cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Del libro a la pantalla: «La solitaria pasión de Judith Hearne»

Impedimenta vuelve a acertar de lleno (por enésima vez) en la elección de un texto que para muchos nos coloca en la pista de un autor, Brian Moore, que nos despierta un voraz apetito lector.

Presumiblemente sin proponérselo, la editorial Impedimenta, a fecha de hoy, ha publicado tres novelas que dieron pie a otras tantas adaptaciones cinematográficas plasmadas por idéntico director: Jack Clayton. Después de la publicación de Un lugar en la cumbre (1955) de John Braine y El devorador de calabazas (1962) de Penelope Mortimer toca el turno a La solitaria pasión de Judith Hearne (1955), justo transcurridos sesenta años desde la salida al mercado de su edición primigenia en lengua inglesa. Lo haría inicialmente con el escueto título Judith Hearne, un manuscrito que había sido rechazado por numerosas editoriales, a imagen y semejanza, por ejemplo, de lo ocurrido con una novela coetánea escrita por Vladimir Nabokov, Lolita (1955). Un rechazo motivado, entre otras consideraciones, por relatos abonados a escandalizar ciertas conciencias de la época cuando se plantean temas como la paedofilia o la pérdida de fe religiosa. Este último sería uno de los temas que recorrerían buena parte de las novelas y ensayos obra de Brian Moore (1921-1999), quien al dictado de los consejos de los editores aceptó que Judith Hearne un año más tarde de su debut en librerías «mutara» a The Lonely Passion of Judith Hearne y con ello sus cifras de venta se dispararon. La “solitaria pasión” a la que apela el título que quedaría consignado a partir de entonces —el mismo que ha servido de referencia Impedimenta— no sería otra que el alcohol, capaz de aplacar un estado de tristeza y desazón desencadenado por un desengaño amoroso y el sentimiento de sentirse traicionado/a. Una adicción que opera de elemento dispuesto a restituir un ánimo alicaído, sustitutivo de una fe religiosa inculcada desde temprana edad por su tía D’Arcy. A ella se dedica en cuerpo y alma Judith Hearne, anteponiendo su propia realización personal (también en lo afectivo) al cuidado de su querida tía.

Impedimenta vuelve a acertar de lleno (por enésima vez) en la elección de un texto que para muchos nos coloca en la pista de un autor, Brian Moore, que nos despierta un voraz apetito lector. Su prosa se desnuda de cualquier artificio, sin menoscabo de una capacidad por saber describir el paisaje urbano y el “paisaje humano”, en un ejercicio de introspección psicológica estructurada mediante la utilización de la figura del narrador omniscente. La meticulosa traducción al cargo de Amelia Pérez de Villar no hace más que congratularnos de lo pertinente de la edición de Impedimenta, puerta de entrada a futuras publicaciones de textos de Moore —algunos de ellos firmados bajo seudónimo, los de Bernard Mara (French for Murder, A Bullet for My Lady, This Gun for Gloria) y Michael Bryan (Intent to Kill, Murder in Majorca) —, cuya actividad profesional quedaría complementada con la asunción de guiones de encargo, tales como los de Cortina rasgada (1966) o La sangre de otros (1984), y otros que le comprometían a su propia producción literaria en tanto que adaptaciones al celuloide de The Luck of Ginger Coffey (1964) y Manto negro (1991). Asimismo, la producción británica de 1991 y de 2003 consignaría Cold Heaven y La sentencia, títulos nacidos de sendas piezas literarias escritas por Moore, pero sin su participación directa en los proyectos liderados por Norman Jewison y Nicolas Roeg. La sentencia “de muerte” de Brian Moore llegaría en periodo finisecular, en ese 1999, annus horribilis para el gremio del cine por lo que concierne a registro de defunciones (los realizadores Stanley Kubrick, Robert Bresson, Charles Crichton y Buzz Kulik, el actor Oliver Reed, etc.) Ya por aquel entonces se alzaron algunas voces reivindicando la importancia de Brian Moore en el contexto literario anglosajón de la segunda mitad del siglo XX.

Por Christian Aguilera