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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El libro y la hermandad», Iris Murdoch

«—La esperanza es importante, puede que incluso sea una virtud. Supongo que cada época piensa que está al borde del abismo. Pero hay que ser capaz de proyectar el pensamiento hacia delante, hacia la oscuridad.»

Me gustaría que todo lector de este blog tomara nota del nombre de Iris Murdoch (Dublín, 1919 – Oxford, 1999), novelista y filósofa irlandesa. Como tantas otras autoras, Murdoch tiene el hándicap de haber caído en el olvido: pese a ser una de las mejores escritoras del siglo XX, quizá la mejor heredera de la tradición decimonónica británica, no ha conseguido calar en los lectores españoles. Su obra se encuentra desperdigada en diversas editoriales, con muchos títulos ya descatalogados. En los últimos años, Impedimenta ha apostado por recuperarla en cuidadas ediciones; una gran oportunidad para descubrirla e incorporarla al lugar de honor de nuestras bibliotecas que sin duda merece. El libro y la hermandad, que se publicó por primera vez en 1987, permanecía inédito en castellano hasta este año, cuando se ha publicado con una excelente traducción de Jon Bilbao. Esta obra fue finalista del Premio Booker y forma parte del que se puede considerar su periodo dorado, entre los años setenta y ochenta, al que pertenecen novelas tan aclamadas como El príncipe negro (1973, Premio James Tait Memorial), Henry y Cato (1976) y El mar, el mar (1978, Premio Booker).

Bajo el influjo de Shakespeare, Murdoch construye una novela coral de alta envergadura literaria que toma como punto de partida el reencuentro de unos amigos de mediana edad, intelectuales de Oxford, en una fiesta. En esa primera escena, se presenta a todos los personajes: los que conforman la pandilla como tal, que han permanecido más o menos unidos a lo largo de las décadas y han incorporado a miembros más jóvenes; y el outsider, Crimond, al que no ven desde hace años. Murdoch recrea una intriga en torno a este último: no solo está alejado del núcleo, sino que para el lector también es un desconocido, ya que no se le presta la misma atención que al resto. La historia está narrada en una tercera persona que va desplazando el objetivo de un personaje a otro, salvo Crimond, al que se descubre a través de la relación de los demás con él, no en su soledad. El modo con el que se refieren a él, además, acentúa tanto la curiosidad como la desconfianza: «es peligroso. No tiene miedo de la muerte, es un kamikaze», «siempre dice la verdad… Es la persona más sincera que he conocido en mi vida», «una persona comprometida, un idealista» (p. 85).

Todos, sin embargo, tienen un proyecto en común: un libro sobre el marxismo que Crimond comenzó a escribir tiempo atrás, financiado por los demás. Nadie sabe con exactitud de qué va la obra, ni si Crimond ha dejado de escribir —Murdoch tiene un sentido de la comicidad extraordinario—, pero tampoco se atreven a preguntárselo. Les cae mal Crimond, algunos incluso lo odian. Para bien o para mal, ese libro los mantiene unidos, y esta cuenta pendiente sirve de excusa para que el hombre misterioso esté presente, ni que sea de forma latente, en sus vidas. La trama a propósito de este libro, a su vez, le da un toque metaliterario que genera discusiones eruditas en torno a temas como la muerte de la novela —una paradoja, teniendo en cuenta que Murdoch escribe una novela en el sentido clásico— o a su opinión del marxismo en la segunda mitad del siglo XX. Las novelas de ideas de Murdoch logran un equilibrio entre lo trascendental del conjunto (la moral, la filosofía, la historia), influido por el platonismo que estudió en profundidad, y los placeres terrenales de lo particular (la fiesta misma que abre el relato, el sexo, el juego). Narra una historia dinámica, con ritmo fluido, pero sin renunciar al trasfondo intelectual, que le da un calado que va más allá de la acción.

A raíz de la escena de apertura, los personajes se encuentran en un punto de inflexión. La fiesta propicia un balance de sus vidas: miran el pasado, piensan en el presente, analizan las pérdidas, las ganancias y las cuentas pendientes. Gerard, el cabecilla, es un idealista que bajo su apariencia serena esconde un dolor profundo por el recuerdo de un loro que tuvo de niño. Jenkin, más práctico, es su mejor amigo, aunque tengan formas diferentes de ver la vida (que dan lugar a espléndidos intercambios de opiniones: «Yo creo en la bondad. Tú en la justicia. Pero ninguno cree en una sociedad ideal», p. 272). Rose está enamorada de Gerard en secreto, pese a saber que él es gay. Tamar, la sobrina de Gerard, es una chica afligida, dominada por una madre que intenta hacerle pagar sus propias frustraciones («Sin padre, sin madre, concebida de manera antinatural, era una criatura abandonada, proveniente de una tierra desconocida», p. 204). Tamar es uno de los personajes más logrados, quizá porque se contrapone a todos (por edad, personalidad y estamento) y al mismo tiempo pasa de mano en mano, involucrándose como sin querer en acontecimientos importantes. También están Jean y Duncan, un matrimonio no tan estable como parece. Y esto es solo un aperitivo…

En realidad, los personajes podrían dividirse entre los que actúan motu proprio y los que esperan a que tomen la iniciativa los demás. Los activos y los pasivos. Algunos llevan décadas guardando un secreto (un amor, una frustración que los marcó). Luego está Crimond, el kamikaze, de quien se puede esperar cualquier cosa. Sea como sea, ha llegado la hora de la verdad, y a lo largo de la novela los conflictos anunciados en el reencuentro se destrenzan hasta reubicarlos a todos. Para ello tiene un gran peso el amor, entendido en Murdoch como una fuerza que puede mover el mundo. «¿Por qué nos da tanta vergüenza usar la palabra “amor”?» (p. 390), se pregunta un personaje. Es significativo que en un ambiente tan intelectual como el que recrea la novela sea el amor, en sus múltiples formas, el que desencadene los movimientos. La cordura del estudio frente a la irracionalidad del impulso. El enamoramiento, la amistad, la aventura, el amor casi paternal. Las decisiones (o las no decisiones) con respecto a este sentimiento son las que acaban determinando su devenir.

Tampoco se puede obviar la presencia de la muerte en la obra: «¿Qué tiene de diferente esa nueva vida que estamos empezando? ¿Es solo que ahora somos conscientes de nuestra mortalidad o hay algo más?», p. 591. Del mismo modo que el amor impulsa, arrolla, la muerte cierra capítulos y reabre heridas. Volviendo a la escena de la fiesta, Gerard recibe la noticia de que su padre ha fallecido. Empezar una novela con una celebración y la posterior muerte de un padre no es baladí; Murdoch utiliza el motivo literario de la fiesta como transgresión, no hay jolgorio inocente; todo tiene su lado oscuro. Los personajes están marcados asimismo por una muerte acontecida años atrás: la de Sinclair, hermano de Rose y buen amigo de Gerard. El grupo está incompleto sin él, y en el reencuentro se nota su ausencia. La muerte, por otra parte, también puede referirse a un conjunto de creencias (como el marxismo o la religión), una etapa vital de experiencias compartidas que han dejado atrás. Estas no son las únicas muertes que se producen en la historia, ni los únicos momentos de ruptura violenta con el pasado. La autora, como hizo en Henry y Cato, pone a sus personajes en aprietos perversos, sucesos propios de una película de acción, que sin embargo aquí no se reducen a eso, tienen un significado. Los lleva al límite para mostrar sus transformaciones a lo largo del tiempo.

Iris Murdoch concilia como pocos la pasión y la trascendencia. La pasión de las grandes historias, de los personajes llenos de vida, de los actos irreflexivos y las confesiones a media voz. La trascendencia de las ideas que subyacen a los hechos, del proceso de crecimiento (o declive) que experimentan todos con el paso de los años, de la evolución individual y colectiva. El libro y la hermandad tiene muchas capas de lectura, igual que las obras de sus maestros, entre los que se cuentan Shakespeare, Tolstói o Dickens. La novela gira alrededor de unos amigos, una hermandad unida por un libro y separada por las rencillas personales; un planteamiento ambicioso que resuelve de forma impecable. Sus novelas aportan diversión y entretenimiento, gracias a su escritura vigorosa y con sentido del humor, pero a la vez suponen un reto, porque Murdoch es una novelista exigente, sin concesiones, que invita a reflexionar sobre la dimensión existencial de sus narraciones. Inteligente, brillante, genial.