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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El devorador de calabazas, de Penélope Mortimer

En la muy ajetreadra biografía de Penelope Mortimer llama la atención que durante un tiempo escribiera una de esas columnas dedicadas a dar consejos domésticos (además, ejercía este papel en el Daily Mail, el más odiador y odioso de los tabloides).

De hecho, en El devorador de calabazas la protagonista, personaje muy parecido a la propia Mortimer, recibe una carta de un ama de casa al borde del suicidio que pide su ayuda, pero en el libro queda claro que Mortimer no era la persona más adecuada para dar consejos familiares.

Se podría decir que una de los pocos beneficios que tienen los matrimonios conflictivos es que llegado el momento pueden dar pie a excelentes libros. Incluso artistas de la talla de Ingmar Bergman construyeron gran parte de su monumental obra con este material. Por otra parte, tampoco escasean los ejemplos de novelas más o menos en clave convertidos en ajustes de cuentas de los que no dejan rehenes. El devorador de calabazas tiene mucho de rencor y de rabia, pero por suerte Mortimer tiene el suficiente talento para que sus reproches cobren la forma de alta literatura.

Sin preocuparse demasiado por disimular, la autora dedica explícitamente el libro a John Mortimer, el excelente novelista y, por lo que se deduce de estas páginas, terrible persona. Desde luego hay que tomarse el testimonio de Penelope Mortimer, quien en ningún momento trata de ocultar su absoluta parcialidad, como una declaración de parte, pero lo cierto es que el personaje de marido infiel, a veces despiadado, no deja la imagen de John Mortimer precisamente en una buena posición.

Más allá del retrato cruel, en el que la propia protagonista, con sus neurosis y sus obsesiones tampoco sale indemne, El devorador de calabazas destaca por un gran tino a la hora de mezclar tiempos dispersos y situaciones acumulativas. A veces puede dar la impresión de que se trata de uno de esos libros que más bien son una carta de quejas, pero al evitar dibujarse a sí misma (o a ese personaje que tanto se le parece) como una víctima inocente, Penelope Mortimer consigue una mayor veracidad y comprensión.