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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La era de las maravillas

«Ante la fluida narración de San Basilio, el lector se verá trasladado sin darse cuenta a todas esas cafeterías en serie, con y sin encanto, y a las enrevesadas complejidades de la variedad del legado dejado por Juan Valdez (ficción y realidad de nuevo). Lo cual, además de una excelente manera de viajar (los libros le llevan siglos de ventaja a cualquier medio de transporte o internet), servirá para hacer partícipe a este hipotético lector de una narrativa elegante y sensiblemente (más) inteligente (que la media habitual de la mesa de novedades).»

Efectivamente, esta es una de esas reseñas que comienza con un «La Real Academia Española…». Y dice así: La Real Academia Española, además de limpiar, fijar y dar esplendor, define el término Crónica con las siguientes acepciones: 1. f. Historia en que se observa el orden de los tiempos. 2. f. Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad.

La primera de ellas me lleva a pensar inmediatamente en «ficción», quien sabe si por «historia», mientras que la segunda me reordena inmediatamente al plano físico de la «realidad», supongo que por «actualidad» (en semejante erial informativo como el que vivimos actualmente, por otra cosa no será).

Es por eso que quiero creer que Fernando San Basilio (Madrid, 1970), filólogo hispánico y periodista, juega conscientemente en el título de este libro con ambas acepciones. Porque si no empezamos bien.

Pero seamos positivos y pensemos que es así, ya que desde el punto de vista del lector, de no ser por la fina ironía que impregna sus textos, uno no sabría exactamente si se encuentra en una fabulación con el café como excusa (recordatorio: Gógol con El capote), ante un diario de viajes (¿Humboldt?), o una crónica de sucesos lácteos (Error 404, lógico).

Es posible que Crónica de la Era K-Pop sea todo ello y más.

Por probar que no quede.

En este párrafo, justo ahora, me gustaría añadir algún juego de palabras ingenioso que ayudara al potencial lector a hacerse una idea aproximada de la que es una de las grandes virtudes de esta novela (¿diario? ¿periódico?), pero a veces la única forma de resultar ingenioso es no idear ingenio alguno, o aún incluso no decir nada en absoluto. Y es que llevo un rato pensando y nada. Casi parece que Fernández, el cronista de estas cestas, me hubiera prestado sus mimbres para salir airoso de estos viajes. Lo cual nos lleva a otro tema recurrente.

El problema, siempre lo he dicho, de reseñar un libro, es que en teoría quien reseña debería escribir mejor que el reseñado, si no, ¿qué decir? Pero, cuando esto no es posible (y rara vez lo es), lo suyo es ser un ladrón extremadamente hábil, o uno tan descarado como para que nadie pueda pensar siquiera que lo que presencian es un robo legítimo a pleno día (así puede que incluso con un poco de suerte haya quien piense que tú y la metaliteratura vais en serio).

Es por ello que siendo Fernando San Basilio un cirujano de las letras lo suficientemente hábil como para exprimir el ridículo de las funciones de lenguaje hasta de la taza de café más mundana, no tiene mucho sentido decir algo distinto a lo ya expresado. La sublimación de este arte (la ruptura del lenguaje), da a menudo lo que venimos a llamar poesía, que cuando es transgredida artificialmente suele desembocar en el ripio, el alCohelhismo, o la frase de autoayuda. Pero hay otro camino muy alejado de la disyuntiva entre la destilación o la fritanga del sentido estético en el lenguaje, y es retorcer las palabras hasta conseguir que estas se rían de sí mismas con la venía del lector, que enlaza mentalmente una estructuras lingüísticas tan simpáticas como complejas.

Esto suele acabar en situaciones tan absurdas e irrisorias como regalar rosarios a Nietzsche o cortarle el agua a Pilatos. Pero con ingredientes tan exóticos como los mentados Fernández, Corea, o el capitalismo imperante de la cafetería clónica.

Aunque, después de todo, ¿quién necesita tanto café? Al parecer, los coreanos. No tengo muy claro si los del norte o los del sur, que tendrán su propio Despeñaperros en Seúl para diferenciar un manchado de una nube.

El caso es que, ante la fluida narración de San Basilio, el lector se verá trasladado sin darse cuenta a todas esas cafeterías en serie, con y sin encanto, y a las enrevesadas complejidades de la variedad del legado dejado por Juan Valdez (ficción y realidad de nuevo). Lo cual, además de una excelente manera de viajar (los libros le llevan siglos de ventaja a cualquier medio de transporte o internet), servirá para hacer partícipe a este hipotético lector de una narrativa elegante y sensiblemente (más) inteligente (que la media habitual de la mesa de novedades). Que conste que yo no escribo los paréntesis.

Solo queda destacar que al hablar de La era de las maravillas, no tiene por qué hacerse referencia necesariamente siempre a la era actual, ni a lo narrado, ni a lo reseñado. Quizás la era de las maravillas, la era K-Pop, haga siempre alusión a un tiempo pasado que guarda poca o nula relación con el actual, al que añora, y cuyo testimonio es la descripción nostálgica de ese cambio. Es lo malo de no poder anticiparse a los hechos. O de tener capacidad para el recuerdo.

Así, sirva esta Era de las maravillas, como doble función, para despedirme de los lectores de esta casa, aprovechando la taza de café convenientemente ofrecida, agradeciendo además a su anfitrión su amistad y apoyo en estos últimos dos años. Ha sido un periodo emocionante y lleno de alegrías. Gracias por leer y estar ahí.

Quién sabe si el día de mañana no amanecerá Seúl plagada de sedes de ¡A los libros! Yo así lo espero.

Sean felices.

Por David Hernández Ortega