William Grill, nacido en 1990, es un ilustrador británico al que ya conocemos por su anterior obra, también publicada por Impedimenta en 2014: El viaje de Shackleton, reconocida por la crítica y el público y traducida a 14 idiomas. Además de autor de libros, es docente e ilustrador para prensa y publicidad. Dentro de la ecléctica y cuidadosamente elegida colección El Chico Amarillo y editado con su habitual mimo y elegancia, nos llega su siguiente trabajo, Los lobos de Currumpaw.
Esta obra se basa en la huella que le dejó a Grill la lectura casual hace años del relato corto Lobo: el Rey de Currumpaw. Esta historia real pertenece al libro Animales salvajes que he conocido (1898), de Ernest Thompson Seton, descrito como “venerado cazador de lobos, experto naturalista y artista consumado” (un personaje cuya historia, por cierto, también inspiró una de las obras del recientemente fallecido Jiro Taniguchi). Cuando Grill decidió ilustrar el relato, viajó a las localizaciones originales en las que transcurre el relato de hace 200 años, a respirar y dibujar el paisaje y a los propios lobos. Con similitudes temáticas con su trabajo anterior, como son el protagonismo de la naturaleza por encima del hombre, siempre empequeñecido ante ella o las consecuencias inesperadas de los planes frustrados, el libro también guarda un gran parentesco gráfico.
La historia arranca en Currumpaw, en Nuevo México, a finales del siglo XIX. Una manada de lobos siembra el terror y diezma el ganado. A pesar de la presencias de expertos cazadores, el terror no cesa. Finalmente acudirá Seton, legendario naturalista y cazador para intentar encontrar una solución definitiva. Lo que parecía ser el final de la historia, será inesperadamente, en realidad, el comienzo de otra, relacionada con la preservación y conservación de la naturaleza, que llega hasta nuestros días. Esta obra, al igual que la anterior, se caracteriza por ir estirando y explorando los limites de la narración gráfica, en los que alterna grandes dobles páginas a sangre con páginas de múltiples viñetas sin bordes. Aunque podría asumirse como libro ilustrado, los textos y los dibujos se complementan sinérgicamente, haciendo que la narración avance firme y
sosegada. La verosimilitud de las imágenes trasluce el exhaustivo trabajo de búsqueda de fuentes y documentación enriqueciendo el cuadro general.
La técnica elegida, lápices de colores de paleta limitada y sobre papel de gran gramaje, confiere una textura muy evocadora a la narración, a medio camino entre la leyenda y el cuento infantil. Como él mismo ha manifestado, es la técnica con la que más a gusto se encuentra y es casi la misma que emplea en sus cuadernos de apuntes y bocetos, con los que viaja siempre y en los que practica a diario. El resultado es una narración cálida, engañosamente sencilla y clara.
APRENDER
Al acabar este bello libro habremos disfrutado de una lectura que alterna el demorarse y disfrutar de serenas y evocadoras panorámicas con el desarrollo de la historia en base a una milimetrada información. Habremos aprendido algo más de nosotros en relación a la naturaleza y con suerte hasta querremos cuidarla más. No es poco para unos humildes lápices de colores.
IÑAKI GUTIÉRREZ