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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El Ruletista

El recuento de las anécdotas del amigo caído en desgracia abre paso a la recreación de una visita inesperada a los bajos fondos de la ciudad.

Un hombre envejecido se anima a dejar por escrito las páginas con las que aspira derrotar al olvido. En ellas revive la historia de un antihéroe surrealista quien, acosado y estimulado por un instinto autodestructivo, se empeña en alcanzar el máximo nivel de ejecución en un juego clandestino: la ruleta rusa, perversa competencia donde la muerte (“gemelo negro que nace con nosotros”) participa siempre como contendor solitario.

El relato comienza con el recuerdo de un amigo de la juventud. Un sujeto con brotes psicopáticos, de terrible suerte en los juegos de azar, propenso al delito y la violencia sexual, que luego de unos años de encierro carcelario reaparece convertido en un menesteroso que deambula por bares y tugurios.

“Asistí muchas veces a aquella farsa siniestra, para mí dolorosa pero al mismo tiempo divertida, a que lo sometían de vez en cuando algunos parroquianos de la taberna: le hacían venir a su mesa y le decían que conseguiría la cerveza si sacaba el palillo más largo de las dos cerillas que tenían en el puño. Y se morían de risa cuando sacaba siempre el palillo más corto. Nunca se ganó una cerveza de esta forma”, evoca el narrador de “El Ruletista” (Impedimenta, 2010), extraordinario texto del escritor rumano Mircea Cartarescu.

El recuento de las anécdotas del amigo caído en desgracia abre paso a la recreación de una visita inesperada a los bajos fondos de la ciudad.

Un recorrido por las zonas de tolerancia aparentemente resguardadas por una policía acaso más atenta a la buena marcha de los negocios de las mafias.

El paseo termina en un sótano con olor a cerveza vieja y gato muerto, donde una persona anota en un pizarrón la jugada de los apostadores. La algarabía de los presentes se interrumpe tan pronto se abre la puerta y llega la atracción de la noche.

“A la habitación entró un individuo con un aspecto muy parecido al que presentaba mi amigo de la infancia en su época de máxima decadencia. Tenía los bolsillos de la chaqueta rotos y se sujetaba los pantalones con una cuerda de embalar. De su cara, que asomaba arrugada entre unos cabellos desgreñados, sólo se podía decir que era la cara de un borracho (…) De pronto, la silueta del mendigo con el revólver en la sien se descompuso en unas cuantas manchas fosforescentes amarillentas y verdosas (…) El breve click del gatillo fue lo único que se dejó oír. Bajó del cajón y se sentó encima, abrumado”, de este modo nos es descrito el primer triunfo del antihéroe.

Ocho veces se llevó el revólver a la sien y ocho veces derrotó a la muerte. El Ruletista se convirtió en leyenda y su éxito irrefrenable terminó por invocar aquel espíritu ludópata que, en su juventud, lo arrojó a prisión. Entonces vino el vértigo de la apuesta en aumento, esa excitación del “doble o nada”.

Anunció una ruleta de dos balas; una hazaña opacada por la ruleta de tres, cuatro, cinco balas… En la cima de su gloria, el Ruletista llenó el tambor con seis cartuchos y se adentró en el negro abismo que se abre entre el hecho de tener una posibilidad o ninguna.

He contado todo y no he contado nada. He aquí la grandeza de Cartarescu.

Por Rafael Jiménez Moreno