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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Lección de alemán

«Lección de alemán» es un libro de indudable valía literaria, por su finura verbal y la riqueza de las percepciones con que representa el ambiente creado por el nazismo.

Cuando leemos un libro con valor literario, lo reconocemos al instante. El aquí reseñado lo tiene por su finura verbal y la riqueza de las percepciones con que representa la realidad, el ambiente de ansiedad creado por el nazismo en un pueblo de Alemania. La experiencia lectora resulta literaria porque permite entender lo real por afinidad emocional, no cognoscitiva. El alemán Siegfried Lenz (1926-2014) narra sus apreciaciones de un mundo asfixiante, sin jamás perder de vista los hechos. No permite que el narrador se halague a sí mismo, relacionándose con los héroes del relato, robándoles un poco de su gloria, y como buen artesano hila los hechos de la opresión nazi con la seriedad que merecen.

Lo excepcional de Lenz, como de sus compatriotas que escribieron sobre la época nazi y sus repercusiones, como Heinrich Böll o Günter Grass, es que apagaron el yo, para acercarnos al tema con una actitud estrictamente literaria. Lección de alemán (1968) ocupa junto a El tambor de hojalata (1959), de Grass, un puesto destacado en la narrativa sobre la vida alemana filtrando las ruinas emocionales dejadas por la Segunda Guerra Mundial. El autor conoció los horrores de la disciplina hitleriana. Como Grass, fue miembro de las Waffen-SS. Sirvió en la Marina, aunque en 1943 desertó, tras negarse a matar a un compañero, escondiéndose en Dinamarca. La novela es la narración hecha por el joven adulto de unos episodios que permitirán una reflexión literaria de los efectos del nazismo.

El protagonista y narrador, Siggi Jepsen, es un hombre de 21 años, encerrado tras la guerra en un reformatorio a orillas del río Elba, en Hamburgo. Su profesor de alemán le pide que escriba una redacción sobre el tema «Las alegrías del deber». No consigue hacerlo en el tiempo asignado, pues los fantasmas de su niñez abruman su mente, y lo encierran en una habitación para que cumpla la tarea. Entonces, Siggi encuentra el hilo narrativo: la inflexibilidad paterna. El relato comienza a fluir y los recuerdos acaban llenando sus cuadernos. Los psicólogos que vienen a observar a los jóvenes delincuentes se maravillan, y ensayan sus etiquetas para explicar la conducta del muchacho. En el texto se alternarán dos hilos temáticos, el de los recuerdos de la niñez y el del tiempo en el reformatorio.

Su padre, Jens Ole Jepsen, era el policía encargado de mantener el orden en un pueblo en el norte de Alemania, justo en la frontera con Dinamarca. Un día recibe el mandato de requisar los cuadros de un conocido artista amigo suyo de la niñez, Max Ludwig Nansen, y de impedirle que siga pintando.

Jens cumplirá las órdenes a rajatabla, mientras Nansen permanece indiferente a la prohibición. El padre encarga a Siggi, entonces un niño de diez años, vigilar al artista. Éste no sólo desoye las órdenes paternas, sino que incluso esconde algunas pinturas de Nansen. Hará algo parecido cuando su hermano Klaas, desertor del ejército, aparece por el pueblo, ayudándole a esconderse de su padre. El sentido del deber de Jens, el tema central de la obra, anula las llamadas de la amistad, de las relaciones, provocando unas consecuencias catastróficas que llevarán a la destrucción de la propia familia Jepsen. La estrechez mental, el fanatismo, agosta cualquier brote de compasión.

Uno de los aspectos más ricos del texto proviene de la narración hecha por el niño, que siempre sorprende por la abundancia de los matices, desde la vista de los pequeños insectos, la naturaleza, hasta el sonido del cuero de los abrigos de los nazis que vienen a investigar en su casa. Las torturas personales narradas, íntimas, resultan muy diferentes de las que conocemos de hechos parecidos en la literatura francesa, donde las traiciones, como en el caso de la guerra civil española, fueron más de emociones torcidas por la envidia y por el odio irracional al otro.

GERMÁN GULLÓN