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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El coleccionista proustiano

«¿Cómo han llegado hasta nosotros todas estas piezas? Nos lo explica en un relato fascinante casi por inverosímil la periodista Lorenza Foschini.»

En una de las dependencias del Museo Carnavalet de París, que es tanto como decir el museo de historia de la capital francesa, se puede contemplar en la misma disposición el mobiliario que Marcel Proust veía desde la cama mientras escribía À la recherche… La cama, evidentemente, también está. Y en el depósito del museo, envuelto en papel de seda y dentro de una caja de cartón, se encuentra el famoso abrigo fo rrado con piel de nutria que el escritor extendía encima de la cama en las largas vigilias que pasaba escribiendo. ¿Cómo han llegado hasta nosotros todas estas piezas? Nos lo explica en un relato fascinante casi por inverosímil la periodista Lorenza Foschini. La periodista encontró el tema sin buscarlo mientras entrevistaba a Piero Tosi, que era el diseñador de vestuario de la filmografía de Visconti y que viajó a París para buscar información y localizaciones porque el director italiano estaba decidido a rodar una película imposible sobre À la recherche… De aquella conversación emerge un personaje que es el protagonista de esta historia: el empresario Jacques Guérin, propietario de la casa Parfums d’Orsay.

Ya desde muy joven Guerin había empezado a adquirir manuscritos de escritores hasta llegar a formar al cabo de los años una de las bibliotecas privadas mas importantes. Es gracias a él que se salvaron de la furia destructora de la cuñada del escritor, Marthe, muebles, manuscritos, correspondencia y fotografías. Los avatares por los que pasó hasta llegar a hacerse con todo este tesoro va constituyen una historia de -lo más atractiva y que contraviene la crítica que hacía Proust a Sainte-Beuve en el sentido que no es necesario saber la biografía de un autor para entender la obra. Con todo, parece imposible sustraerse a b personalidad del autor y al pozo de chismes que giran a su alrededor. Aún menos cuando se trata de animales literarios de la altura de Proust.

Pero el interrogante que subyace en el fondo del relato, el que nos barrena el cerebro, es saber a que responde el afán coleccionista, bibliófilo o fetichista de Guérin. Una posible respuesta que se apunta en el posfacio de la versión castellana, es la que dice que los objetos que conservamos «es un modo de conjurar el vacio». En definitiva, buscamos crear la ilusión de que aquello que hemos amado perviva más allá de la muerte.

Un libro deliciosamente inteligente y no sólo para proustianos empedernidos.

Por Marc Soler.