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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Enterrado en vida»

En «Enterrado en vida», Arnold Bennett no sólo nos ofrece una historia que se lee con una sonrisa permanente. Varios son los aspectos de la realidad inglesa de la época a los cuales el autor hace pasar por su personal tamiz crítico narrativo.

La relación existente entre un artista y su público no es, en la mayoría de los casos, la que aquel desearía. Si bien lo ideal sería que la obra de un artista hablase por él, quienes disfrutan de su arte acostumbran a desear conocer información personal de su autor. Algo que, aunque puede satisfacer al ego de determinados creadores, no suele ser plato del gusto de la mayoría de los mismos.

Y es que, ¿a quién le gusta que unos desconocidos exijan saberlo todo sobre él o ella? ¿Tan importante resulta la vida privada de un autor para quienes admiran su obra? ¿No tiene una persona famosa por su buen hacer en cualquier campo creativo derecho a mantener su intimidad a salvo de los ojos indiscretos de sus admiradores? Y, si para el común de los mortales resultaría harto difícil soportar el escrutinio constante del gran público, cuando el objeto de ese interés desmedido es una persona enfermizamente tímida, es comprensible que llegue un momento en el cual se desee abrazar de nuevo un placentero anonimato.

Remedio contra la timidez

Priam Farll es el pintor naturalista más respetado de toda Inglaterra. Sus cuadros reflejan con maestría la realidad cotidiana, y se venden a precios muy altos, así que Farll disfruta de unos ingresos que le permiten tener una vida regalada. Y la mayor parte de esa vida transcurre en el extranjero, ya que la enorme timidez del artista le impide relacionarse de forma normal con el resto del mundo. Afortunadamente, cuenta con su criado Henry Leek para que se ocupe de todo, por lo cual puede dedicarse con tranquilidad a su arte, consciente de que nadie en su país natal conoce su aspecto.

Cuando, tras haber regresado a Londres de incógnito, Leek fallece inesperadamente, una serie de equívocos propiciados por el médico encargado de certificar su muerte hacen que Farll tenga al alcance de su mano una oportunidad única para escapar de una existencia agobiante. Así, asumirá la identidad de su criado y permitirá que el mundo crea que ha sido él quien ha fallecido.

Será entonces cuando, al abandonar su hogar con la intención de iniciar una nueva vida, se cruce en su camino la adorable viuda Alice Challice. Vecina de Putney, la señora Challice mantenía correspondencia con Leek por mediación de una agencia matrimonial. Como el criado, todo un granuja, había enviado a Alice una foto de su señor (quién sabe por qué motivo) como si fuera propia, de nuevo el destino pone ante Farll la posibilidad de partir de cero con alguien a su lado que se ocupe de todas esas pequeñas tareas cotidianas que tan molestas le resultan. Pero el futuro les depara no pocas sorpresas al pintor y a la hacendosa Alice.

Lejos del mundanal ruido

En Enterrado en vida, Arnold Bennett no sólo nos ofrece una historia que se lee con una sonrisa permanente. Varios son los aspectos de la realidad inglesa de la época a los cuales el autor hace pasar por su personal tamiz crítico narrativo. Uno de ellos es la enorme diferencia apreciable entre el bullicioso centro de Londres y una zona apartada de la capital, un área tan tranquila como Putney.

Una vez instalado en su nuevo hogar, Priam Farll descubre un universo desconocido construido con elementos sencillos que le aportan una considerable calma espiritual. Paseando por las calles de Putney, el pintor se convierte en observador privilegiado de un mundo plácido, el cual propicia una existencia relajada y, a la larga, despierta en el artista el deseo de reflejarlo en un lienzo. Así, podría interpretarse que Bennett, a pesar de encontrar ciertos atractivos en el ajetreo de la gran ciudad, se siente más atraído por la tranquilidad del extrarradio.

Marchantes y letrados

Bennett dedica parte de Enterrado en vida a criticar con fina ironía a un par de gremios a los cuales dirige unos cuantos dardos envenenados. Por un lado, el señor Oxford, dueño de una galería de arte, es un personaje cínico que representa a todos los agentes artísticos dedicados en cuerpo y alma a exprimir a sus representados para obtener suculentas comisiones que, en la mayoría de los casos, ascienden a cantidades muy superiores a las recibidas por los artistas.

Por otro lado, el juicio descrito al final de la novela le permite a Bennett presentar una imagen bastante desfavorable del sistema judicial británico. Para dirimir una cuestión que, en el fondo, es bastante simple, se recurre a un ejército de jueces, abogados, secretarios judiciales y demás empleados cuya labor no queda del todo clara. Lo que sí queda claro, gracias a la minuciosa relación proporcionada por el autor, es la enorme cantidad de dinero que perciben por sus “servicios”.

De profesión: escritor

El postfacio (firmado por José C. Vales) que acompaña la excelente edición de Enterrado en vida realizada por Impedimenta, nos permite conocer a un autor que defendía la importancia de una buena construcción de personajes frente a cualquier otro aspecto de una obra de ficción. En El Mar de Tinta damos fe de como Bennet lleva a la práctica sus ideas a la perfección, ya que en esta novela brillan con luz propia las personalidades (contrapuestas y, por lo tanto, complementarias) de Priam Farll y Alice Challice.

El texto de Vales también nos permite conocer a un autor sumamente prolífico, dedicado en cuerpo y alma a una labor como escritor profesional que se burlaba del concepto del “arte por el arte”. Entre su abundante producción, no obstante, sólo destacan unas pocas obras, siendo la más recordada y valorada la novela Cuento de viejas.

Enterrado en vida es una obra “menor”, escrita en apenas dos meses, y aun así digna de figurar en un lugar destacado entre las grandes obras humorísticas producidas en el Reino Unido. Quienes disfruten con otros autores del imprescindible catálogo de Impedimenta, como Stella Gibbons, Edmund Crispin, David Nobbs o E. F. Benson, encontrarán en el libro de Bennett un delicioso divertimento a la altura, como mínimo, de todos ellos.