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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Un Kamasutra para elegantes

Este tratado del amor del ilustrador Ximo Abadía hará las delicias de los amantes de las prácticas amatorias poco convencionales.

El amor es cosa de dos, y el sexo además, de su elasticidad, plasticidad y, por supuesto, su imaginación. El Kamasutra, el clásico tratado hindú escrito en el siglo XV sobre posturas y técnicas para experimentar el mayor de los placeres que puede alcanzar el ser humano de mil maneras diferentes está bien, aporta ideas nuevas y hace que una tarde monótona se ponga interesante, pero con esos personajes recién salidos de una película de Bollywood, tan pintados y sonrientes de cara al espectador mientras se lo pasan en grande tanto dentro como fuera, la cosa da más risera que otra cosa (hecho, por otro lado, en absoluto negativo; hay que huir de quien, además de no darte placer, no es capaz de hacerte reír en la cama).

El ilustrador y dibujante Ximo Abadía ha debido de reflexionar acerca de este último axioma, y le ha dado una nueva vuelta de tuerca al concepto, abrazando sin tapujos la vertiente más lúdica y divertida del libro del amor por antonomasia. Tal vez el resultado final no ayude a mejorar tu rutina sexual ni te resuelva de una vez por todas la (aparentemente) infructuosa búsqueda legendaria del punto G, pero oye, gracioso es un rato, además de bonito y de no carecer de cierta función de espolón de conceptos de esos que se te quedan en la cabeza y te dejan pensando.

Buscando, a través del diseño de la ilustración y de la propia maquetación de la página, una iconicidad gráfica y concisa que logra con un dibujo minimalista de líneas rectas y casi abstractas, pero sin abandonar el espíritu erótico de la obra original en la que está basado, los personajes mudos de este «Kamasutra para domingos lluviosos», él siempre de riguroso negro y con sombrero (no siempre estático sobre su cabeza) y ella dama indómita vestida de rojo (como debe ser), son serios y aplicados amantes buscando la conexión física entre ellos, pero también acaban siendo personajes circenses y con un gran sentido de la puesta en escena. Ya no son ellos dos solos y sus capacidades de contorsión; sillones, sofás, sillas y trapecios son ayudantes ineludibles de las posturas más dinámicas y poéticas posibles, y de los movimientos más consecuentes, pues este catálogo no se restringe al estatismo o el contorsionarse de una postura en concreto. Estampas como la peonza, el trapecio, el balancín o el sesenta y nueve a cuerda son alegorías del movimiento sexual, ricas tanto en ironía como en materia de estudio anatómico. El vermut, la Partida o la Trompeta dan buena muestra del carácter satírico de este divertimento adornado por bolas chinas, esposas, algún dildo, que a su vez son muestras de la realidad de la evolución del sexo en nuestros días.

Juegos visuales que nos remiten a espectáculos bajo la carpa o costumbres profundamente arraigadas de nuestra cultura más inmediata y cercana, materializan las propuestas más satíricas y locas que podemos encontrar entre las páginas de este librito editado con mucha elegancia por la editorial Impedimenta, y donde Abadía nos recuerda, entre otras muchas cosas, que el amor entre dos personas es en esencia una cuestión de conectividad e interrelación, sobre todo en las situaciones más húmedas e inesperadas.

Por último, y porque no queremos dejar de incluir una cita que siempre da mucho empaque al texto, el autor recomienda encarecidamente que no sólo se lea en «domingos lluviosos» (a pesar de lo lírico de su título), sino que lo preferible es «utilizarlo» cualquier día de la semana. Aunque es innegable que los domingos lluviosos son días más caseros, que piden más cama y sofá y se tiene más tiempo para jugar, y así empezar el lunes con una sonrisa en la cara.

David Romera