Por Luis Matías López