cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La juguetería errante», de Edmund Crispin

Cada vez que siento que el mundo se me viene encima y la primavera me juega malas pasadas nublándome física y mentalmente me encanta descubrir historias de detectives sin que pueda dar ninguna razón lógica para ello.

Estas últimas semanas después de haber sido víctima de solo dios sabe cuántas alergias cayó en mis manos un libro de Edmund Crispin que me devolvió la alegría y, en cierta medida, el bochorno por no poder contener mis risas a primera hora de la mañana camino del trabajo para asombro de otros usuarios del transporte público.

The Moving Toyshop
(La juguetería errante) es un caso del famoso Don de la Universidad de Oxford, metido a detective, Gervase Fen, y toda la excéntrica corte de personajes que le acompañan compuesta por un poeta que solo gana dos libras a la semana a mediados de los años cuarenta, con la cabeza vendada como un faquir y perseguido por la policía por el accidental hurto de dos latas de judías, sus estudiantes que acuden a clase con sus pijamas por debajo de sus ropas de calle, una anciana millonaria inaguantable obsesionada por deshacer todas las teorías conspiratorias que cruzan su cabeza relacionadas con su propio asesinato, y una joven rubia con piercing eyes y un dálmata que, de la noche a la mañana, recibe una herencia que cambiara su vida por el mero hecho de haber sido amable al vender unos pañuelos.

Lily Christine III a pesar de no ser humana y tratarse de un coche con una personalidad propia tan estrambótica como la de Fen, su dueño, forma parte de este elenco de protagonistas donde también destaca un erudito camionero capaz de entretener a dos de las más brillantes autoridades literarias de la época con sus conocimientos sobre poesía durante una alocada persecución manteniendo en todo momento el control del volante y la conversación sin dejar que los malos se escapasen.

Otra las cosas más divertidas de la novela, y que provocaron que el viernes me tomara unos traguitos del malta Jura 10 Years Old con unos amigos discutiendo la historia, fueron precisamente las escenas ambientadas en el pub donde al pobre faquir poeta casi le explota la cabeza con tanta cerveza mientras que Fen, con esa manera tan refinadamente inglesa y alegre bebía unos cuantos whiskies, interrogando a todo sospechoso que por allí apareciese a primeras horas de la mañana mostrando claros signos de embriaguez.

Supongo que esas escenas constituyen los más divertidos ejemplos de borracheras que recuerde en mucho tiempo a pesar que Edmund Crispin fue un alcohólico toda su vida y su enfermedad, antes de causarle la muerte, le produjo, por desgracia, también largos parones en su carrera literaria y musical.

Sin saber mucho sobre ella pero preguntando e investigando descubrí que Crispin había sido también el compositor de muchas de las películas de la saga Carry On, las cuales son toda una institución de la comedia británica y un claro ejemplo de cultura CAMP, que durante muchos años constituyó una manera cómica y satírica de expresar la cultura homosexual bromeando con personajes como Cleopatra, Carry On Cleo, o Sylvia Kristel en Emmanuel, Carry on Emmanuel.

Con apenas veinte páginas para terminar el libro y viviendo gracias a los paracetamoles que me mantienen inmune a estos cambios de temperaturas y libre de estornudos, lo único que puedo decir, sin ser un experto en el género de detectives, es que algo muy especial debe tener esta hilarante novela escrita en 1946 cuando no una, sino dos copias de la edición de 2007 publicadas por la prestigiosa Vintage, se hallan en mi biblioteca local para consuelo de todos aquellos que necesitamos alegrarnos un poco la vida cuando todo se nos pone patas arriba, permitiéndonos incluso reírnos con la idea la muerte.

Nacho Díaz