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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Orgullos y prejuicios

Bohemia y académica de Oxford, rebelde y clásica ganadora del Booker Prize, Iris Murdoch fue una apasionada escritora y ensayista con una obra profusa y una vida llena de notables acontecimientos.

Iris Murdoch vivió entre 1919 y 1999. Desde su natal Dublín, fue con sus padres, de ascendencia protestante, a residir en Londres y estudió en escuelas de tendencia liberal. Suele hablarse de ella como filósofa y literata, y efectivamente sus escritos dan cuenta de estas dos vertientes. Cursando estudios en las más prestigiosas universidades inglesas, llegó a ocupar una cátedra en Oxford, además de que en su posgrado en Cambridge tuvo como profesor a Ludwig Wittgenstein. Al año siguiente de su ensayo Sartre: racionalista romántico, publicó Bajo la red, inicio de una larga serie de veintiséis novelas, que continuaría interrumpidamente, con algunas salientes como El príncipe negro, de 1973 y El mar, el mar, 1978, ganadora del Booker Prize.

Aquella primera narración mereció reconocimientos posteriores, como quedar incluida en la selección de la American Modern Library entre una de las cien mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX, juicio confirmado por la revista Time en 2005. A la narrativa y los ensayos filosóficos se sumaron obras teatrales y poemas en una continua actividad que siguió sin pausa hasta sus últimos años, cuando enfermó de Alzheimer, siempre acompañada por su eterno marido, el profesor de literatura inglesa y escritor John Bayley, con quien se había casado en 1956.

La película de Richard Eyre, de 2001, Iris, evoca no sólo a la scholar sino también a una apasionada protagonista de la bohemia literaria. Paralelamente se publicó la biografía de la escritora, cuyo autor –Peter Conradi– accedió a diarios de Murdoch y pudo indagar en su vida sentimental, sus vínculos amorosos con hombres y mujeres, y sobre todo la tormentosa relación con el escritor Elias Canetti, a quien conoció en 1951. Canetti supo del horror nazi, se refugió en Inglaterra y obtuvo en 1952 la ciudadanía británica, pero no se adaptó a las convenciones de ese país, en especial a los comportamientos de ciertos intelectuales; no es así extraño que en Fiesta bajo las bombas, su crítica a ese sector incluyera una cruel imagen de la irlandesa Murdoch. Replicaría ella signándolo como fuente de inspiración para sus personajes cuya ansia de dominio los elevaba a demoníacos y sádicos comportamientos.

Pero quizá todo esto sea literatura. Sí importa destacar que esa vida entre la calma del matrimonio y el tumulto de las afinidades electivas, junto a la profusión de lecturas de novelas y ensayos, propició para Murdoch un habitar oscilante entre razón y pasión. Los afanes del pensamiento y los inquietantes impulsos donde no ocupa un lugar menor el sexo han dado a sus novelas un rasgo particular de cercanía y distancia respecto de lo que se cuenta, momentos reflexivos combinados con actos desencadenados, en tramas en las que las acciones bien pueden concertarse con lapsos en que se discurre sobre las conductas y decisiones de los personajes. Lo cual involucra aspectos éticos, deseos confesos o no, dilemas entre el bien y el mal, jugados en concretas decisiones –cambiantes, por otra parte–, lo que proporciona giros inesperados en las narraciones. En ellas prevalece el objetivo de contar una historia vívida, cuyo efecto de realidad se nota en la mezcla de episodios sentimentales, crueles, irónicos y aun con ciertos matices entre cómicos y patéticos.

Juegos –y apuestas– de poder, legados y destinos no sólo atañen a los juicios y prejuicios de clases altas, sino que también se vislumbran otros ámbitos cuyas leyes no escritas, pero profundamente arraigadas, se confrontan con lo que parecería ser un orden inconmovible. Justamente, ese punto puede servir para desencadenar el conflicto que origina el relato.

En 1976 Murdoch publicó Henry y Cato, quienes a la vez que figuras protagónicas son algo así como núcleos a partir de los cuales se densifica el pasado, se conflictúa el presente y se conjeturan futuros, mundos posibles que van a albergarlos, tanto a ellos como a varios otros, sea por razones de familia, amistad, confluencias o bien, elemento importante, discrepancias que pueden ser irreductibles.

Al inicio, la historia es un presente simultáneo, Henry Marshalson volando desde Estados Unidos, sitio de su pequeño pero grato lugar en una universidad menor, para retornar a Inglaterra y con eso a un pasado familiar del que se había distanciado, y Cato Forbes recorriendo casi subrepticiamente Londres, para tirar un arma al río. Ambas secuencias al parecer inconexas van a enlazarse crecientemente en el devenir de los hechos. Un complejo mecanismo temporal se evidencia en la novela: retornos al pasado, diálogos como marcando un ritmo entre pausado y tenso, proyecciones al porvenir e incluso momentos de aceleración y suspenso para ir trazando algo que es al mismo tiempo un punto de viraje y una continuidad, cuyos intersticios paulatinamente el relato alumbra y ensombrece en un desenlace a medias conclusivo.

Cato, sacerdote católico por elección que contrarió las expectativas de su padre, conecta, por su trabajo entre pobres, con un mundo bien distante de las mañas aristocráticas de la madre de Henry, devastada por la muerte de su hijo preferido –Sandy– y a la expectativa de lo que fuera a hacer el que llegaba del otro lado del océano como heredero a disponer de las tierras familiares. Pero parte de ellas habían sido vendidas al padre de Cato. Lo cual abre a una dimensión que no se reduce a interioridades psicológicas, sino que expande la cuestión a los estamentos sociales. A través de Cato y su convivencia con marginales, a reductos del delito y la supervivencia, y mediante Henry, a los dulces placeres de un sector medio afincado en la paz del campus universitario norteamericano y repentinamente, a asumir o no un lugar como terrateniente. Lo que va a probarse es que las decisiones pueden torcerse, que las rancias enemistades pueden trastrocarse cuando algo más fuerte, donde se juega un límite –violencia y muerte– acontece.

Como si fuera poco, hay más un secreto relacionado con el hermano muerto con algo que parece de folletín: misteriosa desaparición de un anillo emblemático a partir de lo que se devela algo que no había sido en la abigarrada trama sino un detalle poco significativo y que viene a iluminar lo que el hermano muerto había ocultado y agranda la figura un tanto grotesca de la mucama. Un drama de elecciones –como la de Cato, con mucho de reflexiones teológicas junto a sus colegas sacerdotes– es a la vez una tragedia, el destino a su modo se cumple, y esto, en retrospectiva, al cabo de la novela, hace de las palabras de la madre de Henry una verdadera profecía: eso no pasará.

Lo que tan impuesto por el hijo sobreviviente parecía ya cumplido, de pronto se convierte en otra cosa, quizá porque se interfieren las series causales, quizá por un designio marcado. ¿La opción de Henry tiene que ver con lo que de pronto acontece a sus amigos norteamericanos? ¿O es que comprende cuánto encierra el instante en que la hermana de Cato, Colette, de chica, buscándolos a ambos, pudo ver a un hombre y una mujer cuyos linajes jamás les permitirían casarse, sellar un pacto de amor y silencio? ¿Similar al que consigo lleva Cato?

Por Susana Cella.