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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La esclavitud y el sentimiento de pertenencia

Impedimenta publica 'Sapphira y la joven esclava', la última novela escrita por Willa Cather (Back Creek Valley, Virginia, 1873 - Nueva York, 1947), un retrato sobre la esclavitud cargado de humanidad. En un año marcado por la victoria de '12 años de esclavitud en los Oscar', resulta un complemento perfecto sentarse con la novela de Cather entre las manos.

Publicada en 1940, la obra nos sitúa en la Virginia de mediados del siglo XIX para contarnos el día a día de Sapphira Colbert, una matriarca aquejada de hidropesía a cuyo cargo tiene un grupo de esclavos que trabaja sus tierras, ayuda en el molino familiar y realiza las tareas domésticas. Para Sapphira, vencer la rutina desde su silla de ruedas es un mundo, un mundo en el que se siente sola, con una hija ausente y resentida y un marido encerrado en sí mismo cuyo matrimonio considera una mera formalidad.

Los complejos generados por su situación le conducen a la sospecha, y ésta a la crueldad. Pero no esperen latigazos. Los castigos de Sapphira tienen un calado más íntimo, venganza de una madre para todos que siente mordida la mano que da de comer.

Acertada gama de grises

Lo más interesante de la novela de Willa Cather es el ángulo desde el que mira la esclavitud. Al igual que en la cinta de Steve McQueen, aquí no existen blancos o negros, sino una acertada gama de grises. Enmarcada en un capítulo de la historia que empezaba a dar síntomas de cierre, Cather explora la humanidad de ambos bandos, desdibujando fronteras y sembrando en sus personajes profundas dudas.

Apoyada en una narración delicada, Cather deja a un lado los manidos extremos del bien y el mal para dejar al descubierto que, en definitiva, cualesquiera sean nuestras condiciones o posición social, los vínculos afectivos hacen que inevitablemente todos pertenezcamos a alguien. Y ese sentimiento de pertenencia condiciona nuestra vida y nos desgarra cuando es trastocado. Como un síndrome de Estocolmo emocional.

Por Luis Martín.