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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cartarescu y las cosas literarias

El autor, candidato al Nobel, abre una nueva puerta de entrada a su literatura con el relato de tres experiencias supuestamente personales. Un libro que carga con sorna contra el imperio de vanidad y mundanidad de la cultura.

Si hay algo que hemos aprendido del lenguaje de apariencias por el que muchas veces navega Mircea Cartarescu es que no se trata, ni mucho menos, de un narrador hospitalario. Ni en Lulú ni en Nostalgia, dos de sus obras mayores publicadas por Impedimenta, el autor agarra de la mano al lector para instalarlo suavemente y entre líneas de almidón en el centro de la historia; más bien, y gracias, hace justamente lo contrario: Mircea, poeta ante todo, tiene una prosa de las que rompen como en mar en fuga, llena de accidentes, irisaciones, bichos, rasguños. Por eso suena tan raro y tan desasosegante la doble advertencia, la suya y la de la traductora, Marian Ochoa de Eribe, con la que abre su último libro; en ella ambos vienen a decir que Las bellas extranjeras contiene un Cartarescu distinto, quizá incluso en ropa de cama, lo que, en principio, a toda su tropa de fascinados, podría parecerle un síntoma de decaimiento y casi de disculpa. Se podría pensar que el escritor, da a la imprenta papeles menores con este título y luego, en un acceso de pudor, se cubre de antemano las vergüenzas. Sin embargo, al final de libro, esa misma nota, con la relectura, se convierte en un preludio tierno, de los que incitan a pasarle el brazo por el hombro al autor y decirle que es prácticamente un cachondo. Al menos, si entendía los textos del volumen, publicados originalmente en revistas, como una falla en su estilo. Y no porque mantenga el mismo brío, sino porque abre la puerta a un registro distinto.

El Cartarescu que planea en Las bellas extranjeras está afinado en un tono igualmente cuidado y brillante, aunque en una octava más limpia y periodística. Es como si hubiera salido de casa sin abandonar su cabeza llena de trampas y de ventanas oníricas, pero con la voluntad de mirar alrededor y hacer la crónica confidencial del día. Con este libro, curiosamente, el escritor les dice sin pretenderlo a sus críticos, los mismos que le reprochan sus excesos y su lirismo, que si le da gana puede escribir mejor verbo sobre verbo que la mayoría de los autores que usan como paradigma. Y, además, hacerlo en un tono original y divertido. En la nueva entrega de Impedimenta Cartarescu retranquea su impacto más inminente para ganar en capacidad de observación y análisis. Y sin perder, claro está, su habilidad para conectar con lo extraordinario, en este caso de un modo más extrovertido. Incluso cuando lo extraordinario se entromete con la ruindad del sistema literario y los prejuicios hacia el Este. El libro, en el Ochoa de Oribe logra un castellano armado y preciso, consta de tres crónicas divertidísimas que bien podrían ser tratadas como ficciones: el encuentro del autor con una carta supuestamente revestida de Ántrax y los pasillos burlones de la época postsoviética; su gira por Francia junto a una pléyade de escritores rumanos –los franceses, como todos los países afectados por el nacionalismo, suelen montar tinglados hacia afuera para quitarse el complejo de parecer de provincias–; y la hilarante excursión de juventud junto a un grupo de poetas tan desconchados y delirantes como la propia Rumanía. Un retablo en el que Cartarescu se ríe amargamente de todo, por supuesto también de sí mismo, y reflexiona sobre el hecho de escribir. Con una contrapoética, además, honesta y, por lo tanto, monstruosa. Con cada volumen Cartarescu aumenta de tamaño. Veremos qué dice su poesía, todavía por traducir.

Por Lucas Martín.