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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mapas para navegar por una selecta veintena de clásicos

«Trazado», una colección de imaginativos planos para desentrañar tesoros literarios

Hay muchas maneras de hacerle mapas a una narración. Tantas como rutas se le ocurran al lector para navegarla. Tomemos, por ejemplo, Robinson Crusoe (1719), la que pasa por ser la primera novela inglesa. Podemos comenzar por situar el islote, a vista de pájaro, en un inmenso mar donde su única compañía sean algunas nubes. Podemos luego descender en picado hasta que la isla ocupe toda la superficie del mapa. Llegados ahí a Andrew DeGraff, el autor de la hipnótica cartografía literaria llamada Trazado, se le ocurren dos posibilidades. Una es situar sobre el papel las diferentes áreas que el náufrago ha aprendido a distinguir en la isla: la playa de los caníbales, el valle brumoso, el castillo, el arenal donde apareció una huella misteriosa, el promontorio donde alimentó un fuego para pedir socorro. Pero hay más formas de cartografía. Se pueden, por ejemplo, disponer sobre la isla las emociones y tropiezos de Crusoe: las bestias hambrientas, el diablo o los salvajes se repartirán entonces el espacio con la soledad, los delirios, la muerte, el anochecer o esa extensión inhóspita donde no hay nada para beber, y mucho menos para comer.

En fin, es sólo un ejemplo de las diecinueve aventuras cartográficas que ha ideado DeGraff para adictos a la literatura. El ilustrador neoyorquino zarpa de La Odisea y Hamlet para, tras fondear en Robinson, Moby Dick, La vuelta al mundo en ochenta días o Las aventuras de Huckleberry Finn, amarrarse al siglo XX en puertos como el Informe para una academia kafkiano, La biblioteca de Babel borgiana o Esperando a Godot. El volumen –en el que un texto de Daniel Harmon introduce cada capítulo– ha sido ideado en Estados Unidos, así que se echarán de menos títulos, pero se estará tentado por otros que no han cruzado bien las fronteras, como la Vida de un esclavo americano contada por él mismo, de Frederick Douglass (1845).

En suma, una obra para darle una vuelta mágica a textos que amamos desde hace años, para descubrir otros que se habían quedado atrás o, simplemente, para dejar volar la imaginación sobre el enigma.