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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cuentos elusivos de Pilar Adón

La pericia en la elección del detalle pertinente señala a Pilar Adón como una narradora excepcional, provista de un fino ingenio para extraer de los barros interiores de que están hechos los seres humanos, mil y una sutilezas psicológicas susceptibles de aprovechamiento narrativo.

Todo texto narrativo, cualquiera que sea su naturaleza, comporta una selección. Es concebible, al menos en un plano teórico, consagrar una veintena de tomos a medio minuto de la vida de cierto personaje. La crónica absoluta, como las paredes del Universo a las que tratamos de acceder con nuestros aparatos telescópicos, seguiría siendo una contingencia inalcanzada. De poco sirve buscar similitudes con el célebre mapa de Borges, cuya perfección exigía que tuviera idénticas proporciones a las del imperio representado. El relato total de medio minuto, incluso el de una unidad temporal menor, admitiría ser expresado por una masa tan formidable de palabras que su lectura completa se habría de extender a lo largo de los siglos. Tan sólo lo que pudiera escribirse acerca de los vasos capilares de un párpado colmaría una biblioteca. El añadido incesante de nuevos detalles y las variaciones de otros ya consignados permitiría dilatar la minuciosa narración por espacio de multitud de tomos, todos ellos previsiblemente insustanciales y, sin la menor sombra de duda, insoportables.

Al arte del buen narrar se le presupone, entre otras destrezas, aquella que determina la selección de los elementos necesarios para transmitir la ilusión de una historia coherente. Aceptado que no se puede ni se debe contar todo, al narrador no le cabe otro remedio que elegir un número limitado de pormenores, más reducido cuanto más breve sea lo que cuente. Dicha elección la hará tratando de prever el efecto que los distintos componentes de la narración obrarán en el destinatario. Los presentará, además, de tal manera que quien los lea o los escuche tenga ocasión de imaginar a su antojo las partes ausentes de la historia, con independencia de que estas sean o no baladíes. En realidad no es otra cosa lo que el aludido destinatario hace siempre y lo que causa que, por la vía de la participación activa, el goce de la lectura se consume en la particular plenitud de cada cual.

Texto consistente

Un texto narrativo consiste por fuerza en una sucesión de fragmentos suficientemente significativos de una historia inabarcable. Entre dichos fragmentos bien pueden faltar los esenciales. Con justicia se atribuye a Chéjov una gran agudeza para sugerir sucesos implícitos. No pocos escritores desdeñan las descripciones fisonómicas; prefieren que sea el lector quien ponga cara a los personajes. Hemingway gustaba de omitir el episodio central de sus historias, lo que con frecuencia da un aire de actos insulsos a lo que en realidad es repercusión de terribles tragedias. En fin, a Raymond Carver su editor le podaba los cuentos, a veces suprimiendo en ellos largos pasajes, pese a lo cual más de un experto sostiene que el resultado del recorte supera en calidad literaria a la versión del autor.

La técnica de narrar mediante recursos elusivos no carece de excelentes cultivadores en las letras españolas actuales. No puede dejar de destacarse entre ellos, por la delicadeza y brillantez de su escritura, tanto como por la singularidad de sus historias, a Pilar Adón. Los catorce cuentos reunidos en su libro El mes más cruel (Impedimenta, 2010) componen una muestra valiosa del arte de narrar entre líneas; de narrar mucho con pocos elementos, cuando no, a fin de incentivar el misterio, de decir un punto menos de lo que acaso habría sido indispensable, diciendo a su vez lo justo para que el entendimiento del lector no quede a oscuras.

La pericia en la elección del detalle pertinente señala a Pilar Adón como una narradora excepcional, provista de un fino ingenio para extraer de los barros interiores de que están hechos los seres humanos, mil y una sutilezas psicológicas susceptibles de aprovechamiento narrativo. Con escasas salvedades, sus cuentos versan de anomalías de la conducta humana. Los pueblan seres frágiles, melancólicos, desasosegados, jóvenes por lo general que arrastran una experiencia traumática, que son a menudo víctimas de miedos obsesivos. Predominan en el elenco de almas quebradas los necesitados de ayuda urgente, los que huyen y los que se esconden, sin que en ocasiones aflore a la página la razón entera de su peculiar comportamiento.
En «El fumigador», una nodriza se ha escapado al bosque en compañía de su marido y del niño que un día le fue confiado. El niño padece una deformidad cuya naturaleza no se nos revela. Sabemos tan sólo que nació «inacabado» y que, si fuera descubierto, un fumigador se encargaría de liquidarlo como quien liquida un animal nocivo, un ser monstruoso, o como eran aniquilados los deficientes mentales en Alemania durante la época del nazismo. La peripecia anómala no quita para que a la nodriza se le amarguen los días pensando que por ley de vida el niño, cuando se haga mayor, abandonará el insólito hogar, construido especialmente para él con las paredes exteriores transparentes.

Zonas en sombra

El mes más cruel contiene otras narraciones de parecida índole, cuajadas asimismo de zonas en sombra, de diálogos enigmáticos y episodios nunca del todo esclarecidos. No es lo mismo contar una historia que explicarla. En una de dichas narraciones, una anfitriona abandona disimuladamente a sus invitados, impelida por cierto achaque que le sobreviene de vez en cuando, y se esconde llena de recuerdos torturantes en un escondite de la casa sólo conocido por el asistente de honor, que promete guardarle el secreto, también escatimado a los lectores.

Forzado por su padre, un chico vuelve de África, adonde llegó arrastrado por una turbia y poderosa fascinación hacia un tal Salletti, del que apenas no es dado averiguar unas cuantas menudencias.

Una chica vive en constante inquietud a causa de un accidente ajeno, acaso un suicidio, del que sólo tiene una vaga constancia. Otra decide no salir nunca de su cuarto, donde no se sabe si lee o escribe. Su tenaz encierro no le impide comprometerse de continuo con quien la cuida (una amiga, su hermana, tal vez su madre) a dar paseos que luego nunca lleva a término.

Un poema sigue a cada cuento, con excepción del último. Quizá no sea ilegítima la siguiente hipótesis: Pilar Adón publicó un libro de poemas anteponiendo a cada uno de ellos un cuento. En vano el lector intentará combatir su extrañeza buscando vínculos argumentales entre los textos en prosa y los poemas. No es descartable que estos le brinden pequeños espacios para la reflexión. Al hilo de sus pensamientos podría tal vez persuadirse de las dilatadas posibilidades poéticas que comporta la literatura narrativa, especialmente cuando se aparta de hacer representaciones demasiado explícitas de la realidad.

Escrito por Fernando Aramburu.