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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El caballo negro», un retrato de la crueldad humana

Sávinkov hace de su relato un reflejo de lo que fue la guerra civil rusa: una historia preñada de violencia y dramatismo. Un relato estremecedor en el que el autor no oculta las atrocidades que sus mismos camaradas, sin una clara ideología política, van sembrando en las humildes aldeas por las que pasan.

Borís Sávinkov, autor de El caballo negro fue sin ningún género de dudas un personaje singular, cuyo perfil es preciso tener en cuenta para entender cabalmente el alcance de este libro. Nacido en Jarkov (Ucrania) en 1879, presuntamente se suicidó arrojándose por la ventana de la prisión Lubianka el 7 de mayo de 1925. Entre esas fechas, una vida agitada. Participó de pleno en la revolución rusa y en sus fases previas como miembro de organizaciones de ideología socialista. Fue brazo ejecutor de varios atentados por lo que fue calificado por Lenin, después de su deserción de las filas bolcheviques, como “un burgués con una bomba en el bolsillo”. Y en 1920 por la intelectualidad parisina (Picasso, Apollinaire, Cendrárs) como nuestro amigo el asesino. Sávinkov efectivamente fue terrorista y como tal un “soñador del absoluto”, tal como consideró Marx a los autores de los primeros brotes de terrorismo en Rusia. Terrorista contra el régimen zarista, asesino del ministro de interior del zar y del gobernador general de Moscú. Huye de Rusia y se codea con la bohemia te Montparnasse. Regresa más tarde a Rusia y lucha con la revolución, llegando a ser nombrado ministro de guerra por Kérenski. En desacuerdo con los bolcheviques, huye de nuevo del país y, con la ayuda de países como Francia y Polonia, recluta un ejército de campesino -el movimiento verde- con la finalidad de sublevar la Rusia rural contra la supremacía bolchevique. No lo consiguió y, encarcelado en la Lubianka, acaba sus días entre incógnitas este dandi y terrorista admirado por Somerset Maughan, inspirador de Camus en el drama Los justos y prototipo del superhombre nietzscheano -“caballo desbocado”, escribe sobre si mismo-, pasado por el cedazo de Byron, en palabras de los autores para esta edición de una extensa y clarificadora Introducción.
Múltiples opiniones se han vertido sobre Borís Sávinkov, pero ninguna tan definitiva como la emitida por el propio personaje: “terrorista (…) no tengo interés alguno en una existencia pacífica”.
La presente edición de Impedimenta recoge dos textos de Borís Sávinkov: El caballo negro y el texto póstumo En prisión. La primera parte de El caballo negro, narrado todo él en forma de diario, da comienzo con un episodio en el que el coronel Nicolaiévich, alter ego del propio Sávinkov (en otros momentos del relato será George) se encuentra al frente de un regimiento del ejército verde antibolchevique en tierras polacas. En la segunda parte, los avatares bélicos que Sávinkov no explicita, reducen el regimiento a poco más de una veintena de hombres que luchan con tácticas de guerrilla contra el poder bolchevique. Finalmente en la parte conclusiva, el colapso de las fuerzas de Sávinkov convierte a sus seguidores en un grupúsculo de saboteadores.
Sávinkov hace de su relato un reflejo de lo que fue la guerra civil rusa: una historia preñada de violencia y dramatismo. Un relato estremecedor en el que el autor no oculta las atrocidades que sus mismos camaradas, sin una clara ideología política, van sembrando en las humildes aldeas por las que pasan. Especialmente en la última parte de El caballo negro, consciente Sávinkov de que su lucha está perdida, la narración se centra en la vida solitaria y monótona y en su permanente huida.
El libro es en el fondo un largo alegato contra la sinrazón de la guerra, a la vez que delinea un retrato de la condición humana cuando se halla sometida a un conflicto armado: animales que quieren luchar aunque la victoria se vislumbre como algo imposible. No hermanos contra hermanos, sino piojos contra piojos, exclama Sávinkov.
En prisión, texto publicado póstumamente después de ser expurgado por la censura soviética, cuenta también en forma de diario el desmoronamiento físico y moral de un revolucionario que, después de intentar vanamente dar marcha atrás, se hunde en la Lubianka.
Un lenguaje crudo y seco, con un narrador que se desdobla entre la mano que ejecuta y ordena fusilar y la mano que escribe y relata lo que va aconteciendo en ese ejército degenerado, suturado todo por frecuentes alusiones apocalípticas del fin del mundo, le dan forma a este testimonio de un hombre que confiesa algunos de los más extremos errores cometidos en el siglo XX y en lo que él también participó.

Francisco Martínez Bouzas

Fragmentos

“La pequeña ciudad donde estamos acantonados es miserable y sucia. Hay arena por doquier: en el bosque, en los caminos, en las calles, en la almohada. Como si estuviéramos en el desierto de Arabia. Pero en el desierto calienta el sol, mientras que aquí se apaga el día plomizo, se arremolina la pegajosa nieve de otoño y por las mañanas el frío entumece los dedos. Solo llevamos nuestros capotes de verano. No tenemos botas de fieltro. Ni manoplas. Algún listo en la retaguardia se dedicó a robar lo ajeno.
En la plaza de la ciudad las aceras desgastadas están cubiertas de estiércol de caballo y de polvo. Las mujeres envuelven sus cabezas en pañuelos blancos y los campesinos llevan zamarras blancas. Casi no se ven judíos. Los judíos huyeron a los bosques, con los ancianos, sus mujeres e hijos, con sus vacas y bártulos. Para ellos nosotros no somos libertadores, sino instigadores de pogromos y asesinos. En su lugar, yo también habría huido.
Los pogromos, los pillajes y las violaciones están rigurosamente prohibidos. Bajo pena de muerte. Pero sé que ayer los hombres del segundo escuadrón jugaban a las cartas apostando relojes y anillos; que el capitán Zhgun saqueó una tienda judía; que los ulanos tienen dólares americanos; que en el bosque han encontrado el cadáver mutilado de una mujer. ¿Fusilar a los cúmplales? Ya he fusilado a dos. Pero no puedo fusilar a la mitad del regimiento.”

“«¡No matarás…! » Hubo un tiempo en que esas palabras me atravesaron como un cuchillo. Ahora… Ahora me suenan falsas. «¡No matarás!», pero a mi alrededor todos matan. Se derrama el «zumo de arándanos», salpica incluso las bridas de los caballos. El hombre vive y respira para el asesinato, vaga entre las tinieblas sangrientas y en las tinieblas sangrientas muere. Los animales salvajes matan cuando los atormenta el hambre, pero el hombre mata por cansancio, por pereza, por aburrimiento. Así es la vida. Es nuestra naturaleza más íntima, escapa a nuestra voluntad y no está en nuestras manos cambiarla…”

(Borís Sávinkov, El caballo negro, páginas 36-37, 52)