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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Pedro Melenas y compañía», de Heinrich Hoffmann

«Así, “diez de los mejores y más sediciosos ilustradores del panorama actual” proponen otras aventuras hilarantes protagonizadas por niños tan despiadados como los que poblaban la obra de Hoffmann.»

Cuando yo era pequeña, mi madre solía leernos el volumen de poesías y canciones de El mundo de los niños, una especie de enciclopedia infantil publicada por Salvat. Hace tiempo que conseguí escamotear ese libro a mis hermanos, sin que se hayan enterado hasta ahora. Entre poemas de Lope de Vega, Quevedo, Federico García Lorca, Nicolás Guillén, Rafael Alberti y María Elena Walsh, campan canciones y refranes populares, así como textos que a la biempensante sociedad actual podrían resultarle chocantes como lectura para niños. Algunos, por supuesto, reflejan los prejuicios y los roles del momento.

Pues bien, al tener en mis manos el Pedro Melenas y compañía publicado por Impedimenta —“Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas”, proclama la cubierta— no he podido por menos que acordarme de aquellos ratos de lectura con mi madre. El doctor Heinrich Hoffmann escribió y dibujó su Pedro Melenas en 1844, acuciado por el deseo de regalar un bonito álbum ilustrado a su hijo de tres años y medio, “ese pequeño ciudadano del mundo”. Leído ciento setenta y un años después, Pedro Melenas no deja de ser un libro curioso: su afán didáctico (Hoffmann pretendía elaborar un “manual de buenas maneras”) se ve matizado por una evidente crueldad y un humor que hoy consideraríamos adulto. Hay temas para todos los gustos: la obediencia, el respeto a los padres y a los animales, la higiene… Los protagonistas salen escaldados, quemados, semiahogados, sin pulgares e incluso muertos: he ahí la consecuencia de sus poco ejemplares actos.

Quizá la desproporción de estos efectos rebaje su brutalidad. Sea como sea, Hoffmann continuó escribiendo libros para niños y Pedro Melenas se convirtió en un clásico de la literatura (en 1892 ya conocía ciento setenta y cinco ediciones en alemán y cuarenta en inglés). ¿Y qué ocurre con los clásicos? Que provocan y sugieren continuaciones.

Si se compran el libro para uso y disfrute personal, no tengo nada más que añadir. Si piensan leérselo a un tierno infante, tengan en cuenta las valoraciones y consejos que Gustavo Puerta Leisse, de la prestigiosa Escuela Peripatética de Literatura Infantil, vierte en el prólogo del álbum. Ustedes verán lo que hacen.

Adriana Bilbao