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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Cuentos inquietantes», de Edith Wharton: repaso literario a una magnífica escritora

«Una parte esencial de su estilo es el preminente estatismo de sus textos, que podría deberse a unas acciones que se encapsulan, por coherencia, en los espacios donde tienen que suceder».

Algo maravilloso sucede cuando uno accede a estos «Cuentos inquietantes» (Impedimenta, 2015) de Edith Wharton (USA, 1862 – Francia, 1937), y es que lo añejo de su escritura resulta apenas perceptible, transportándonos a su mundo con suma facilidad. Aunque se percibe el proceso de maduración de su escritura, más precisa y profunda a medida que van pasando las páginas, en absoluto afecta esto a su habilidad para construir atmósferas y personajes con los que empatizar desde el inicio de cada una de estas diez historias. Además, podremos percibir como sus preocupaciones estilísticas y sus percepciones temáticas se vuelen cada vez más complejas y precisas, desarrollando un estilo propio en el que todo su universo encaja como un guante, haciendo de su obra, al tiempo, un espacio tan familiar como especial, tan cómodo para el lector como inhóspito a la hora de explorar matices y reflexiones.

«Explora distintos aspectos, reflejados en estos «Cuentos inquietantes»: como el papel de la mujer, las frías y estáticas relaciones conyugales, la difícil empatía emocional establecida entre los hombres de una misma clase, el relativo estupor ante los nuevos modelos de familia surgidos del divorcio, etc…»

Antes de proseguir, merece la pena echar un vistazo a cada uno de estos cuentos:

“La plenitud de la vida”: una mujer difunta se reúne con el Espíritu de la Vida y reflexiona sobre su significado, sus posibilidades y la ocasión de vivirla (o no) con plenitud. Mientras la reflexión se va elaborando, y ella recuerda lo difícil de convivir con un marido que se mostraba hacia ella frío o desplaciente, el Espíritu le plantea la necesidad de que, en ese mismo momento, elija qué tipo de vida quiere llevar desde entonces y durante la eternidad. Ella le propone encontrar entre las demás almas a alguna que se ajuste a sus expectativas e ilusiones, pero no todo será ni como parece ni como cabría esperarse a partir de este planteamiento.

“Un viaje”: un matrimonio regresa en tren, desde Colorado hasta Nueva York, después de haber intentado paliar una enfermedad que, finalmente, ambos saben acabará pronto con la vida de él. Durante ese viaje, él está postrado en su litera mientras ella, sabedora de las miradas entre indiferentes y displicentes del demás pasaje, reflexiona sobre cómo intentar ocultar la realidad de lo que sucede con su matrimonio y en el compartimento del tren.

“Un cobarde”: el presunto cortejo del señor Vibart a la hija de los señores Carstyle, Irene, sirve de excusa para reflexionar sobre cómo un simple hecho, y la actitud que se adopte ante él, puede determinar a fuego el destino de una persona. El relato va construyendo poco a poco la relación entre el señor Carstyle y el señor Vibart, cada vez más personal y más próxima, hasta abrir una vía de diálogo donde una confesión del señor Carstyle le deja al señor Vibart más de una moraleja de cara a su próximo futuro.

“La duquesa orante”: un relato cargado de humor y picaresca, ambientado en Vicenza (Italia), narra la historia de la primera esposa del duque de Ercole, la duquesa Violante. Durante años, mientras su marido pasaba los días entre Roma y el lago de Como, ella vivía recluida y sola en el Palladio del duque en Vicenza; con la única compañía del servicio y del capellán. Incluso cuando pareció encontrar una agradable compañía, con el joven Ascanio y sus frecuentes visitas, el duque volvió a querer aislarla en el palacio. Si bien, la gota que colmó el vaso y centra este relato, fue su intento de cerrar la capilla donde a la duquesa tanto le gustaba rezar a los huesos de la santa que allí había.

“La misión de Jane”: el anodino y acomodaticio matrimonio de los Lethbury experimenta una fuerte sacudida cuando, en un día cualquiera, la señora Lethbury le plantea a su marido la posibilidad de adoptar a un tranquilísimo bebé, a quien sus cuidadoras han llamado Jane. Lejos de ser un espejismo, a lo largo de toda su vida Jane muestra una pasmosa tranquilidad y parsimonia en todas las facetas de su vida, tanto en lo personal como en lo social, teniendo dificultades incluso para entablar relaciones de amistad o de amor. Poco se podrían imaginar los Lethbury que el señor Winstanley Budd podría cambiar eso, intentando cortejar a una Jane que, lejos de mostrarse dispuesta, mostrará una racionalidad cautivadoramente sorprendente para la mentalidad y costumbres de su época; y con repercusión también en el matrimonio de sus padres adoptivos.

“Los otros dos”: La señora Alice Waythorn se ha casado y disfruta de una casi placentera vida conyugal. A alterar esta vida han llegado sus dos anteriores maridos, los señores Haskett y Varick, con quien su tercer marido, el señor Waythorn, mantiene una relación atípica y, por momentos incómoda: sobre todo, cuando el señor Haskett le pida su ayuda para interceder ante su exmujer sobre la necesidad de hacer cambios en la educación de la hija que ambos tiene en común. Un relato brillantemente irónico sobre el divorcio en una sociedad tradicional que todavía miraba con ojos de estupor para este nuevo modelo de familia.

“El mejor hombre”
: el gobernador Mornway, jefe político de estado ficticio de Midsylvania, está disfrutando placenteramente de su reciente reelección cuando, a través de su mujer, le llegan preocupantes noticias sobre un escándalo político en ciernes que puede acabar con su carrera. Para evitar que El espía, que así se llama el periódico, saque a la luz ese escándalo, solo debe hacer una cosa: no volver a nombrar Fiscal General del estado al Sr. Fleetwood. Así, las iras de la Compañía del Plomo con Fleetwood se acabarán, las envidias de los demás aspirantes otrora relegados se aplacarán, y él podrá seguir adelante con su carrera. El relato nos narra las presiones que recibe el gobernador, nos explica las causas del posible escándalo y nos sorprende con su decisión final.

“El veredicto”: el afamado pintor, Jack Gisburn, ha dejado repentinamente de trabajar. El señor Rickham, conocido suyo, viaja hasta el palacete donde guarda retiro para intentar averiguar, de primera mano, las razones que lo han llevado a tan repentina y drástica decisión. Allí conocerá a su esposa, con quien contrajo matrimonio un año después de retirarse, y los verdaderos motivos de todo, centrados en un extraño y tétrico encargo hecho por la viuda de otro afamado pintor: el señor Stroud. En este relato se reflexiona sobre el sistema cultural y sobre cómo se establecen las valoraciones de calidad sobre sus productores y productos, mientras se realiza una mirada de fondo al estado de ese sistema cultura y sus vicisitudes.

“Después”: el matrimonio estadounidense de los Boyne ha decidido alejarse de todo, perderse del mundo y volver a sus orígenes, yéndose a vivir a una apartada y rústica casa situada en el condado británico de Dorsetshire. Sin luz eléctrica, sin agua corriente y a varios quilómetros de cualquier otra persona, la casita Lyng -que así se llama- disfruta de todas las incomodidades propias de los tiempos pasados. Ned y Mary viven allí días felices hasta que, cierta mañana, tras recibir una extraña visita, Ned Boyne desaparece sin dejar rastro. Mary Boyne especula sobre los motivos de su evaporación y, entre todas las posibilidades, ella contempla seriamente que la casa y su fantasma han tenido algo que ver.

“La botella de Perrier”: el joven señor Medford, arqueólogo de oficio, ha conocido en Luxor al señor Henry Almodham quién, distinguido y cortés, le ha invitado al castillo templario donde, en medio del desierto, él tiene su residencia. Al poco tiempo, Medford hace allí acto de presencia, pero el señor Almodham, en contra de lo previsto, no está. Allí solo está el servicio árabe y su criado inglés, Gosling. El señor Medford espera y desespera, bebiendo únicamente el agua del aljibe, echando de menos el agua de Perrier que llegará en la siguiente caravana de suministros. Y mientras, a medida que el tiempo pasa y el señor Almodham no aparece, todo se va volviendo cada vez más extraño en aquel castillo perdido en medio de la nada.

A medida que su producción avanza, los personajes definen mejor sus perfiles no solo ganando nombre y personalidad, sino ganando también un contexto más preciso donde todas esas características personales adquieren un sentido y refuerzan su valor; interactuando con los demás elementos del relato. En este proceso, Wharton decide centrar su mirada en las profundidades morales de distintos tipos sociales característicos de la alta sociedad de la que ella era originaria. Una decisión reflejada en un ritmo pausado, donde la acción deja paso a la reflexión; en un tiempo contemporáneo a su época, donde las referencias al pasado o al futuro son indirectas y relacionadas con el tiempo presente; y una escritura cargada de ironía y fino humor, típica de su carácter alegre y vivaz.

De sus orígenes acomodados obtiene una excelente educación y las posibilidades de un constante tránsito entre Estados Unidos y Europa, quedando fascinada de Italia -país con constantes referencias en su obra- y manteniendo una relación constante con Inglaterra y, especialmente, con Francia. Estos orígenes se reflejan con claridad en sus textos, pues es la clase alta estadounidense la que ocupa la mayor parte de sus escritos, realizando una exploración de distintos aspectos, reflejados en estos «Cuentos inquietantes»: como el papel de la mujer, las frías y estáticas relaciones conyugales, la difícil empatía emocional establecida entre los hombres de una misma clase, el relativo estupor ante los nuevos modelos de familia surgidos del divorcio, o la laxitud moral de los valores cuando se trata de responder a la presión social o a las expectativas de los demás. Hasta el punto de poder decir que la obra de Wharton, incluidos estos relatos, son un fresco vivo de esta clase social escrito desde la fina ironía, el hábil perfil psicológico de los personajes y la aportación valiosa de los paisajes y ambientes domésticos.

Otro aspecto valioso en Edith Wharton proviene, nuevamente, de su propia vida privada, donde destacó como una sensible paisajista y decoradora de interiores. Por eso las casas y sus estancias, los paisajes y sus entornos, son un valor propio que interactúa de forma muy contemporánea con el resto de los elementos narratológicos. Tan moderna que, cuando todavía no existían trabajos sobre la construcción sociológica de los espacios, aquí ya encontramos aspectos plenamente coincidentes con esta perspectiva: el ser interactúa con el vivir en la construcción de los espacios, no solo físicos, sino también mentales. Por eso aparece, ya en su primer relato “La plenitud de la vida”, la metáfora de la mente entendida como un espacio construido a base de habitaciones y estancias. Precisamente, esta interacción puede acabar explicando una parte esencial de su estilo: el preminente estatismo de sus textos podría deberse a unas acciones que se encapsulan, por coherencia, en los espacios donde tienen que suceder, pues cualquier otro cambio en el escenario podría afectar decisivamente (según su óptica) al sentido de lo contado.

Este libro puede ser un perfecto repaso a la personalidad o estilo de una magnífica escritora. Si bien, todos los cuentos o relatos no consiguen levantar esa pretendida inquietud (tampoco creo que todos ellos tuviesen este objetivo, a pesar del título), sí todos son magníficos relatos cuyo final supone un lamento para cualquier lector amante de la literatura con mayúsculas.

Fco. Martínez Hidalgo