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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Tres perlas de madurez de una emperatriz de la escritura

Hablar de Edith Wharton (1862-1937) es, por supuesto, hablar de La edad de la inocencia, Las costumbres nacionales o Ethan Frome, pero también de sus extraordinarias historias de fantasmas. Es hablar de una depuradísima estilista atravesada por la más fina ironía.

De una magnífica conocedora de las clases altas, neoyorquinas las más de las veces, pero también de las almas humildes,como la inolvidable pareja de mujeres que animan Las hermanas Bunner. Es, en suma, hablar de una de las cimas de la literatura anglosajona del primer tercio del siglo XX. Una cima construida sobre una capacidad deslumbrante para radiografiar estructuras sociales y una aceradísima sensibilidad para penetrar en los recovecos de las almas. Wharton fue escritora prolífica. De ahí que, pese a lo mucho que de ella ha sido traducido al castellano, las librerías sigan poblándose cada tanto de interesantes novedades. En los últimos meses han sido tres las que han llegado a los anaqueles. En La solterona –publicada por entregas en 1922– Wharton se interna en la Nueva York de la década de 1850 a través de la figura de una «reina social» a la que una de sus primas jugará una muy mala pasada que permitirá a la autora lucirse en la disección de los encuentros y desencuentros entre dos mujeres que comparten un profundo secreto. Algo posterior (1930) es El día del entierro. Aquí Wharton deja claro que conoce las almas machistas masculinas tan bien o mejor que las femeninas. Por último, El hijo de la señora Glenn(1935) permite a la neoyorquina desplazar el foco hacia una Europa en la que la protagonista busca a un vástago cuya pista ha perdido hace ya tiempo. Tres depurados productos de la etapa de madurez de una emperatriz de la escritura.

Por Eugenio Fuentes