cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El canto del cisne», de Edmund Crispin

Gervase Fen no es un detective cualquiera, es la clase de detective que puede probarse una peluca en mitad de un interrogatorio si el interrogatorio en cuestión tiene lugar en el camerino de un actor.

Aunque sea el camerino en el que se ha encontrado el cadáver de ese mismo actor, como ocurre en la soberbia (por brillante, divertida y deliciosamente perversa) El canto del cisne, la continuación de la delirante La juguetería errante, y segundo caso del famoso detective. Y aquí se entiende famoso como lo bastante conocido (en realidad, por ocuparse de muertes aparentemente ridículas) como para que Elizabeth, la escritora de novelas de misterio que aparece en la novela, le entreviste para su serie de detectives. Pero, ¿quién es eldifunto actor? Más que actor, es un tenor, porque la obra que interpretan víctima y sospechosos es una ópera, Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner. Y es un tenor odioso, Edwin Shorthouse, cuya especialidad es quejarse. Quejarse y beber (ginebra) más de la cuenta.

Publicada en 1947, dos años antes de que Chandler publicara una de las mejores aventuras de Marlowe, La hermana pequeña, esto es, en pleno auge del hard-boiled norteamericano, El canto del cisne es un cruce entre la clásica novela enigma lerouxiana y cualquier desternillante novela de Evelyn Waugh.

Partiendo de la teoría de que “pocas criaturas hay en el mundo más estúpidas que un cantante”, Edmund Crispin (Buckinghamshire, 1921-78), que además de escritor de novelas de misterio fue compositor y crítico musical y literario, crea alrededor del misterio de la muerte del odiado tenor una especie de soap opera con cadáver de fondo, en la que guapos actores se casan con escritoras, y en las que las cremas desmaquillantes son algo más que cremas desmaquillantes. Con un pérfido uso de la cursiva, y diálogos tan vibrantes que el lector creerá estar oyéndolos, observando el ir y venir del puñado de torpes personajes que encabezan Adam Langley, el actor más famoso de la compañía, y Peacock, el director de la obra, los que más motivos tenían para acabar con la vida del malogrado Shorthouse. Una obra maestra de la comedia de enredo, en este caso, noir.