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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cărtărescu: Vivir en Rumanía es como nadar en una piscina de ácido sulfúrico

Madrid, 27 feb (EFE).- Unas diez veces al año, el poeta y novelista rumano Mircea Cartarescu se enfada con la realidad que lo rodea y promete irse de Rumanía, pero, por muy lejos que se fuera, siempre llevaría a su país consigo. En él se hizo escritor y aprendió a amar la literatura, que es "una inmortalidad frustrada".

«Vivir en Rumanía es como nadar en un piscina de ácido sulfúrico, y a veces me gustaría salir del agua», afirmaba hoy con humor este gran escritor rumano, que ha venido a España con motivo de la reciente publicación de «Nostalgia», una de sus obras más importantes.

Candidato al Premio Nobel desde hace años, Cartarescu (Bucarest, 1956) está considerado uno de los mejores escritores europeos y es autor de referencia en países como Alemania, Suecia o Francia.

En España se va conociendo poco a poco su obra gracias sobre todo a la labor de la editorial Impedimenta, que ha publicado esa pequeña obra maestra que es «El Ruletista», además de «Lulú» y «Nostalgia», y que tiene intención de acercar al lector español otros libros de Cartarescu, según ha comentado hoy el editor Enrique Redel en un encuentro con la prensa.

Cartarescu estuvo a punto de «caer en la esquizofrenia» de todo lo que leyó en sus años de instituto y universidad. Tuvo «mucha suerte», porque fue estudiante en el único decenio liberal que hubo en la Rumanía de Ceaucescu, «en el cual se tradujeron numerosas obras de la literatura clásica y contemporánea, y en el que la enseñanza era muy buena».

«No había televisión ni nada que te ofreciera calidad de vida. Todo el mundo leía mucho, y la gente muy sencilla, también; lloraban con Ana Karenina y reían con don Quijote, mientras que hoy en día nadie lee nada. Es una paradoja, una rareza de la historia», contaba Cartarescu, ayudado por la traductora de sus libros, Marián Ochoa.

Él, desde que nació, puso «los ojos sobre los libros, tal como los niños de ahora abren los ojos con el ordenador». Su padre tenía una pequeña biblioteca, y aquellos treinta libros que había en casa eran tan importantes para él «como las muñecas para las niñas». Los recuerda «cada uno por separado, el texto, el olor, su textura».

Sintió «desde muy pronto el impulso de entrar en el interior de la literatura» y, puesto que la lectura y la escritura «son las dos caras de un mismo fenómeno», Cartarescu quiso escribir esos libros que no encontraba y que no existían.

El autor de «Orbitor», otra de sus obras maestras, da clases en la universidad de Bucarest y comprueba los efectos de la revolución digital en sus estudiantes, que «ya no tienen una relación amniótica con el libro». Todo lo contrario de lo que le pasó a él.

«Nos acercamos a una nueva Edad Media, esta vez mediática, en la cual la cultura se va a producir de nuevo en los monasterios, hablando en términos metafóricos. El texto escrito se va a conservar en nichos aislados, pero no va a desaparecer», pronosticaba Cartarescu, un escritor que reconoce «la gran suerte» que ha tenido con el hecho de que su literatura sea conocida fuera de su país.

«Hay por lo menos veinte escritores rumanos tan buenos o mejores que yo y no han tenido tanta suerte como yo», decía este novelista, que se considera ante todo poeta y cuya obra, aunque sea en prosa, está impregnada de principio a fin de poesía. Sólo hay que abrir las páginas de «Nostalgia».

Esa novela, o ese conjunto de relatos -a él le da igual que se considere una cosa u otra-, la terminó a los 27 años, pero, debido a la situación política, estuvo cuatro años sin verla publicada. Apareció censurada en 1989 y en el 93 se publicó íntegra.

Y es que Cartarescu pertenece a la generación rumana de los ochenta, y, según decía hoy, «no hay ninguna obra de ese período que no fuera censurada».

De hecho, cuando Umberto Eco fue a Rumanía «en 1986 o 1987», quiso saber por qué su novela «El nombre de la rosa» había sido censurada cuando no era sino «un ‘thriller’ con monjes». Cuando el escritor italiano vio qué páginas habían sido censuradas, comprobó que el censor las había elegido al azar. No había ninguna lógica en ello. Simplemente, «se había limitado a cumplir con su trabajo», comentaba Cartarescu entre risas.

«Los autores aceptábamos ser censurados porque era la única forma de llegar a la gente. Era un cataclismo natural. Antes de morir, preferíamos sobrevivir, aunque fuera muy doloroso para nosotros», señalaba el escritor rumano, que ha ganado numerosos premios en su país y otros de ámbito europeo.

Su literatura, poderosa y fascinante, y con un gran dominio del lenguaje, se basa sobre todo «en la imaginación», hasta el punto de que, según decía hoy, nunca ha entendido el interés que suscitan las novelas realistas «ni por qué hay que escribir sobre un divorcio».

En cada obra intenta siempre sacarle el máximo partido al lenguaje, y a ello le ayuda su pasado «como poeta», al que está «muy agradecido».

Ana Mendoza
EFE