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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El regreso de Reginald Perrin», de David Nobbs

Después de la deliciosa lectura que procuró a un buen número de habitantes del estado español Caída y auge de Reginald Perrin en lengua castellana el año pasado el guante estaba lanzado. Impedimenta lo ha recogido para este último tramo de 2013 en forma de segunda entrega de las andanzas de Reginald Perrin.

Como señala Kiko Amat en su prefacio, la lectura de El regreso de Reginald Perrin (1977) guarda estrecha relación con el contenido de la obra seminal, y por ello es aconsejable “visualizarlas” conforme a un díptico indisociable. Han transcurrido varios meses entre la lectura de una y otra novela. De por medio he asaltado otros textos literarios, pero no me han hecho distraer la atención al tomar contacto de nuevo con el universo de Perrin. Amén de la huella que me dejó la lectura de Caída y auge de Reginald Perrin, ello se debe a que en mi subconsciente perdura aún la poderosa imagen de Leonard Rossiter, con esa figura encorvada (su correspondencia animalesca sería la de un cuervo) que trata de sacudirse una existencia de la que abomina, llevando a cabo un negocio suicida que inopinadamente se traduce en un boom de ventas, computando en el registro mercantil una franquicia de lo más rentable. Es precisamente esa secuencia temporal de la volatil existencia de Reginald Perrin la que se ha enquistada en mi memoria toda vez que vi a mediados los años ochenta la serie de la BBC Caída y auge de Reginald Perrin. Allí donde el bueno de Perrin contempla un negocio cuyo señuelo no es otro que ofrecer basura, cosas inservibles, a un precio que dista de traducirse en módico. Aros cuadrados, saleros sin agujeros, semillas que no se pueden plantar… todo lo absurdamente imaginable está recogido en el catálogo de la tienda Basura que acaba convirtiéndose en un franquicia de tal magnitud que los programas de sobremesa de ámbito nacional se rifan la presencia de su creador en los platós. A cada página leída se nota que el inglés David Nobbs (1935, Orpington, Kent) estaba rodado tras la publicación de la primera novela sobre el personaje en cuestión y parecía perfectamente consciente que tenía ante sí un filón por explotar. Sin tiempo a saborear la recompensa económica, ligada a la satisfacción personal (hasta entonces parecía resignado a que su talento natural podría caer en el más sordo de los olvidos), le hizo meterse en harina y librar el manuscrito de la segunda parte en 1976, justo un año después de la publicación de Caída y auge de Reginal Perrin. Por ello se percibe que El regreso de Reginald Perrin fue gestada conforme a una obra en continuidad, cuyo impulso creativo no se detuvo con el ardid que el ex empleado de la fábrica Lucisol ideara su desaparición para luego volver «a la vida» con otras identidades, a cuál más esperpéntica, absurda o descabalgada de la realidad mundana que le circunda. Mas, Nobbs se reservaría para la segunda entrega una idea que calzaría a la perfección con su manera de contemplar una sociedad capaz de imbuirse de un consumismo destilado de una enfermiza pasión por lo accesorio. En su metáfora sobre la sociedad británica de su tiempo preñada de una mirada harto irónica y de puro vitriolo, Nobbs borda un relato que enfatiza los aciertos de su obra precedente e incluso, merced a la evaluación de algunos tramos (el de la arenga fastizoide del propietario de un pub es desternillante por lo desquiciada de la misma) la podríamos situar un peldaño por encima en su cómputo literario en relación a Auge y caída de Reginald Perrin. Impedimenta ha vuelto a confiar en Julia Osuna Aguilar para la traducción de un texto que corrige al alza el número de expresiones en que inevitablemente cabe tirar del refranero español para que el lector acabe «empatizando» si sabe aún más con las vicisitudes de Reginald Perrin. Éste será coronado entre los emprendedores de las Islas Británicas merced a un negocio, a priori, condenado a convertirse en pasaporte directo para hacerse el harakiri. No hay mejor antídoto para entender el mundo que nos rodea en la actualidad —en muchos sentidos, un calco de esa sociedad británica de los años setenta descrita por Nobbs con su habitual finura expositiva— que el humor y, en particular, el británico. Un humor, el practicado en las Islas Británicas, cuyo principio activo (léase sustancia granulada) se toma disuelto en agua y se ingiere de un trago largo. Pero en el fondo del vaso sedimenta esa sustancia y se hace perenne en el recuerdo. Ese mismo símil vale para El regreso de Reginald Perrin, una obra que de no contar con un precedente de la categoría de Caída y auge de Reginald Perrin sería saludo como una de las piezas esenciales de un espectro literario que al cabo de los años dominaría la voz de Tom Sharpe. Poco antes, sin embargo, la de Nobbs se dejaría sentir con fuerza en virtud de la creación de un personaje, el de Reginald Perrin, que tiene entrada propia en el acervo popular british desde que su desencajada figura se desprendiera de las páginas y volara a través de la imaginación de multitud de lectores que se sentaban frente al espejo de sus propias realidades. Algunos de ellos deberían recordar frases del estilo —tal como reproduce en su prefacio Amat— Why be happy when you can be normal? («¿por qué ser feliz cuando puedes ser normal?») pronunciadas por madres (sobre)protectoras. Una “normalidad” que, como a un calcetín, Reginald Perrin le da la vuelta en aras a perseguir un ideal de felicidad y, por consiguiente, pisa el acelerador por una autopista cuya única salida da al mar. Ese mar que servirá de escenario para trazar un plan maestro con arreglo a reinventarse y así evitar que la llama del personaje no acabe consumiéndose. Ciertamente, el placer de la lectura de una tercera entrega, la de The Better World of Reginald Perrin (1978) a cuenta de Impedimenta nos aguarda esperemos que al vencer un nuevo año. Entretanto el septuagenario Nobbs debe sentirse congraciado desde su retiro dorado en North Yorkshire que una modesta editorial (grande en cuanto a un primoroso catálogo que ha superado el centenar de títulos) haya tenido a bien extender sus redes sobre una suerte de tetralogía, cuyas dos primeras partes alcanzan un magisterio difícil de soslayar para los amantes de la literatura británica de humor de tonalidades agridulces espolvoreada de una estraña melancolía.

Por Christian Aguilera