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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Chica busca oso

Enrique Redel, el editor español de Oso, fiel a los criterios de calidad de Impedimenta y a su pasión por el rescate de joyas olvidadas, solo ha permitido que en la contraportada se haga referencia a “una relación íntima, inquietante y nada ambigua”, que convierte al oso en “el compañero perfecto que colma todas las expectativas” de la protagonista. Más sutil no se puede ser, habida cuenta de los abundantes y crudos pasajes que ofrece el libro.

Oso (Impedimenta), de la canadiense Marian Engel (1933-1985), es una pequeña gran novela publicada por vez primera en 1976, que ganó el premio más importante de su país, ha sido elogiada por Alice Munro y Robertson Davies y goza ahora de una inesperada y merecida segunda vida. Lástima que no sea tan solo por sus indudable calidad literaria, sino porque llega marcada por el escándalo. Para que no queden dudas: se trata del relato de los amores no solo espirituales, sino también crudamente físicos, entre Lou, una joven ex periodista y rata de biblioteca, y un oso más salvaje que domesticado en una isla fluvial en el inhóspito norte de Ontario.

El morbo era inevitable: el clásico chico busca chica con toques picantes convertido en chica busca oso. Y en la estela del fenómeno mundial de 50 sombras de Grey. Sólo faltaba que un párrafo sexualmente explícito de la novela se reprodujera con éxito masivo e instantáneo en una web que se precia de ofrecer “las imágenes más virales de Internet, elegidas por su popularidad”. Lo bueno del asunto es que la controversia ha promovido el conocimiento de una obra de indudable altura literaria entre una generación que apenas conocía su existencia.

Enrique Redel, el editor español de Oso, fiel a los criterios de calidad de Impedimenta y a su pasión por el rescate de joyas olvidadas, solo ha permitido que en la contraportada se haga referencia a “una relación íntima, inquietante y nada ambigua”, que convierte al oso en “el compañero perfecto que colma todas las expectativas” de la protagonista. Más sutil no se puede ser, habida cuenta de los abundantes y crudos pasajes que ofrece el libro.

Con estas premisas, no sería de extrañar que Oso atraiga a lectores que busquen pornografía, bestialismo puro y duro, y que repela a parte de quienes estén interesados en la literatura de altos vuelos, la que deja huella por la calidad de su escritura y porque es capaz de escarbar en los rincones más oscuros y definitorios de la naturaleza humana. Los primeros se llevarán un chasco. Ojalá que los segundos superen sus reticencias, una vez que se enteren de cuál es la esencia auténtica de la novela.

Oso es, ante todo, la historia de un descubrimiento personal. Lou dejó el periodismo porque su vida le parecía “efímera y pobre” y se convirtió en bibliotecaria de un instituto histórico. “En invierno vivía como un topo [o como un oso], enterrada en las profundidades de su despacho, escarbando entre mapas y manuscritos”. Se sentía “inconsolablemente sola”, tras años “sin sentir contacto humano (…) como si los hombres supieran que su alma estaba gangrenada”. Mantenía sexo una vez a la semana con su director, un “trámite” sin cariño, “solo costumbre y conveniencia”, porque era “su único contacto humano”.

De esa existencia gris y sin futuro la rescata el encargo de catalogar la biblioteca de un antiguo edificio y de investigar la posibilidad de crear un centro de investigación de la geografía humana en una isla remota donada al instituto por un excéntrico personaje. Se encuentra con una naturaleza salvaje en la que, históricamente, solo sobrevivían los más fuertes, en tanto que “los románticos sucumbían de forma espantosa, se hundían en el hielo, contraían neumonía o tuberculosis, morían de fiebres extrañas, escorbuto, depresión o abandono”. También halla un silencio primario que permite percibir el ruido de los cordones al atarse los zapatos o del cuchillo de la mantequilla cuando rasca una tostada. Y, por fin, se encuentra con un oso de edad indeterminada, recién salido de su letargo invernal, atado con una cadena, encerrado a medias en un cobertizo, quizá peligroso. Una amenaza. O una oportunidad.

Lou sabía tan solo que los osos “no eran humanos”, suponía que sus funciones “se definían por el tamaño, la forma y la complejidad de su cerebro (…) y que poseían tenues, vacilantes e inarticuladas vidas psíquicas”. La novela traza con estilo elegante y extrema precisión el itinerario sentimental que recorre la protagonista para entablar con el oso sin nombre una relación afectiva, incluso sexual. Desarrolla hacia la fiera “un amor tan extravagante que el resto del mundo” se convierte en “un estrecho nudo sin sentido”. Su pasión es “limpia”. Lo ve “sabio, tolerante, bruto, tierno, perseverante, paciente”. Y para quien quiera escandalizarse: “A veces le parecía Dios”.

No es cuestión de juzgar, solo de comprender. La gran virtud de Marian Engel, que Canadá considera una de sus glorias literarias, es que hace ver al lector la lógica del comportamiento de Lou, que ella misma sabe que deberá ser siempre secreto, pero que la rescata de una existencia vacía y sin sentido. Lo demás, el morbo, la polémica, el escándalo, la zoofilia, la transgresión, las cuestiones morales o las convenciones sociales tendrá la importancia que cada cual quiera darle, pero no debería afectar a la consideración de Oso como una pequeña, inusual e inquietante obra maestra.

Por Luis Matías lópez