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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Cuentos completos», de Kingsley Amis

«Estos Cuentos completos son friso punzante de una época narrados por la lengua bífida de este bendito gruñón.»

El cuento es género de única dirección: toda su estructura, la arquitectura de sus párrafos, los pilares de sus frases, el basamento de las palabras que en ellas habitan, se enderezan sin remedio posible a un único fin. Así en lo que respecta a la concepción del cuento clásico. Como deseaba Edgar Allan Poe, existe unidad de efecto en todo cuento dispuesta por la selección y organización de elementos con estrategia, a la cual ayuda la extrema delgadez narrativa que esencializa aquella idea impulsora, ese núcleo engendrador sobre el cual pivota toda la tramoya. De otro modo, el cuento se escribe desde el final; la novela desde el principio. Cuando se descubre el velo del misterio, el cuento deja de existir. La novela comienza justo cuando, palabra tras palabra, rasgamos una pequeña hendidura en dicho velo mágico. Estas disquisiciones vienen tras la lectura de la recopilación de los Cuentos completos de Amis. Hablo de Kingsley, aunque en nuestras latitudes la fama del hijo, Martin Amis, sea con menor mérito casi pareja. ¡Ay de nuestras miserias!

Este volumen presenta de manera cronológica todos los hijos narrativos de extensión reducida de uno de los grandes nombres de la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX. Aclaremos que el volumen reúne eso que convenimos en llamar de modo ambiguo «cuentos» (más allá quedan los híbridos de novela corta y otras especies literarias de alta singularidad pero oscilante éxito). La pregunta acude rauda a la mente, ¿dan estos Cuentos completos verdadero perfil narrativo del Sir londinense? Nuestro prolífico autor frecuentó todos los géneros. Por detallar algo, conjuga el festivo dipsómano con sabiduría etílica de Sobrebeber, la poesía y la ciencia ficción, junto con un porrón de buenas novelas que le encumbraron a maestro literario en su lengua. Según apunta la nota introductoria -elegante como suele acostumbrar Impedimenta-, estos cuentos son semilla de sus novelas más famosas.

De tal modo, el editor propone leer el título de «El enemigo de mi enemigo» (1955), como exposición de la frecuente necedad soldadesca, para ir así, de cuento en cuento, en repaso a toda la escala social. Claro, no faltarán las clásicas cuchilladas a la familia, a la religión, incluso a sí mismo, o el coqueteo para hablar del alcohol con la ciencia-ficción en «El clarete de 2003» (1958) o en «Hemingway en el espacio» (1960), al peculiar modo de entenderla de Amis. Y así de corrido hasta llegar a «Fatigas y problemas», donde clava dardos al fatuo mundillo literario. Esto es así y lectura autorizada será. Nuestros jóvenes editores «independientes» suelen afinar con mejor gusto que otros. Pero qué duda cabe que al mismo tiempo es más. Posiblemente mucho más.

Sobre la pista pone el epílogo donde el propio autor admite con tino que son «novelas condensadas». O así le pueden parecer a un lector libre de todo respeto y obligación -por decirlo con palabras de Cervantes en su prólogo al Quijote- como se desea este cronista. De tal modo y así unidos estos cuentos, unos tras otros, forman un objeto nuevo que bien puede entenderse con una voluntad distinta, cuyo engarce especial relumbra ciertas aristas, aplaca otras. No olvidemos nunca: en arte, más si cabe en literatura, el orden de una serie siempre altera el producto final. Estos Cuentos completos son friso punzante de una época narrados por la lengua bífida de este bendito gruñón.

El autor de la cáustica Los viejos demonios (1986) sustituye en sus relatos aquellas ínfulas didácticas del cuento decimonónico por una pretensión sociológica, quizá taumatúrgica, desde la cual interpretar o liberarse de estúpidas inercias intelectuales, de los dislates burgueses. Zafarse del sabor amargo de la angustia con buen picante, vaya. Quien guste de las especias fuertes, cómicas más que humorísticas, incisivas más que penetrantes, aliñado todo con abundante mordacidad, tiene buen plato servido para hincar diente. ¡Qué aproveche!

Por Francisco Estévez